Rosana de Aza: «Una soleá o una seguiriya de toda la vida son tan perfectas que no hace falta más»
Empresaria, artista, flamenca. Mecenas del flamenco más puro y tradicional. La fundadora y directora de la Casa de la Memoria (Sevilla) y el Centro Cultural Flamenco de Madrid sabe que los niños escuchan otros sonidos, otras velocidades, otros movimientos. Pero ella tiene una sagrada misión.
Enfilas la calle Sierpes y desembocas en la Campana, la médula de la vieja Híspalis. Giras a mano derecha y te asomas a la calle Cuna. Hay dos artistas flamencos en un balcón: un tocaor y una bailaora. Siempre están allí. Son de cartón piedra, eso parece. Un original reclamo para un centro cultural flamenco que responde al nombre de la Casa de la Memoria. Un edificio histórico, originario del siglo XV, que albergó las antiguas caballerizas del contiguo Palacio de la Condesa de Lebrija. Definitivamente, no es un espacio más de músicas en vivo y exposiciones. Y no solo por su coqueto patio arábigo-andalusí, sus puertas de la vecina Fez, sus vitrinas de artesanías locales, sus paredes adornadas con antiguos carteles de faralaes. Su atmósfera y sus ecos de cantes con solera. Es que al frente de semejante vergel de lo jondo –y de su hermano norteño, el Centro Cultural Flamenco de Madrid– está una gran señora con un amplio bagaje como mecenas de la pureza flamenca.
Rosana de Aza es granadina. No lo dice en voz alta. «Por diferentes motivos, no fue una ciudad agradable para vivir», reconoce. Marchó joven a Sevilla, pero no puede ocultar que estudió Filología Hispánica en aquella universidad. Que fue de las primeras alumnas de la Cátedra de Flamencología de Pepe Heredia Maya. Que nació en la Carrera del Darro. Allí le aprisionó la literatura medieval, en especial el romancero. Y comprobó cómo el romancero va llegando a nuestros días a través del flamenco. Esa es su pasión. Filóloga, empresaria, flamenca…
– Y poeta, ¿no?
– Sí. Mi profesor Pepe Heredia Maya era poeta. Él y Juan de Loxa me animaron a escribir, les gustaba mi poesía. A través de ellos entré en el circuito de actividades culturales de la Universidad de Granada. Tengo un par de libros publicados.
– Y pintora.
– Dejé de pintar hace veinte años. Fue una etapa de mi vida. En este momento no me interesa ejercerla. Me resulta mucho más completo lo que hago. Es decir, mi vida artística y creativa está absolutamente saciada con mi dedicación a los espectáculos de flamenco. Selecciono artistas y estoy empezando a producir. Digo lo que quiero ver, ellos lo estudian. Si necesito ayuda de dirección artística o coreográfica, la busco. Eso satura totalmente todas mis inquietudes.
– Usted es flamenca flamenca. Y chanela de cante.
– Mi pasión sigue siendo el cante. Yo he definido alguna vez el cante como una pasión que se oye. Y chanelo, sí.
– A la vista de lo que ha construido en Sevilla y Madrid, usted es como una mecenas del flamenco. Una especie de Cristina Heeren en granadino.
– Creo que las actividades de Cristina y la mía son complementarias, pero no iguales. De hecho, considero lo que ellos hacen como algo indispensable. Incluso me nutro de sus alumnos. Sería como el siguiente paso. Ellos forman a artistas y aquí hay una posibilidad de que trabajen. Yo no tengo una vocación didáctica, es más de creación de espectáculos. Yo soy una artista. Necesito crear esas imágenes, suscitar esas emociones que antes generaba en mí la pintura. Ahora, con escuchar un espectáculo ya sé si va a funcionar. Soy mecenas, pero también lo hago por egoísmo. No podría vivir sin hacer esto. Me aporta muchas satisfacciones, mucha felicidad. Luego, ves que gente que ha empezado contigo va ganando la Lámpara Minera, La Perla de Cádiz, Alcobendas Flamenca, la guitarra de Córdoba… Lo disfruto como un éxito propio.
«¿Cómo no va a cambiar el flamenco si están cambiando las capacidades de ver, de sentir y de percibir? Sin duda cambian hacia sonidos más superficiales, mas banales»
– Sobre la Casa de la Memoria, ¿por qué la palabra memoria? ¿Se nos ha olvidado algo?
