De la inmensa variedad de estilos del cante flamenco, queda claro que el ganador absoluto e incondicional en cuanto a popularidad, variedad, versatilidad y volumen de grabaciones es la bulería.
Desde que Paco de Lucía y Camarón la pusieron de moda, desbancando la rumba, es poco corriente ver cualquier producto flamenco audiovisual que no incluya alguna bulería, y pocos espectáculos de cante o baile flamenco no rematan el último saludo con una pincelá por bulería. Pero no siempre ha gozado de tanta popularidad. De hecho, no es más que un adolescente en la gran familia flamenca. A comienzos del siglo XX, cuando otras formas básicas como las tonás, los fandangos, siguiriya o soleá formaban la espina dorsal del cante, la bulería apenas estaba en pañales, y con pocas excepciones las grabaciones más antiguas muestran un nivel casi vulgar de cancioncitas o temas folklóricos.
El estudioso del flamenco Francisco Rodríguez Marín, que nace en Sevilla en 1855, afirmó no haber conocido la bulería en su juventud, y en su libro El alma de Andalucía la tachó de una manifestación “nueva y rara, sin demasiado valor”, esto, en 1929 cuando no sólo figuras como el Pena, el Garrido de Jerez o José Cepero ya habían grabado variantes de la bulería, sino que la gran Pastora Pavón, La Niña de los Peines, tenía grabadas al menos media docena bajo varios títulos. Poco oportuna también la observación de Rodríguez Marín si tenemos en cuenta que el mismo año de la publicación de su libro El alma de Andalucía, personajes tan relevantes como El Cojo de Málaga, El Gloria, Juan Mojama o Manuel Torre graban bulerías, casi marcando el comienzo del reinado de este palo tan popular hoy en día. El musicólogo y flamencólogo Hipólito Rossy, que nace en 1897, también afirma no haber tenido muchas referencias de la bulería hasta la segunda década del siglo veinte, aunque añade con cierto aire altivo que “algunos” sí la cantaban y bailaban.
El compás
Para los estudiosos, el compás de la bulería es el mismo que el de la soleá, pero aligerado. En la práctica, sin embargo, y para los intérpretes tradicionales, apenas existe relación entre ambas formas. En sus comienzos la bulería guardaba un sencillo compás cuyo ciclo se repetía en medidas de seis, pero poco a poco dominaba el llamado “compás de amalgama”, dos medidas de tres, y tres de dos para sumar doce. Aunque la costumbre de relacionar números con el compás sólo nos conduce a un nivel elemental de entendimiento, porque en el flamenco los intérpretes trabajan la pulsación, o los acentos, independientemente de la perspectiva intelectualizada de paquetitos de doce. En la bulería en particular, se siente el compás como un tendero con pinzas que son los acentos que enganchan cantaor, tocaor o bailaor, cada uno a su aire, conformando un potente motor interno que da la característica energía que es la dinámica esencial de la bulería.
Aunque el compás por bulería es un marco universal dentro del flamenco, hay variantes locales inconfundibles. En Jerez es una velocidad más bien aligerada, en Utrera, más reposada y en Lebrija se favorece un vaivén que recuerda a los antiguos romances que también se cultivan en esta localidad.
Baile
Si el baile flamenco se cultivó en Londres y París como nos dicen los investigadores, el baile por bulerías, esa pataíta que guarda cada cantaor, guitarrista o bailaor, es autóctono y auténtico. En los grandes escenarios del mundo vemos coreografías, taconeo, batas de cola, mujeres hermosas y hombres bien parecidos que realizan virguerías con la mayor precisión: soleá, siguiriya, tangos, alegrías o taranto son los bailes de espectáculo más interpretados en la actualidad. En cambio, el baile por bulerías ha venido formándose in situ en un entorno no comercial: casas de vecinos, las gañanías de los cortijos, las tabernas y colmaos. Los mejores bailaores y bailaoras por fiesta son maestros del minimalismo, del gesto apenas insinuado y de la gracia. El experimentado festero Anzonini del Puerto (Manuel Bermúdez Junquera, 1918-1983) siempre decía que el que mejor baila por bulería es el que menos se mueve.
Cante
No hay más que un puñado de estilos que se podrían llamar “clásicos”, pero la bulería goza de una condición única en el repertorio del cante: se puede cantar bulerías, o por bulerías. Cuando Pastora Pavón canta Cielito Lindo, Pepe Marchena, Los cuatro muleros, Bambino, El poeta lloró, Porrinas de Badajoz, Ojos verdes, Lole, La mariposa, Camarón, La leyenda del tiempo, están cantando por bulerías, es decir, adaptando una canción, bien original, bien folklórica, bien popular, al compás de fiesta. El cantaor tradicional también se sirve de estos “derivados” para dar más variedad al producto, casi siempre intercalando alguna bulería corta o clásica.
Ha habido muchos cantaores y cantaoras especializados en las bulerías, pero un solo personaje proyecta una sombra gigantesca sobre todos los demás: Francisca Méndez Garrido, Paquera de Jerez (1934-2004), por su compás, poderío y capacidad de conmover con una forma que algunos tachan de “chica”. Su desaparición en el 2004 ha dejado un hueco difícil de rellenar. Otros nombres a tener en cuenta, además de los ya aludidos, son Bernarda de Utrera, Terremoto de Jerez o La Perla de Cádiz, entre muchos otros.
Guitarra
El guitarrista solista o de concierto, cuando toca por bulería, hace uso de muchas opciones musicales, y no existen más límites que los de su propia imaginación. Paco de Lucía abrió caminos nuevos en el toque por bulería, y hoy en día jóvenes fenómenos están explorando territorio desconocido. Manuel Moreno Jiménez Manuel Morao (Jerez de la Frontera, 1929) y Manuel Fernández Molina Parrilla de Jerez (Jerez de la Frontera, 1945-2008) han sido grandes creadores del sonido jerezano por bulerías, y tampoco podemos hacer caso omiso de la escuela granadina que alcanzó su auge con Juan y Pepe Habichuela (1933-2016, y 1944 respectivamente) y Juan Santiago Maya “Marote”, (1936-2002).
Si las demás formas son vasos llenos donde van los intérpretes a beber, la bulería es un gran vaso vacío que cada uno llena a su antojo.