Para el desglose de este artículo, publicado al completo en la prestigiosa revista Candil de Jaén, decidí que el título más idóneo sería ‘La zambomba, la pervivencia de un milagro cultural’. En efecto, esta antigua costumbre popular del pueblo hispánico ha ido evolucionando con los tiempos para seguir muy viva pero en diferentes cauces expresivos. (Foto: Grazalema, una villa de la Sierra de Cádiz)
Bien es cierto que, de modo paulatino, se ha ido pasando de una participación grupal y espontánea a otra donde confluyen espectadores y actuantes. Hoy día, conviven las reuniones tradicionales con las aflamencadas e incluso con espectáculos flamencos de la Navidad sin que ninguna forma tenga que ser mejor que la otra, ni tengan porqué estar enfrentadas. Es una cuestión evolutiva que ya con mantenerse ha conseguido un verdadero milagro; si pensamos que algunos romances vienen del medievo y se siguen cantando en pleno siglo XXI… En cambio, resulta curioso como muchos sectores o localidades se quieren hacer con la autoría, incluso exclusividad, de una costumbre ‘entrañablemente hispánica’, un término adoptado por el investigador portuense Luis Suárez Ávila para hablar del romancero.
La zambomba va integrando un repertorio folclórico de tradición oral que fue elaborándose como una sedimentación de elementos de muy distinta procedencia desde la Edad Media hasta nuestros días, como así haremos constancia llegado el momento. Es decir, la zambomba no tiene un autor definido y, en cuanto a la geografía, era un rito que se desarrolló en toda España (incluida Latinoamérica). Si bien en algunos focos, como Arcos y Jerez, arraigó y se conservó con mucha más fuerza que en otros enclaves, asegurando de algún modo su continuidad en el siglo XXI. Pero, todo a su tiempo, porque llegados a este punto conviene revisar algunas cuestiones como el vital aporte de las villas al repertorio de la zambomba.
El villancico y el origen rural de un repertorio
Por “villancico” se entienden aquellos cánticos que solían hacer los villanos (entendido en su sentido más estricto; es decir, como “habitantes de las villas”). Del latín villanus-i , ya en 1605 “villancico” designó primero al labriego que las habitaba y, más tarde, a aquello que cantaban en sus ciclos vitales, no solo el navideño. Estos ritos, que nos llevan directamente a lo folclórico y su naturaleza colectiva, estaban asociados a canciones de temporada, faenas y otros como el carnaval, la Noche de San Juan o la propia Navidad.
El diccionario Espasa recoge con claridad este sentido etimológico y denomina a los villancicos como “tonada ingenua cuya poesía y música inventa el pueblo campesino y que, tomada luego por el artista, su espíritu es de nuevo asimilado por el pueblo y revestido de formas diversas, fluctuando así entre la composición desaliñada y la culta”.
Cuando se habla de Jerez, un elemento muy importante de la configuración de su zambomba fue la migración que recibió de naturales de la serranía de Cádiz y su ámbito rural. Allá por el comienzo del siglo XX, vecinos procedentes de Arcos, El Bosque, Bornos, Villamartín, Grazalema o Medina Sidonia, entre otras localidades, se establecieron en la que entonces era una próspera ciudad del vino y sus industrias adyacentes. Con ellos, Jerez recibió un buen porcentaje de repertorio que hoy se canta en la zambomba, una profunda y variada manifestación colectiva y al que se quiere colocar el cartel de una dudosa denominación de origen.
Continuará…
José María Castaño
Estos apartados los publiqué en un artículo para el número 163 de la prestigiosa revista flamenca «Candil» de la Peña Flamenca de Jaén sobre el origen y evolución de la zambomba.
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