El Ciclo Flamenco Real acoge en esta ocasión en el Teatro Real de Madrid el montaje de Concha Jareño. La bailaora madrileña atesora galardones como el Premio Desplante Femenino en el Festival Internacional del Cante de las Minas en 2007 y el Premio a la Mejor Coreografía Solista en el Certamen de Coreografía de Danza Española y Flamenco de Madrid en 2008.
Ahora es el turno de El fondo y la forma, un espectáculo que liga cuerpo y alma. Que requiere la gran capacidad sensitiva de los artistas, cuya función es hacer llegar sus sentimientos más íntimos a la concurrencia a través del flamenco más sincero.
La bailaora viene acompañada de Al-Blanco e Ismael de la Rosa al cante, José Almarcha a la guitarra y Adrián Santana como colaborador especial.
Detrás de un fondo oscuro palpitan las personalidades que van a salir al escenario a representar El Fondo y la Forma. Anhelantes de avidez, se colocan de manera sigilosa esperando el momento de comenzar. Los focos tímidos que van poco a poco permitiendo al auditorio descifrar las siluetas de Al-Blanco e Ismael de la Rosa. Los cantaores se esconden tras las pequeñas panderetas que van a integrar la algarabía y el color propios de los bailes de Málaga. Unos bailes que van a interpretar los artistas que están situados en el epicentro de la escenografía. Rápidamente se distingue a Adrián Santana. Sin lugar a dudas, es el acierto de artista invitado que se descubrirá a lo largo del espectáculo. Delante de Adrián parece estar Concha Jareño, envuelta en un chaleco forrado de esas flores, cintas multicolores y espejitos que se utilizan para fabricar los sombreros propios de los verdiales. Y solo parece, porque tiene la cara cubierta con una pandereta de un diámetro mayor que el de los cantaores. Una pandereta que se suele emplear en el estilo montés de estos fandangos y que Santana sostiene entre sus manos. Poco a poco van desarrollándose unos bailes de Málaga que aportan la algarabía y el jaleo que la trama necesita para hacerla tan interesante que los espectadores, a partir de ese momento, solo tengan ansias por descubrir todo lo que encierran las formas y el fondo.
Si bien es cierto que muchas veces durante este ciclo se han presentado espectáculos que dejaban impasibles. Que a ojos del aficionado, los artistas se limitaban a utilizar las tablas del Real a modo de tablao, ocupando la improvisación el 90 por ciento del argumento. En esta ocasión, la gente que ha venido a ver a Jareño ha tenido la suerte de encontrarse con una perfecta estructura trabajada y acabada, dejando por supuesto una pequeña parte a esa libertad y esa improvisación que el flamenco exige.
Concha derrocha feminidad a raudales. Su baile está repleto de múltiples movimientos de hombros y brazos. Es el claro ejemplo de ese baile de cintura para arriba que muchas veces los aficionados echan de menos. Pero en esta coyuntura no ven empañada su afición con dificultosos zapateados simulando una metralleta y restando sentido a la música que les acompaña. Más bien existe un perfecto equilibrio entre zapateado y el resto de los movimientos corporales que esta desempeña. Cada uno de los desplantes de Concha podría ser una foto antigua de Pastora Imperio. Solo hay que hacer un pequeño esfuerzo visual e imaginarse el retrato en blanco y negro.
Es fundamental destacar también la vestimenta de todos los miembros de este proyecto. Los cantaores y el guitarrista, con sus trajes negros bien dispuestos y Adrián con un pantalón de talle alto, una camisa metida por dentro del pantalón, una chaquetilla corta y el pelo bien engominado. Tal y como debe presentarse un bailaor a unos espectadores deseosos de disfrutar del buen flamenco, ese que cuida cada detalle.
Después de dejar miles de buenas sensaciones esparcidas por el teatro, Al-Blanco recoge poco a poco, con mimo y sin apenas hacer ruido, aquellos complementos que los bailaores han utilizado para escenificar esta presentación. Este baja del escenario junto a Adrián mientras Concha, ayudada por Ismael de la Rosa, se acicala elegante con una bata de cola color pasión para quedar frente a este mismo. La intención es hermosear el quejío solitario de su compañero, jugando con la bata como si fuera una compañera más. Dándole el protagonismo que esta requiere para coronar el momento y dulcificar los últimos retales de los fandangos malagueños. Ya solo quedan la madrileña y Almarcha, a quien parece haberle dado cierto celo los requiebros de su compañera con la bata. Así que, de manera impredecible, este se dispone a jugar entre los volantes de la bailaora, aportando tanta magia que Concha decide pasear coqueta entre las mesas que quedan a los pies de la escena, creando un espacio íntimo y conectando sus emociones con las de todos ellos. De esta forma, se despide una primera parte que se disipa ilusionada con los reconocibles acordes de la malagueña.
