El duende es algo que existe en la mitología de casi todos los pueblos antiguos y, por supuesto, en España y en toda Europa. Y aunque en esos esquemas mentales mágicos estemos hablando de lo emocional y psicológico, la tradición imaginaria los presenta siempre, en todas las culturas y geografías, con forma humanoide, como seres de baja estatura y de espíritu juguetón y que habitan las casas, en las que ejercen una especie de gamberrismo que provoca enredos y molestias más que verdadero terror, lo que en cambio sí se da en otros espíritus que supuestamente horrorizan e incluso asesinan, lo que ha sido llevado con éxito al cine, además de estar muy presentes en ciertas literaturas: pensemos, por ejemplo, en Poe o en Lovecraft.
Y el Genio, que en esta primera ocasión lo cito con mayúscula para no mezclarlo con otros significados del término. Visto desde instancias científicas, desde la psicología, la psiquiatría o la neurología, por ejemplo, el genio resulta paradójico en contraste con el duende: mientras que este, según la mitología popular posee realidad antropomórfica (ya saben, el duendecillo de baja estatura y orejas puntiagudas) el genio, en cambio, pertenece más al ámbito de lo espiritual. No al ámbito de lo abstracto, porque para un griego o un romano antiguos el genio, aunque no corpóreo, tenía presencia real y participaba en la vida de las personas. El genio, en las culturas clásicas, tiene más que ver con el ángel protector familiar o incluso personal, es decir, es un ‘personaje’ protector, frente al duende, que enreda y no protege.
Pero aquí hablaremos de esas ‘criaturas’ en el ámbito del flamenco, y entonces ya estaremos en el cortijo de lo emocional, y si estamos en el campo de lo emocional, del sentimiento, consecuentemente no podemos decir que estemos en el terreno de lo irreal o de lo mitológico ni de lo fantástico. Y ello es así porque la emoción y el sentimiento existen, incluso son de alguna forma medibles, como lo son en la música la afinación, la medida (compás para los flamencos) o el ritmo. Sabemos que hay una zona del cerebro que en los psicópatas está como apagada y que por ello no se activa ante una tragedia o ante un crimen cometido por ellos con total frialdad, y para medir esto en el cerebro de los humanos existen ya herramientas técnicas y científicas. Pero para alguien con mente no psicopática la emoción y los sentimientos son algo existente.
El cerebro de las personas (su corazón, decimos simbólicamente) siente de forma tan real como siente un dolor de cabeza, del estómago o cualquier otra zona del cuerpo, y tenemos sentimientos de afecto, de odio, de ira o de amor. Sustancias químicas como la dopamina o serotonina son, por así decirlo, ‘drogas’ naturales que el propio cerebro fabrica y libera cuando nos sentimos felices, son las sustancias de la felicidad. Con todo esto, por supuesto, no quiero descubrir nada nuevo, es algo sabido. Si lo traigo aquí es para subrayar que cuando hablamos de duende o de genio en relación con el flamenco no estamos hablando de algo ficticio, fantástico o mitológico, sino de algo existente y real que a veces comparecen durante la experiencia flamenca, aunque no los veamos en una forma física determinada. No lo vemos, pero lo sentimos. De todos modos, si quieren saber más sobre esto les sugiero la lectura del libro Arte flamenco y neurociencia: en busca del duende, de los neurólogos andaluces Jesús Romero Imbroda y Cristóbal Carnero Pardo.
En su precioso libro Esa angustia llamada Andalucía, Luis Rosales, que precisamente fue amigo de García Lorca en su juventud granadina, comenta de esta forma: todo el mundo se pregunta por el duende, pero nadie sabe lo que es. Para Rosales es muy sencillo: el duende es el vino. Dicho así parece una ligereza de Rosales o una simple ‘boutade’, pero no lo es. Si bien miramos, esta afirmación del poeta tiene mucho que ver con lo que hemos escrito más arriba sobre neuronas activadas en el cerebro o sobre sustancias químicas liberadas, como dopaminas y otras.
