Para mucha gente, Carlos Lencero (Badajoz, 1951-2006) sigue siendo un completo desconocido. No es del todo de extrañar, dado que siempre rehuyó los focos y las alfombras rojas. Para otros muchos, se trata tan solo del brillante letrista de Camarón o de Pata Negra. Y luego están los lencerianos o lenceristas que, si no son legión, sí son al menos una tropa fervorosa y fidelísima. Para todos ellos acaba de ver la luz el volumen Odisea del espacio. Textos flamencos (Fuego Fatuo), donde los primeros podrán descubrir a una pluma excepcional, los segundos entender su notable versatilidad, y los terceros revalidar su pasión por el personaje y su obra.
Como informa el prologuista Hugo J. Sánchez Rey, el volumen reúne una serie de escritos en torno al arte jondo de muy diversa índole, todos los cuales ofrecen caras distintas de la sentida y sabia afición del autor.
Empecemos por el final: por las letras. Una serie de retratos cantados, bajo el rubro Medallones flamencos, nos traen a la memoria a la Paquera (“Tuyas son las bulerías/ pero mío es el querer/ haber nacido mocito/ del barrio de San Miguel”), de Manolo Caracol (“¡No, no necesita balcones,/ Caracol, para cantarle/ al Cristo de los Faroles!”), Manuel Agujetas (“A golpe de martillo/ tienes hecha la cara./ Ya nunca tendrás fragua/ vives en un volcán”), Diego del Gastor (“Cinco japoneses corren/a locas por el bordón./Diego les sonríe, comiendo/ semillas de girasol”) o Bernarda (“Y si no canta,/ esa noche la luna/ no se levanta”), entre otros, y que han interpretado ya figuras como Diego Carrasco o La Macanita.
«No firmaría la mayoría de las canciones que he escrito si tuvieran que publicarse escritas. Están hechas para cantar, y ya lo puedes tú escribir en el más correcto castellano que el que la va a cantar le va a dar un deje andaluz»
También aparecen esos doce fandangos que escribe para Paco Toronjo cuando ya estaban los dos “con la salud quebrada”, pero con la ilusión de Lencero por dedicarle esas letras, y del maestro por recibirlas. Un botón de muestra:
El amor tiene tres puertas
y las tres yo fui a llamá:
pena, dolor y alegría,
salieron a contestá;
no sé qué puerta es la mía.
Le siguen (siempre en orden inverso) algunos textos que Lencero escribió para varios cedés, como la Antología inédita o la Integral de Camarón, o la reedición del Blues de la Frontera de Pata Negra, y una reveladora entrevista inédita con Ricardo Aguilera en la que cuenta su descubrimiento del flamenco de la mano de su padre, cercano a Pastora, el Pinto y Niño Ricardo, su conexión con los Amador de la mano de Ricardo Pachón y su concepción del oficio de letrista: “No firmaría la mayoría de las canciones que he escrito si tuvieran que publicarse escritas”, dice. “Están hechas para cantar, y ya lo puedes tú escribir en el más correcto castellano que el que la va a cantar le va a dar un deje andaluz”.
Tampoco se ahorraba su opinión sobre el pujante nuevo flamenco de los últimos años 90 y primeros 2000, que veía como “un mal, en principio”, pero también sabía que “esto no lo para nadie (….) El público pide otra cosa, la sociedad ha cambiado y la gente quiere algo que responda al latido de la sociedad. Lo insostenible era mantener el flamenco como una cosa arqueológica, intocable. Eso era una muerte anunciada, y a muy corto plazo. Lo que no quiere decir que siempre haya un tío en un pueblo –en Lebrija, en Utrera o en Cádiz– que se pegue una soleá y te deje tieso”.
«El público pide otra cosa, la sociedad ha cambiado y la gente quiere algo que responda al latido de la sociedad. Lo insostenible era mantener el flamenco como una cosa arqueológica, intocable. Lo que no quiere decir que siempre haya un tío en un pueblo que se pegue una soleá y te deje tieso»
No menos enjundiosos son los artículos reunidos en el apartado Obra periodística, publicados en revistas como La Flamenca o Alma 100, y que abordan desde personalidades señeras como Juan Talega, Diego del Gastor, Mairena, Chocolate, Terremoto o la Niña de los Peines, a asuntos como la Bienal de Flamenco o su experiencia en Mont-de-Marsan. Y concluye el sumario, aparte el prólogo y el epílogo de Ricardo Pachón y Luis Clemente, respectivamente, con seis cuentos (uno en verso) que no hacen sino confirmar lo que ya sabemos: que en Lencero la pasión por el flamenco y la escritura virtuosa son casi una misma pulsión.
“El flamenco es SIEMPRE riesgo y aventura, o no es flamenco”, proclama en algún momento Lencero así, con enfáticas mayúsculas. Eso parece decirnos también su mirada desde la foto de cubierta (acabemos por el principio), con su sombrero de ala ancha y en su mano la vara de acebuche que le otorgaron los gitanos en Zafra, orgullosamente asida.