Cuando se habla de la tan manida pureza del cante, se olvida casi siempre explicar lo esencial. Antonio Mairena solía decir que la pureza era “el sabor al paisaje”, y estoy con él. Sí, sé que les sonará raro porque discrepo bastante de los postulados mairenistas, pero en esto estoy de acuerdo. Un cantaor de Alosno tiene que saber y hasta oler al paisaje de aquellas tierras de encinas, jara, aguardientes y tradiciones. No puede oler a Pamplona, ¿verdad? Ni un natural de Curro Romero a Pontevedra.
El mismo Antonio Mairena sonaba a su pueblo en determinados cantes, pero también a Alcalá, Jerez, Utrera, Lebrija, los Puertos o Triana. Hay un caso de una voz gitana que sonaba solo a Cádiz: la de Antonia Gilabert Vargas, La Perla, de quien el día 9 de este mismo mes de junio se van a cumplir cien años de su nacimiento en el Barrio de Santa María de la Tacita. Esta mujer era puro sabor a Cádiz, el cante gaditano sin injerencias foráneas, limpio, luminoso como un amanecer en la Caleta y siempre ajustado al compás más perfecto de la zona.
Era yo solo un adolescente cuando murió (1975), y sentí en la espalda el torniscón helado de su marcha tan temprana. A la Niña de los Peines le gustó más la Paquera, pero dijo una vez de la Perla que era “un buchito de agua salada de la Tacita”. Vas a Cádiz y nada más entrar abres una ventana del coche, te llega una brisa marinera y se te vienen a la mente los cantes de Aurelio, Manolo Vargas, Pericón y la Perla. Sabrías que estás en Cádiz aunque llevaras los ojos vendados.
«Nadie que quiera cantar al estilo de Cádiz puede saltarse a la hija de Rosa la Papera, porque correría el riesgo de no ser considerado un cantaor auténtico o una cantaora genuina y fiel a estos sabores y olores»
Si no pasara esto, este milagro de pureza, podrías estar en cualquier parte del mundo menos en ese rincón único, Cádiz, la olla donde se cocieron los elementos musicales y las esencias que propiciaron la creación de lo jondo. La Perla fue la depositaria de aquellos primeros sabores y esencias del cante gaditano, cuando ni siquiera se llamaba jondo o flamenco, que eso vendría mucho más tarde.
La Perla no fue una cantaora enciclopédica como la Niña de los Peines, pero no le hizo falta dejar una obra tan basta para quedar en la historia y ser referencia de genios, como doña Pastora Pavón y Cruz. Nadie que quiera cantar al estilo de Cádiz puede saltarse a la hija de Rosa la Papera, porque correría el riesgo de no ser considerado un cantaor auténtico o una cantaora genuina y fiel a estos sabores y olores.
Ir mañana a Cádiz a hablar de ella, de tan admirada maestra del cante gaditano, es un verdadero privilegio. Y una enorme responsabilidad, porque uno viene de otras tierras, aunque haya en mis raíces familiares aromas gaditanos.