El día que murió Enrique Morente lloré su marcha como aficionado y amigo. Estuve en su entierro, y en la capilla ardiente, aunque no lo acompañé hasta el cementerio porque no quería ver cómo lo metían en un agujero. Cuando regresé de Granada me encerré en casa para, a oscuras, escuchar toda su obra discográfica y recordar los mejores momentos que viví junto al más grande. Y esto una opinión claramente subjetiva.
Mi relación con el maestro fue siempre sana, clara y sincera, pero en los últimos meses de su vida se había apagado un poco porque le salió una hija cantaora, Estrella, y le dolieron algunas críticas mías hacia ella.
Una de las últimas veces que lo vi y que pudimos hablar fue en Arahal con motivo de que le dieran el galardón Verde, que te quiero verde, en el Memorial Niña de los Peines, El Gurugú, que había creado yo. Fue en 2009. Cuando recibió el premio dio un discurso y no fue capaz de nombrarme, que estaba en primera fila, como creador del festival, como amigo y como el crítico que más había apostado siempre por él. Estaba en mi pueblo y esperaba un detalle del gran maestro, que uno tiene su ego y su corazoncito.
«Soy un estudioso de la obra de Enrique Morente, que defendí y defiendo siempre a capa y espada, porque la conozco como pocos»
Esa misma noche, su mujer, Aurora, ni siquiera me saludó, a pesar de estar sentada a mi vera. Cuando acabó el festival, Enrique me dijo que iban para la Mazaroca a cenar y a echar un rato, y me acerqué a tomar algo, como de costumbre en el festival. Se fueron todos a un reservado a cantar y a beber, pero me quedé en la barra con un amigo y no entré. A las tres horas, Enrique salió del bar y aunque yo estaba junto a la puerta, se fue sin despedirse.
Esa noche supe que algo había cambiado entre nosotros y que ya nada sería igual. El maestro era padre de una artista y, aunque no soy padre, lo podía entender. Podía comprender su ceguera, la pasión por su hija Estrella, de quien por cierto fui el primero en escribir en un periódico y en decir que sería una figura del cante.
Con motivo de la comunión de Soleá, su otra hija, que se celebró en un carmen granadino, escuché cantar a Estrella y quedé maravillado con su voz. Le dije que tenía una estrella del cante en su casa, y se le saltaron las lágrimas. Estrella era solo una chiquilla. Pero se hizo cantaora y unas veces me convencía sobre un escenario y otras no. Algunas críticas le molestaron a Enrique, aunque jamás me lo dijo.
Hace once años de la muerte del maestro y su familia jamás ha contado conmigo para los muchos homenajes que se le han hecho y actos en general en su memoria, a pesar de que muy pocos pueden hablar de Enrique como yo porque lo seguí durante años y viví con él grandes momentos. Soy un estudioso de su obra, que defendí y defiendo siempre a capa y espada, porque la conozco como pocos.
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