– Se nos está olvidando mucho. El nombre completo es Casa de la Memoria de Al-Andalus. Yo llegué desde Granada y me fascinó de Sevilla su luminosidad, su apertura de carácter, su belleza estética, tanto barroco… Era muy diferente a esa tristeza, esa agua oculta que llora que es Granada. Aquí me sentí mejor, empecé a desarrollar mis habilidades artísticas. Y como granadina, ahí me salía la nostalgia de Al-Andalus. Pensé que sería bueno crear un centro que fuera testigo de la Andalucía medieval. La época medieval en el Al-Andalus sevillano antes de ese barroco que se lo comía todo. Queda muy poca huella morisca. Entonces organizamos la Casa de la Memoria de Al-Andalus en la sede anterior del barrio de Santa Cruz. Aquello estaba destinado a exposiciones. Después vimos que había una demanda de escuchar músicas de raíz: música arabigoandalusí, sefardí… y flamenco. Empezamos haciendo solo cante, luego nos abrimos al baile. Pero lo que amo con locura es el cante. Cuando escucho cante es como si se pusiera de acuerdo lo que escucho con lo que llevo en mi interior. Y mira que a veces las letras de soleares y seguiriyas suelen ser trágicas. Pero me generan una paz interior como la lectura de la buena poesía. Mucha emoción, plenitud estética.
– Preséntele la Casa de la Memoria a quien no conozca aún esta institución.
– Es un pequeño tesoro. Un reducto del flamenco tradicional. Flamenco al estilo antiguo, puro.
– ¿Ese gusto por lo puro es el elemento diferenciador respecto a otros espacios escénicos de la capital andaluza?
– Naturalmente. Aquí no se admiten ni fusiones, ni cajones… A veces me pregunto qué derecho tengo yo a ser guardiana de nada ni de nadie. De limitar a los artistas. Pero la tendencia mía es esa. Una soleá de toda la vida o una seguiriya para mí son tan perfectas que no hace falta más. Qué vas a innovar, qué vas a mover de ahí que te suscite mayor emoción que la que eso suscita. Yo tonta no soy. Sé que tiene que haber de todo, que la tendencia es a la evolución. Que los niños tienen dispositivos móviles donde se escuchan otros sonidos, otras velocidades, otros movimientos. ¿Cómo no va a cambiar el flamenco, si están cambiando las capacidades de ver, de sentir y de percibir? Y sin duda cambian hacia sonidos más superficiales, mas banales.
– La Casa de la Memoria programa flamenco en el centro de Sevilla, pero no es flamenco para turistas. ¿El público es consciente de ese gusto por preservar la tradición?
– En su gran mayoría, sí. Vienen aquí por eso. Igual que hay gente que nunca vendría aquí. Tú puedes ver el flamenco como cultura o verlo como ocio y diversión. El que necesita tomarse una copa y un plato de jamón no viene aquí, porque aquí no le vamos a dar eso. Nuestro flamenco es de otra cualidad.
– ¿Y por qué decidió exportar este concepto a Madrid?
– El Centro Cultural Flamenco de Madrid es como el hermano menor de la Casa de la Memoria. Nació el 14 de febrero, una fecha simbólica. Y la performance de presentación llevaba por título Un amor de flamenco. Lo que hemos hecho es producir, con motivo del centenario de la llegada de Federico García Lorca, el espectáculo monográfico Lorca poeta flamenco. Quería traer a la memoria ciertas cosas del baile femenino antiguo que se están perdiendo. Ahora todo el mundo da saltos con una velocidad de vértigo. Todos hacen piruetas, pero no se mueve el mantón con aquella parsimonia, no se utiliza el pandero –de la Zambra de Granada–, el bastón, las propias castañuelas… Son pocas las bailaoras que las tocan, o no las quieren sacar. No quieren deleitarse en el baile con otra lentitud. Parece que si no eres veloz y haces mucho ruido no eres bueno. ¿Por qué Madrid? Mi madre es madrileña. Yo he estado muchas veces el año pasado por allí y detecté que no había nada como la Casa de la Memoria. Es algo muy pequeñito, un aforo de solo cincuenta personas, y en un barrio que no parecía flamenco, Chueca. Pero sí que lo era. Allí estaba el Café de la Bolsa, uno de los más importantes cafés cantantes de Madrid. Y no lo habremos hecho mal cuando la Asociación Española de Profesionales de la Imagen nos acaba de premiar como el local mejor rehabilitado y que fortalece la Marca España. Una forma de mostrar lo español con calidad y rigor, sin concesiones al folclore, a los lunares rojos y a los mandiles del toro.