«García Lorca cita al Nietzsche de lo dionisíaco, aquel que buscaba el duende sin saberlo, sin encontrarlo, en la música de Bizet y que según Federico había que rastrearlo en los viejos griegos, en las bailarinas de Cádiz o en una seguiriya de Silverio. Quizás Nietzsche lo hubiese encontrado en el flamenco»
En el campo de las depresiones, por ejemplo, puede que se dé –no soy experto– un déficit de esas ‘drogas’ naturales que libera el cerebro. Y en general, muchas veces necesitamos ayudas externas para activar nuestra sensación de felicidad, como el alcohol.
Las drogas que activan nuestras emociones, en este caso emociones agradables, han existido siempre. Se sabe que en la vieja Grecia, mucho antes de la llegada de la Tragedia y del teatro formalizado de los Eurípides, Jenofonte y otros, en los antiguos ritos dionisíacos, con sus danzas intensas y extremas, los participantes en ellas tomaban determinadas sustancias para alcanzar antes el éxtasis, una forma extrema de ‘duende’, de ‘enduendamiento’. Siempre ha sucedido así, cada cultura ha tenido sus excitantes externos, sus drogas buscadas en la naturaleza y durante siglos y milenios las han tomado de forma natural. El problema es cuando esas drogas han pasado a otras culturas que las han utilizado de forma compulsiva y, además, a través de mafias organizadas, como ocurre ahora en Europa y el mundo en general.
Y así ocurrió siempre en Occidente con el vino. Todos conocemos el mito bíblico de Noé embriagado y desnudo (Génesis 9: 21). Y todos sabemos que mucho vino emborracha, pero que un par de buenos finos o manzanillas después de ver torear a Curro o a Paula en la Maestranza nos ponía contentos, si es que alguno de esos toreros no había tenido una buena tarde, porque si la había tenido buena, entonces salíamos ya enduendados de la plaza. Bueno, a quien le gusten los toros, claro. Y por supuesto, en ningún momento estoy queriendo decir que el flamenco sea un asunto de bebedores compulsivos, aunque, lamentablemente, todavía hay sectores de la sociedad española que así lo piensan. Algo muy injusto.
Voy ahora, modestamente, a establecer mi esbozo de teoría del duende confrontado con el genio… No intento sentar cátedra (eso lo dejo para la Universidad), esto solo es una aproximación y un primer esbozo. A este asunto le doy vueltas desde hace muchos años, pero en realidad, salvo en una conferencia que di hace mucho tiempo en la Fundación La Caixa, en Barcelona, donde hablando de otras cosas deslicé unos primeros esbozos sobre el duende, salvo en aquella ocasión, no había hablado ni escrito nunca sobre el tema. En realidad esta es la primera vez en que de manera más extensa y estructurada planteo una teoría sobre el duende y el genio, y lo hago gracias a la generosidad de Expoflamenco, que me acoge. Pero insisto, es una primera tentativa que presento con humildad y aceptando objeciones y otras opiniones.
García Lorca, desde el ángulo más poético y emocional, en su célebre conferencia Juego y teoría del duende planteó una visión llena de amor, delicadeza, intuición y acierto, de manera que en ningún momento quiero confrontar mi aportación a la suya: él lo dijo muy bien y ya está, y lo dijo, en cierto modo, desde fuera del flamenco, que es en donde algunas veces he encontrado yo las miradas más lúcidas sobre lo jondo, precisamente por estar fuera se puede ver con mayor claridad y perspectiva, mientras que la excesiva cercanía, en ocasiones, embota los sentidos y el entendimiento. Es el problema de los ‘entendidos’, que decía el pintor Ramón Gaya refiriéndose al mundo de las artes plásticas.
