El formato predominante del festival de flamenco veraniego es aquel que surgió como consecuencia del nuevo paradigma que a mediados del siglo pasado se impuso en el flamenco buscando una dimensión más vivencial y tradicional de lo jondo, mas integrando el imprescindible elemento profesional. De esta manera, se eliminaron los macroespectáculos de la época conocida como la Opera Flamenca, que, en el difícil y trágico contexto de la posguerra, divulgaron un repertorio musical más agradable, sustituyéndose por unos festivales veraniegos que recuperaron un repertorio más jondo. Así, se impusieron las interminables noches hasta las clarillas del día, con una puesta en escena muy castiza y uniforme: presentador, escenario de corte costumbrista y equipo de megafonía. A partir de aquí, cada cantaor, con su guitarrista y palmeros durante una hora, con la calurosa compañía de un público entregado y acompañado de ricas viandas. Es decir, se trató de imitar, pero a lo grande, los espectáculos ofrecidos en las también recién nacidas peñas flamencas: escuchar, disfrutar y aprehender el cante, sin renunciar al amable diálogo y cálida interacción entre aficionados.
Mas de medio siglo después, con una nueva manera de concebir el fenómeno jondo, otras formas de entender los festivales veraniegos están apareciendo. El género del flamenco ha dejado de ser considerado exclusivamente una música vivencial, íntima y tradicional, entrando de lleno en el terreno de las músicas cultas. El flamenco es un arte musical, y como tal tiene que tratarse en sus diferentes propuestas. ¿Se imaginan un concierto de ópera, jazz o música clásica enclaustrado en un espectáculo de seis horas seguidas? No se trata de eliminar esa dimensión vivencial del cante, sino de enriquecerla con cuidadas propuestas artísticas e intelectuales.
«Talleres didácticos, conferencias, exposiciones, audiciones, recitales comentados, homenaje, etc., convenientemente planificados y desarrollados durante cuatro o cinco días, serían las herramientas idóneas. Y con el mismo presupuesto, ni un euro más. Ejemplos, haylos, y con notable éxito, como el señero Festival de Lebrija»
¡Ojo!, la noche tradicional de cante debe mantenerse –en muchas poblaciones son auténticos acontecimientos sociales–, mas acortándola y no reduciendo el festival a la misma. El sustancioso presupuesto que los consistorios locales dedican año tras año al festival se puede redistribuir de tal manera que, respetándose dicha noche, en fechas cercanas se diseñen una serie de actividades diversas con un doble objetivo: cultivar la sensibilidad y reflexión del aficionado y acercar al no iniciado al flamenco. Talleres didácticos, conferencias, exposiciones, audiciones, recitales comentados, homenaje, etc., convenientemente planificados y desarrollados durante cuatro o cinco días, serían las herramientas idóneas. E insisto, con el mismo presupuesto, ni un euro más. Ejemplos, haylos, y con notable éxito, como el señero Festival de Lebrija, que este año ha celebrado su quincuagésima novena edición.
Entiendo que propuestas de esta naturaleza sean arriesgadas, pero no pasa absolutamente nada por probar. Si no funciona, siempre se puede regresar a lo que ya sabemos que va bien. Prefiero la equivocación desde un sensato atrevimiento a la comodidad de una zona de confort que, en el mundo del arte, impregnado por el continuo movimiento y cambio, no aporta nada. Evidentemente, una iniciativa de esa naturaleza debe contar con el asesoramiento de personas cualificadas y la participación de la afición local a través de sus diferentes asociaciones, a las que hay que involucrar.
Saludos flamencos.