«El turista se cree que aquí nos acostamos bailando y nos levantamos bailando. Esto es una profesión, que además deriva de una tradición que hay que preservar»
– ¿Para estos menesteres culturales arriman el hombro las administraciones?
– Yo no he recibido absolutamente ninguna subvención. Lo hemos hecho con esfuerzo y trabajo. Y a nivel empresarial las cosas están muy difíciles, porque la presión fiscal es muy fuerte. Las empresas vamos al límite. Luego ves cómo distribuyen las subvenciones… Además, por mi ritmo de trabajo tampoco puedo dedicarme a papeleos y burocracias. Nosotros somos currantes cien por cien.
– En su opinión, ¿se explota suficientemente el flamenco como turismo cultural?
– Ni se explota suficientemente ni se gestiona bien. Aquí habría mucha tela que cortar. Mucho que estudiar con una buena planificación, con apoyo institucional. El turista se cree que el flamenco es algo así como que aquí nos acostamos bailando y nos levantamos bailando. Pasan por nuestra puerta y no aprecian por qué hay que pagar una entrada, si ahí atrás hay unos chicos bailando en la calle. La gente no valora lo que cuesta una guitarra, las horas de esfuerzo, aprendizaje y ejercicio de un guitarrista para poder tocar en público, el coste de un traje o unos zapatos de flamenca. Y un cantaor ni te digo. Esa parte tendríamos que mostrarla. Esto es una profesión, que además deriva de una tradición que hay que preservar. Hay una calidad, una perfección técnica que conlleva un dinero y un esfuerzo.
– ¿Se vive de distinta forma el flamenco en Madrid y en Andalucía? ¿El público es diferente?
– Los flamencos son flamencos en todos lados. En Madrid he encontrado una gran familia flamenca de aficionados, artistas. Y público que llevaba su duende ahí dentro y no tenía dónde ir. Gentes que les encanta el cante puro y se sienten allí arropados.
– ¿Qué le parece la dirección que lleva actualmente el arte flamenco? ¿Va en esa línea que defiende usted de salvaguardar lo tradicional?
– Hay una parte del flamenco que protege la tradición. Unos cantaores y guitarristas excelentes. El último que me ha maravillado es Antonio Reyes. Me encanta cómo canta ese hombre. Y su hijo Nono Reyes, con 19 años, toca la guitarra que quita el sentío. A mí eso me suena a tradición tradición. Y creo que hay muchos más como ellos. Pero luego están todas esas cosas modernas que se dan ahora y que son inevitables. Los flamencos también aprovechan las tecnologías, cómo no. ¿Son más flamencos o menos flamencos? Son diferentes. Desde luego, no se pueden meter en el mismo saco. Lo otro también existe y no me parece malo. También en su momento estaban que si la ópera flamenca, que si lo otro… Tú te pones a investigar los trajes de las bailaoras de principios del siglo XX, hasta los años 30, y ves trajes de moras, de odaliscas… Había una renovación entre el romanticismo tardío en Europa y el regionalismo en España, neomudéjar, neomorisco, que hizo que esas cosas se pusieran de moda. En las fotografías antiguas se ven los artistas vestidos de moros, las pipas largas, las decoraciones de la Alhambra… ¡Más tergiversación que eso! Siempre ha habido tendencias a lo que quería el mercado. Somos hijos de nuestro tiempo. Un flamenco del siglo XIX no difería mucho de un flamenco de 1940, 1960 o 1980. Pero después de eso han llegado Internet y los móviles. Todo es una derivación lógica de los tiempos y los mercados. ¿Eso acabará con lo otro? No lo creo.
– ¿El baile flamenco ha perdido feminidad?
