Ser flamenco implica no ser turista, sino viajero, elegir las rutas que conducen a un mismo destino, en nuestro caso el flamenco, e ir, por tanto, de un sitio a otro, explorar nuevas sensaciones, involucrarse por consiguiente en el paisaje y luego, tras descansar en la piedra negra de la memoria, contar todo lo observado a fin de compartir los momentos especiales, esos instantes únicos, llenos de significado y que nos enseñan lecciones valiosas.
Es lo que hicieron los viajeros románticos de los siglos XVIII y XIX por España, que buscaron lo distinto, lo desconocido. Y es lo que nos hemos propuesto en Expoflamenco: un viaje al flamenco sin salir de Londres, o más concretamente del Sadler’s Wells Theatre, el Olimpo de la danza, aventura de las que conservamos no pocas referencias bibliográficas, tantas que la valoración del público londinense ha hecho que nuestros bailes nacionales superen con creces la apreciación que les tenemos en España.
Verbigracia. El fandango entró en el Teatro Real londinense en 1783, y a partir de ahí proliferan la presencia de los bailarines españoles a partir sobre todo de la subida al trono de España de Isabel II en 1833, que con el cierre de los teatros y el paro que ello supuso para los artistas, uno año después los bailarines de los teatros de Madrid, con el permiso de la autoridad real, ya triunfaban en todos los escenarios europeos.
Y hete aquí que noventa años más tarde nos encontramos con que Rocío Molina ha inaugurado el XIX Flamenco Festival London con Al fondo riela (Lo Otro del Uno), segunda entrega de su trilogía sobre la guitarra que, como su nombre indica, si rielar es brillar con luz trémula, temblorosa, la oscuridad de la propuesta no impidió ver a la estrella, pues a no dudarlo es la más excelsa actuación que el crítico recuerda en los últimos años de la artista malagueña, que si sacó la luz de la farruca, tan original, hizo al público ver más allá de la seguiriya y les avisó de que la sombra no existe en la soleá, baile ejecutado con bata de cola que se adelanta a lo que ha de venir: envuelta en un traje estampado y con capucha, se quita ésta y queda liberada de toda negatividad, con lo que el público, rendida a sus pies, ya espera deseoso el tercer bloque de su trilogía.
En este 2024 quedará, en consecuencia, Rocío Molina en la memoria de este festival, como antaño lo hicieron Manuela Perea, que junto a Félix García actuó en el Her Majesty’s Theatre en 1845 bailando boleros, cachuchas y seguidillas. Y nueve años después triunfaría con cachuchas, oles, boleros y fandangos, términos todos claros de luz que brillaron en el interior de nuestras bailarinas sin que fueran apagados por ninguna oscuridad. Tan despejados como influyentes, dado que la inglesa Fanny Stanley sorprendió en marzo de 1851 con el ole, el vito y la escuela bolera.
No obstante, quien igualmente acarreó la luz del camino de nuestra identidad cultural fue Vicente Amigo, que con un atrás de rango superior hizo Memoria de sus sentidos. Nada más sonaron los primeros acordes aunque con acoples por taranta minera y tangos, el instrumentista transmitió la sensación de un sonido compacto y firme, tan contundente y restallante como flexible y sutil en su alternancia con la bulería por soleá, el zapateado o el tango rumba, impresión que fue la tónica dominante de todo el concierto.
Quiero decir que la formación grupal de Vicente Amigo ofreció algo no siempre logrado, el equilibrio entre la solvencia y textura de las cuerdas de su guitarra y el correspondiente acierto y brillantez del quinteto acompañante, de lo que se infiere estar ante un sonido tan personal e inconfundible como el de los grandes que le precedieron, sin que por ello haya que mencionar las referencias más evidentes en la soleá a Sevilla, la bulería o el “bis” del ‘Réquiem’ a Paco de Lucía, lo que viene a constatar por qué posee tanta solvencia y resolución técnica como sus antecesores.
