“El flamenco tiene na’ más una escuela: transmitir o no transmitir” (José Monge Cruz, 1988)
Pocos aficionados no conocen la entrevista al joven cantaor de la Isla grabada en una pequeña finca de La Línea donde dice aquellas palabras. Los cambios estilísticos efectuados en la década de los 70 eran expansivos y fuertes. No todos tienen edad suficiente como para recordar aquel tsunami musical que arrasó en Madrid, Andalucía y luego el resto del país, llegando a transformar la austeridad del mairenismo en el agridulce camaronismo que puso la pauta a partir de entonces. Al verte las flores lloran: así llamamos a la grabación editada en 1969 que fue el comienzo del nuevo decir que nació de la colaboración de Camarón con Paco de Lucía. Recuerdo la primera vez que escuché al cantaor emergente. Estaba en casa de un amigo y me dice: “Escucha esto, a ver qué te parece”. A la primera me sorprendió el aire de la guitarra de Paco (con su hermano Ramón). Había una fresca contemporaneidad sacudiendo el polvo. Luego la voz de Camarón:
Métete en aquel rincón donde las mosquitas no te coman
Mosquitas no te coman, cuentas yo no le doy a nadie
Primita de tu persona, válgame Dios, compañera
Primita de tu persona
«Recuerdo la primera vez que escuché al cantaor emergente. Estaba en casa de un amigo y me dice: “Escucha esto, a ver qué te parece”. (…) Recuerdo también haber pensado que aquel muchacho tenía que haber estado sintonizando las emisoras árabes cuya música llegaba al extremo sur de España»
Y dijo el amigo: “Suena a un hombre mayor, ¿verdad? Pero es muy joven, apenas tiene veinte años”. La tesitura de su voz fue elemento fundamental de la atracción. Recuerdo también haber pensado que aquel muchacho tenía que haber estado sintonizando las emisoras árabes cuya música llegaba al extremo sur de España desde el otro lado del estrecho entregando seductores sonidos magrebíes al oído de José que también despachaba un aire canastero. A ver, ni Mairena ni Caracol habían soltado jamás un coro de “nayno”.
Se suele citar La Leyenda del Tiempo del año 1979 como la gran apertura que nos habilitó Camarón y su gente. Viviendo entonces entre Morón, Utrera y Madrid, yo no termino de verlo así. En 1976, cuando el flamenco estaba en pleno proceso de renovación, entré un día en la sección de discos de El Corte Inglés de la Plaza del Duque de Sevilla para ver qué nuevas grabaciones había. Un gran cartel colgaba desde el techo, Top Ventas de la Música Pop, donde dominaban las figuras de entonces: Camilo Sesto, Lolita, Jarcha, etc. En aquella lista figuraba Camarón de la Isla, siendo cantaor flamenco, por tangos. Comenté el “error” a una dependienta, que fue a decírselo a su supervisora, pero vuelve al poco rato para informarme que la lista está bien. Una canción popular de compositor fue fichada como “tangos”, sin ser un tango del clásico repertorio flamenco. Ese momento me cayó como la aceleración del proceso de renovación. La canción era la popular Rosa María, original de Camarón y Paco. Recuerdo que Miguel Acal, admirado periodista y estudioso del flamenco de entonces cuyo programa de radio escuchaba cada tarde, criticaba la inclusión de la canción en el repertorio flamenco: “Jamás de los jamases una canción compuesta antes de ayer al compás de tangos va a ser legítima inclusión en el repertorio del cante”, sentenciaba. Cómo han cambiado las cosas desde entonces.
El amigo José Manuel Gamboa, de la SGAE, me dijo una vez que Enrique Morente fue el primero en no citar los palos de los cantes en sus grabaciones, un cambio pequeño a la vez que dramático si te lo piensas. Hoy en día todos aceptamos las canciones de casi cualquier tipo en el acervo de cante, mientras que la música que la acompaña tenga ese soniquete flamenco que se deriva del compás, un decir flamenco y un modo musical habitual. Ha sido una modificación, una de muchas, que mueve las placas tectónicas del arte jondo.