– Me parece que sí. Para eso he creado el espectáculo Lorca poeta flamenco. Y sin bailaores masculinos. No puedes imaginar cómo mueven los mantoncillos pequeños, las castañuelas, los volantes… No hay rojos ni negros. Todos tejidos naturales: linos, algodones… Como era antes. No es lo mismo mover un volante sintético de plástico que uno de algodón. Todo eso lo hemos tenido en cuenta.
«El flamenco recoge la lírica popular, pero también la tradición morisca y sefardí. Así somos nosotros. Nos interesa reconocernos en un espejo completo, no un espejo de una parte»
– Usted es mujer. Gestiona culturalmente el flamenco. Es empresaria. Díganos: ¿en el flamenco hay un problema de machismo?
– Yo creo que hay un problema de machismo en la sociedad. Eso lo sabemos todos. Pero a mí, como empresaria, en el mundo del flamenco se me respeta igual que a un hombre. Yo, además, he demostrado un rigor y una seriedad en los pagos y en los cobros. El mundo del flamenco, el mundo gitano en particular, respeta a una mujer que sabe lo que hace y que tiene una cierta edad. Sin problema ninguno.
– ¿La fusión y el nuevo flamenco son el enemigo a combatir?
– Si no los dejamos, no. No son el enemigo, son otra cosa. Como en su momento lo fueron la ópera flamenca, esos ritmos orientales de los que hablaba, esos espectáculos de varietés… Pero el flamenco puro sigue existiendo. En cierto modo, para que algo no se rompa tiene que ser flexible. Si te pones muy rígido y el viento sopla fuerte, la hemos liado.
– Sevilla no tiene aún un gran museo del flamenco o un centro de documentación flamenca. Su Casa de la Memoria y el Museo de Cristina Hoyos son lo más parecido.
– Para un gran museo flamenco y de documentación haría falta un edificio de diez mil metros. Imagina la inversión.
– La Casa de la Memoria está repleta de obras de arte. ¿Casan bien el flamenco y el arte?
– Es que el flamenco es arte. El que tiene sensibilidad para la música la tiene para la estética. Aprecia un lugar bonito, bien cuidado, que te habla a través de sus muros. Aprecia una artesanía de calidad, las cosas hechas aquí, en Sevilla y Andalucía. Pero claro, si el flamenco puro desaparece la gente se quedará con el flamenquito con ka. Con lo que quede. Si la artesanía desaparece… No, el arte nunca desaparecerá. Siempre habrá pintores, músicos… El arte está en nuestra prehistoria. Hasta esos bisontes de las paredes seguían unas líneas hermosas.
– ¿Los niños y la tercera edad son la asignatura pendiente del flamenco?
– Sí, lo son. La tercera edad tiene tiempo, pero no tiene dinero. Tampoco tiene disponibilidad horaria. Son personas que se recogen temprano. No hay muchos circuitos que informen a esas personas de las posibilidades que tienen de escuchar buen flamenco. Están un poco perdidos. Y respecto a los niños, yo creo que es necesaria una formación. El flamenco, aparte de universal y español, fundamentalmente es andaluz. Debería haber una asignatura de formación en historia del flamenco, conocer nuestras raíces, lo que ha pasado aquí. Además, si investigas más a fondo, el flamenco recoge esa tradición medieval de la lírica popular, pero también tradición morisca, tradición hebrea medieval española, tradición sefardí… Es que somos nosotros. Nos interesa reconocernos en un espejo completo, no un espejo de una parte. Si en el espejo solo aparecen las matemáticas y la tecnología, esos ya no somos nosotros.
– ¿El flamenco es un buen negocio?
– Puede ser suficiente negocio. Pero un buen negocio, no tanto. Mucho gasto, mucha inversión… Como todos los negocios. Yo no lo miro como un negocio, me basta con que se pague todo. Y como enriquecimiento personal. Reinvertir en producción de discos, deuvedés, libros… No es lo mismo tener un establecimiento flamenco que un supermercado. Aquí hacen falta artistas ahí detrás.
– ¿El flamenco es una cultura para minorías?
– Yo no diría minoritaria. Diría menos mayoritaria.
– ¿El flamenco es digno de museo?
– Por supuestísimo. De museos, porque hay muchas facetas de flamenco. Los turistas, en general, buscan la imagen exterior, ese imaginario social que se ha creado del flamenco. Y eso es el espectáculo flamenco.