“Sigue el dinero” es un eslogan popularizado por la película-docudrama de 1976 Todos los hombres del presidente, que sugiere que la corrupción política puede salir a la luz examinando las transferencias de dinero entre partidos. Que la investigación sobre el flamenco reciba cero euros de las administraciones públicas exime a los investigadores de estar metidos en cualquier tipo de tejemaneje respecto de las ayudas que se otorgan al flamenco, sea para la producción teatral, discográfica o formativa, esta en mi opinión la única realmente necesaria. Hacer un seguimiento del camino que sigue el dinero que se dedica al flamenco ayudaría a comprender algunas trayectorias, inexplicables por cuestiones artísticas, esas que si no fuera por la ayuda que reciben de las instituciones no darían más que para algún recital esporádico en alguna peña perdida. Hay otra vía que cada vez es más frecuentada por algunos que se dicen artistas, me refiero a las propuestas basadas principalmente en sacar los pies del tiesto bailando por soleá haciendo el pino, por ejemplo. Y sin embargo, ahí están, luciendo palmito como si se tratara de auténticos fenómenos, y que llegan a los setenta años siendo “jóvenes promesas”.
Escuchando el otro día a una de esas promesas, me decía, debe tener buen padrino para salir con tanta parafernalia cantando más bien reguleras. Y ahí está, semibailando y cuasicantando un estribillo clásico con letra adaptada del todo ñoña y repetitiva. Eso es de tener poco gusto, la verdad. Algo que se repite con demasiada frecuencia. Buscas una de las muchas melodías del repertorio flamenco, le cambias la letra clásica, acomodas con calzador unos versos mal traídos y hala, ya está, flamenco contemporáneo al canto (al cante). Un productor con el oído y la cabeza bien amueblados no dejaría pasar semejante muestra de pésimo gusto. Lo malo es que casos así abundan, son prácticas generalizadas, no es mi intención referirme a nadie en concreto, solo quiero poner negro sobre blanco la injusticia de apoyar a quien no lo merece.
Encaramarse en lo alto de las listas de éxitos con el flamenco siempre ha sido difícil, aunque en esta tierra de amigos de lo vulgar el buen gusto brilla por su ausencia. Para triunfar debes alejarte del sonido antiguo, debes adentrarte en el territorio de la música pop, encontrar una tonada pegadiza, ser más bien mono o mona, bailotear alejándote en lo posible de los pasos de la elegancia metiendo posturitas de toque violento que te hagan parecer rebelde sin causa, dar un cobazo de gran categoría con miradas desafiantes mil veces ensayadas ante el espejo y… un pasito para alante y otro para atrás, y ya tienes hecho el videoclip. Las redes hacen el resto, salen hablando de que si los puristas esto y las vanguardias lo otro y listos todos los ingredientes del guiso. Llevo tres décadas trabajando con mayor o menor intensidad en la cada vez más arruinada industria discográfica y he visto muchas veces cómo se cocina un artista, como si de un producto de laboratorio se tratase. Esa industria, incluyendo a los medios, que está empeñada en ningunear lo clásico (que por cierto vivirá para siempre gracias a una afición fiel y amante sincera del arte), deseando ensalzar cualquier producto siempre y cuando tenga ingredientes de corte trasgresor al uso, a saber, estética musical y vestuario de reguetón, batería y bajo que no falten, y si hay claqueta y caja de ritmos mejón, palmas y pies a tutiplén, echar mano de repertorio clásico para dar el pego de que eres muy aficionado/a, que te sabes tos los cantes, y juras y perjuras que te encantan Chacón, Mojama y Marchena y que tu abuelo fue un buen gitano. Que mueres con Paco de Elche y estás al día en el toque y baile más actual, colaboras en los vídeos de tus colegas hasta que ya te empiezan a llamar, no los festivales de verano, claro, pero sí apareces anunciado en los de rock y pop multitudinarios, esos donde hay jurdó y salen en el telediario de las tres. No apareces por los toros, y te da un patatús si no te invitan a las galas de los premios de esmoquin y tiros largos. No estar en los Goya es no ser nadie en ese mundillo de cartón piedra y paparazzis. Eres una estrella del pop pero te gusta ronear de ser el más flamenco/a que vive al sur de los Pirineos.
«El dinero público es de todos y no debería ser repartido por alguien que tiene la natural tendencia a arrimar el ascua a su sardina y dárselo solo a los amigos, negando el pan y la sal a quien no comulga con sus ideas»
Si supiéramos dónde van los dineros saldrían a la luz muchas injusticias, que premian a los que no lo merecen y dejan en la cuneta a muchos grandes, seguro, y entre esos, algunos se las ven y se las desean para hacerse un hueco en la desde siempre competitiva carrera de artista. Da coraje ver cómo se celebra el cincuenta aniversario de un “cansautor” que en los años sesenta era más popular que hoy y vive del cuento desde que se compró el disfraz de perseguido, justo en enero de 1976, cuando lo más que hizo fue correr “por sport” delante de los grises y cantar con acento neoyorquino. Al menos el cantante de Los Bravos, que se hacía llamar Mike Kenedy, aunque su nombre era Michael Völker y había nacido en Berlín, cantaba así por no hablar español. Muchos quieren vendernos su trayectoria revolucionaria y resulta que hicieron su carrera durante los sesenta a todo trapo y de repente, ¡cataplás! juran haber sido fieles luchadores por la democracia y te sueltan lo de “con lo que nos costó conseguirla”. ¡De mármol!
El dinero público es de todos y no debería ser repartido por alguien que tiene la natural tendencia a arrimar el ascua a su sardina y dárselo solo a los amigos, negando el pan y la sal a quien no comulga con sus ideas. Mi maestro Gades, que era el tío más de izquierdas de verdad que he conocido, se pasó la vida dando trabajo y repartiendo, exigiendo a cambio nada más, y nada menos, que entrega absoluta y sentido del compañerismo. Un botón, si llegabas a un ensayo solo cinco minutos tarde lo mejor era que ni te molestases en entrar al escenario, lo más aconsejable era irse al hotel a preparar las maletas y así te ahorrabas el discurso sobre el respeto a los compañeros, y que te echara delante de toda la compañía. Te echaba de la compañía, por ejemplo, por no querer hacer una pequeña gira por Cuba sin cobrar, alegando que no podías dejar de llevar dinero a tu casa, sabiendo Gades que tras los años junto a él ganabas al menos para comprarte tres.
En fin, que los dineros del arte son sagrados y deberían fiscalizarse para que no se despistara ni un euro. Lo que está claro es que algunas carreras solo se aclaran si aplicas el consabido “follow the money”, así se podría llegar a ver el camino recorrido al completo.