«Existe un perfecto equilibrio entre zapateado y el resto de los movimientos corporales. Cada uno de los desplantes de Concha Jareño podría ser una foto antigua de Pastora Imperio. Solo hay que hacer un pequeño esfuerzo visual e imaginarse el retrato en blanco y negro»
De nuevo, Al-Blanco, Ismael de la Rosa y Adrián Santana suben al proscenio a la vez que José Almarcha adereza el ambiente con un toque sutil y certero que poco a poco torna en una melodía llena de fuerza. Un preciso trémolo se entrelaza con los palillos de Santana creando una musicalidad que permite adivinar una majestuosa soleá.
El cante de Al-Blanco añade frescura y autenticidad al momento. Y es que este joven cantaor malagueño acompaña su cante con una expresividad digna de tener en cuenta. Francisco Blanco no solo imposta la voz, sino que además transmite la emoción propia de quien ama el cante y la satisfacción propia de alguien que siente orgullo al escuchar las interpretaciones de sus compañeros, a los que alienta con jaleos llenos de vehemencia y confianza.
En el caso del baile de Santana se tiene en cuenta, y sobre todo en los tiempos que corren, que es un artista que sabe parar, templarse y escuchar las cadencias de los demás para conseguir una actuación redonda. Pero no solo eso. Además, los remates y desplantes de Santana son tan diestros y van cargados de tal seguridad que arranca un aplauso en cada uno de ellos, sin excepción. Muchas veces, acompañar los bailes con excesivos complementos puede ensuciar la escena, pero en este caso ha sido un acierto incorporar unos palillos a la soleá por la inteligencia y la sutilidad con la que el bailaor escucha a los demás. Sobre todo, se centra en aportar a cada fragmento la intensidad que precisa.
Llegados a este punto, se intuye que en cualquier momento va a explotar la originalidad. El protagonista deja los palillos y se agacha de forma elegante para comenzar un sagaz compás en el suelo con los nudillos, adivinando así que llega el momento de dejar a un lado la solemnidad de la soleá para pasar a la burlería y la fiesta. Esta soleá acaba con el protagonista levantándose y oliendo a hierbabuena del amanecer y abandonando las tablas con la misma maestría con la que ha entrado.
Es el turno de dar un respiro al baile y amenizar la velada con un compás de dos por cuatro. Al-Blanco, Ismael y Almarcha disfrutan de unas cuantas letras por tangos mediante las que encadenan varios estilos y con las que hacen disfrutar al público de tal manera que se pueden columbrar algunos vaivenes a compás en el patio de butacas. Y no es para menos, porque los artistas saben aderezar el palo con la argucia y la pillería que urge. Es sobre todo con los tangos de Triana y Málaga con los que los cantaores logran marcar la diferencia.
Llegan las alegrías de Cádiz y con ellas, Concha Jareño que aparece sobre las tablas envuelta en un mantón con el que se sienta en una postura digna de nuevo de Pastora Imperio. Tras ella, descansa su compañero Santana. De este modo, respaldada por él, Concha comienza a adornar la falseta y la salida del cante con unos sutiles movimientos de manos que lanza al infinito y con los que parece acariciar las nubes. La transmisión y el sentimiento con el que mueve el mantón acompañando el palo gaditano dejan un poco a un lado la técnica y se centra en revestir la música con movimientos ágiles y rápidos, pero muy hábiles. Las bulerías vuelven a anunciar el final de unas alegrías que han estado marcadas por la sutilidad, la picardía y la interpretación.
Se puede concluir afirmando que el de Concha es un baile tradicional y muy preciso, pues atilda cada parte con la agudeza y la sensibilidad que implica ser un buen bailaor.
El fondo y la forma es un espectáculo que no deja indiferente por la pulcritud, el orden y la estructura de cada una de las partes que conforman la actuación. Y como se ha dicho unas líneas más arriba, apostando por la frescura, la improvisación y la originalidad. Esas cualidades a las que invita el flamenco a poner siempre en práctica. Pero sobre todo, ha sido un espectáculo fluido, sin hacer demasiado densa ninguna de las partes. De hecho, los asistentes comentaban que se les había hecho corto. Y es que así debe ser un gran espectáculo. Aquel que concede la oportunidad de sentir unas emociones parecidas a los artistas porque estos mismos consiguen traspasárselas a los que van a verlos. Ese en el que los artífices consiguen que los que observan cambien el rictus cada cierto tiempo en función de lo que se les brinda. Pero sobre todo, un gran espectáculo es aquel que deja pleno y satisfecho, pero con un poquito de ganas de más. Como cuando te hartas de comer en una buena tasca, pero queda sitio para el postre y el café.
Ficha artística
El Fondo y la Forma, de Concha Jareño
Ciclo Flamenco Real
Teatro Real de Madrid
18 de julio de 2024
Baile: Concha Jareño y Adrián Santana
Cante: Ismael de la Rosa y Al-Blanco
Guitarra: José Almarcha