Hace unos días se formó la marimorena por una grabación doméstica de 1961, en la que Antonio Mairena decía que cuando se fuera la Niña de los Peines, su maestra, no quedaría nadie. Si acaso, él mismo. El maestro se consideraba un elegido por los dioses calés, alguien imprescindible en el género. Estuvo dos décadas mandando en el cante, no más, pero se creyó siempre el mejor de la historia. Digamos que acabó endiosándose, algo que no solo le pasó a él sino a casi todos los grandes del flamenco. También a Manolo Caracol, el genio de la sevillana Alameda de Hércules. Era un genio y lo sabía, como lo sabían Marchena o Valderrama. El genio suele ser un ególatra, y nada humilde.
Entrevistado don Manuel Ortega Juárez, Caracol, en Radio Nacional de España, en 1967, le preguntaron por la situación del cante, y dijo lo siguiente:
– No hay quien lo interprete. Nadie, a excepción mía. No hay quien interprete el cante flamenco, hay muy pocos artistas (…) Lo malo que tiene esto es que no hay esperanza.
Lo dijo porque lo pensaba, pero no llevaba razón por muy genio que fuera. No haría falta ni dar la extensa lista de grandes cantaoras y cantaores que había en 1967, tanto maestros veteranos como nuevos valores. Pero es inevitable citar a algunos, como la Niña de los Peines, Pepe Pinto, Pepe Marchena. Porrinas, Antonio Mairena, Juan Varea, Bernardo el de los Lobitos, Aurelio Sellés, Pepe el de la Matrona, Rafael Romero, Perrate de Utrera, Fosforito, María Vargas o la Paquera de Jerez. Caracol admiraba a Marchena y a Valderrama, aunque no le llegaran.
«Caracol no encajó bien el reinado de Antonio Mairena en los festivales, que coincidió con su declive artístico. Él sabía perfectamente el valor de Mairena, que además era gitano, como él, y de su misma edad»
En realidad, Caracol lo dijo para darle un leñazo a Mairena, lo mismo que el maestro de los Alcores dijo lo que dijo en 1961, que no había nadie, para atizarle a Caracol sin nombrarlo. Es sabido que se querían poco o nada. La cuestión es que Caracol no encajó bien el reinado de Antonio Mairena en los festivales, que coincidió con su declive artístico. Él sabía perfectamente el valor de Mairena, que además era gitano, como él, y de su misma edad.
Juan Valderrama, que era un hombre sincero, me dijo más de una vez que Mairena los mandó a todos al garaje. Incluso a él mismo. “Salió, se hizo fuerte en los festivales y ya no había manera de llenar un teatro privado en los pueblos”, me dijo en mi propia casa de Triana. No era fácil competir con los festivales de verano, donde la entrada era barata y, además, en la mayoría de los casos los ayuntamientos organizaban y pagaban a los artistas.
Me contaba no hace muchos días el zamorano José Ignacio Primo que fue a hablar con Caracol a Los Canasteros, su tablao madrileño, para decirle que le querían dedicar el Festival Flamenco de Zamora. Le pareció bien, hasta que se enteró de que ya se lo habían dedicado a Antonio Mairena un año antes y se puso como una fiera. El gran genio gitano no llevaba bien que le saliera un competidor en el reinado del cante jondo.
El asunto daría para un libro, y es una pena que dos grandes maestros del cante no llegaran a entenderse nunca y que se odiaran de aquella manera. Alguna vez hablaron el uno del otro, pero pocas veces y para quedar bien ante los seguidores de ambos cantaores.