«Platón rechazaba el teatro trágico griego porque en él el espectador dejaba aflorar en presencia de todos sus emociones. (…) ¿No era aquello que rechazaba el filósofo ateniense un ‘enduendamiento’ colectivo? Hay fenómenos que emocionalmente son lo mismo, aunque solo en España y en el ámbito del flamenco lo llamemos duende»
García Lorca cita al Nietzsche de lo dionisíaco, aquel que buscaba el duende sin saberlo, sin encontrarlo, en la música de Bizet y que según Federico había que rastrearlo en los viejos griegos, en las bailarinas de Cádiz o en una seguiriya de Silverio. Quizás Nietzsche lo hubiese encontrado en el flamenco, pero, hasta donde yo sé, no conoció esta música enduendada por naturaleza. Sin embargo, lo que sí conoció fue la ópera Carmen. Lorca nombra a Bizet y su música, pero no va más allá y no cita su obra cumbre, la que enamoró y fascinó a Nietzsche: la ópera Carmen, inspirada en la novela de Prosper Mérimée, y que el filósofo alemán vio en Génova poco después de su estreno.
Cuando Nietsche rompió sonoramente con Wagner, en su texto El caso Wagner arremetió duramente contra el músico. Nietzsche había admirado profundamente al Wagner de sus primeras obras, en las que creyó ver la representación de su filosofía, es decir, el renacimiento de la tragedia griega antes de la formalización que trajo Eurípides. Pensamos en óperas de Wagner como Tristán e Isolda. El filósofo veía en Wagner el espíritu de lo dionisíaco, del amor a la vida tal como esta es, alegría y dureza al mismo tiempo, sin adornos, sin asideros, sin fe en otra cosa que no fuese esta vida real, la que tenemos. Y todo ello frente a lo apolíneo (de Apolo) que supone algo así como lo establecido, lo ordenado, lo más racional o cerebral. Haciendo un paralelismo no tan forzado podríamos decir que en el flamenco Camarón, por ejemplo, sería lo dionisíaco frente a Mairena, que sería lo apolíneo. Después me referiré a esto con más detalle.
Con Sócrates-Platón llegará el fin del espíritu trágico, llega lo racional y ordenado, lo bello sin carnalidad, sin abismo, sin sufrimiento, sin amor a la vida, el racionalismo socrático en definitiva. Sabido es que en su obra central, el Diálogo La República, Platón ordena de manera explícita la expulsión de los poetas de la república del saber, incluido nada menos que el mismísimo Homero. Sabemos que en la antigua Grecia la poesía era el canto, la poesía siempre se escribía para ser cantada, no para ser leída íntimamente, como ocurre ahora. Dicho de forma jocosa: lo que hacía Platón negando la poesía era una especie de “se prohíbe el cante”, ese aviso que se colgaba en algunas de nuestras viejas tabernas.
Platón, desde luego, rechazaba el teatro trágico griego porque en él el público sufría el fenómeno de la catarsis, una especie de depuración interior, es decir, el espectador dejaba aflorar en presencia de todos sus emociones, algo que en la mentalidad racionalista de alguien como Platón resultaba vergonzante. Pensemos ahora un momento: ¿no era aquello que rechazaba el filósofo ateniense un ‘enduendamiento’ colectivo? Hay fenómenos que emocionalmente son lo mismo, aunque solo en España y en el ámbito del flamenco lo llamemos duende. En definitiva, Nietzsche pensaba que Wagner se había alejado de todo eso tan humano y carnal. Y su admiración y amor por el músico se tornó en rabia y furor contra él. Y en obras como la citada y en otras le recomendaba buscar en la ópera Carmen el verdadero amor, un amor fatal, abismal, por encima de todo, más allá del bien y del mal, como el título de una de sus obras
Y el filósofo de La voluntad de poder llegará a pedir una pasión “más morena”, más “meridional”, más “africana”. Yo diría que más español, más sevillano. Lo dicho, si llega a conocer el flamenco seguro que en muchos aspectos hubiese encontrado en él la encarnación de su filosofía, la vida intensa que reclamaba, como le ocurrió casi dos siglos más tarde al también filósofo Clément Rosset. Tanto Nietzsche como Wagner admiraban y se inspiraban en algunos aspectos de la filosofía de Schopenhauer, quien precisamente reclamaba una razón más pasional y una pasión más racional, algo que me recuerda la letra flamenca por Caracoles: “el conocimiento la pasión no quita”.
* Continuará…