«Expoflamenco ha sido testigo de cómo persiste la gran pasión por el flamenco en Londres. Teatro lleno todos los días y se confirma la sensación de que si con lo nuestro como pretexto hemos conocido algo más de medio mundo, en la capital de Inglaterra lo hacemos con la convicción de que no hay dos viajes iguales aunque sí un denominador común: contar una historia de la vida real de nuestra cultura que tanto influyó en nuestras vidas, pero también en la formación de las personas ajenas al rostro identitario de la marca España»
Pero hay más en esta Memoria de sus sentidos. A Amigo en Londres le escuchamos tremendamente clásico en sus enfoques durante el concierto, casi contemplativo en la lectura de sus propias partituras, que a la postre resultaron un tanto previsibles para quien lo conoce hace ya cuarenta años, por lo que confirmo que sigue deslumbrando en su mimada resolución técnica. Es claro en su disposición y decidido en su ejecución, por lo que nadie le cuestiona que sea un músico con genio y personalidad apabullantes.
Son los patrones predecibles que se registraron el año 1918 con el estreno en el Teatro Alhambra londinense de El embrujo de Sevilla, a cargo de Antonio de Bilbao, que en realidad era sevillano, o la que Carmen Amaya formó seis lustros después en el Princes Theatre, de Londres, donde obtuvo tal éxito que recibió la felicitación de la Reina de Inglaterra, por lo que la prensa le dedicó un reportaje gráfico con el título de Dos reinas frente a frente.
Y aludiendo al dueto y al reinado sobre la libertad, el espectáculo que nadie se puede perder –bueno, sí, Sevilla–. Indico el que impusieron Alfonso Losa y Patricia Guerrero con la presentación de Alter ego, un montaje que articulado sobre la soleá, serrana, caña, fandango del Albaicín, guajira, bulerías y alegrías por sevillanas, es magro e íntimo, tan íntimo que casa a la perfección con el altísimo nivel de perfección técnica del madrileño y la granadina, y donde si el uno es el yo del otro es porque, después de explorar la dualidad del ser como técnica tan usada en literatura y de ahondar en sus paralelismos o de sumar identidades con el cante y la guitarra, alcanzaron el máximo de la dualidad humana, la personalidad derivada en una tercera persona.
Fue el triunfo tan insultante que a la salida del Sadler’s Wells Theatre aún resonaban en nuestros oídos los aplausos y jaleos de un público que, con vasos en mano –aquí se permite la bebida por si asoman los malos tragos escénicos–, agradecían la invasión en sus corazones del Alter ego de Losa y Guerrero, pareja artística que ha sido, en consecuencia, como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde en la novela de Robert Louis Stevenson, dos superhéroes del baile flamenco en sentido estricto pero con identidades secretas.
Algo así pudo haber ocurrido años ha cuando, en 1889, la bailaora jerezana Juana la Macarrona entusiasmó al público en el Gran Teatro de la Exposición de París, y el sevillano Maestro Otero, en 1892, llevó sus cuadros flamencos a la Exposición parisina pero también a Londres, con motivo de la coronación del Rey Jorge V. Por no recordar a Carmencita, diminutivo de Carmen Daucet, la cuñada de El Rojo el Alpargatero que estuvo en Londres en 1895 exhibiendo su dominio de la cachucha, el bolero, el vito, la petenera y el fandango.
Pero si hay dos capítulos que retienen los del lugar porque hicieron historia en el Sadler’s Wells Theatre, estos arrancan hace 30 años con la maestra Cristina Hoyos, que conquistó Londres durante dos meses con sus Sueños flamencos, con el que abrió el Festival de las Artes Españolas ante la infanta Cristina y el príncipe de Gales, hoy Rey Carlos III de Inglaterra, y lo acaecido hace 20 años, cuando Manuela Carrasco y El Chocolate embrujaron al público británico en el mismo foro con el espectáculo Gala de Sevilla.
Expoflamenco ha sido testigo, por tanto, de cómo persiste, pese al tiempo pasado, la gran pasión por el flamenco en Londres. Teatro lleno todos los días y se confirma la sensación de que si con lo nuestro como pretexto hemos conocido algo más de medio mundo, en la capital de Inglaterra lo hacemos con la convicción de que no hay dos viajes iguales aunque sí un denominador común: contar una historia de la vida real de nuestra cultura que tanto influyó en nuestras vidas, pero también en la formación de las personas ajenas al rostro identitario de la marca España.
Si lo que mueve a conocer el destino es la riqueza cultural, den por seguro el lector y la Administración Pública española que un viaje al flamenco en 2024 sin salir de Londres es el mayor reconocimiento a nuestra más preciada seña de identidad.
Imagen superior: Rocío Molina sorprendió al público dialogando con la guitarra. XIX Flamenco Festival London. Foto: Adrián Ruiz Martín