A mediados de los años setenta el flamenco me dio el picotazo y me hizo suyo inoculándome el dulce veneno del pellizco. Acababa de llegar a Sevilla venido desde Palomares del Río y no sabía nada sobre este arte que hoy ocupa mis días y mis noches. Comencé a ir a la célebre Tertulia Flamenca de Radio Sevilla, que dirigía el doctor y amigo Rafael Belmonte, el hermano del gran torero sevillano.
En aquella tertulia mandaba Antonio Mairena, como en casi todo el flamenco de esa época, y solían estar en la mesa Matilde Coral, Luis Caballero, Naranjito de Triana, Miguel Acal, Palomino Vaca o José Núñez de Castro, entre otros. Creo que un día vi por allí al cantaor trianero Emilio Abadía y recuerdo que como habló de Silverio y Ramón el Ollero, y Mairena aborrecía a los cantaores payos, parece que no volvió más.
Un día alguien me dijo que estaba allí, entre el público, Emilio Jiménez Díaz, el crítico de Triana al que leía en Nueva Andalucía. Mi referencia entonces era Miguel Acal, director y presentador de Con sabor andaluz, el entrañable programa de La Voz del Guadalquivir. Si no me equivoco era la primera vez que lo veía físicamente.
Escuchaba también en Radio Nacional a José Luis Montoya y a un joven Paco Herrera en Radio Vida, luego Radio Popular, cuyo estudio estaba en la calle Vírgenes, por la Alfalfa. Cuando Paco se fue a Radio Sevilla, Emilio Jiménez se hizo cargo de un programa, Ser del Sur, que cambió mi vida y que aficionó a miles de jóvenes, destacados flamencólogos algunos de ellos.
Sí, compadre Emilio, aquel programa, que oía cada tarde pasara lo que pasara, me sirvió de modelo para elegir el camino de la flamencología. Te leía y te escuchaba porque enseguida entendí que era el mejor camino, por tu independencia, honestidad y unos conocimientos impropios de una persona joven.
«Cuando un día en Montellano me dijiste que si quería colaborar en el Correo Flamenco, el suplemento de El Correo de Andalucía, todo cambió para mí. No solo me abriste el diario sevillano, donde sigo trabajando treinta y siete años después, sino la puerta de tu propia casa»
Te veía en los festivales, en las peñas flamencas de la ciudad y los pueblos, en los teatros y en actos flamencos de todo tipo. Hasta que una noche dabas una conferencia en la ya extinta Peña Flamenca Niño Ricardo, de la Cuesta del Rosario, en la Alfalfa, y nos dimos por primera vez la mano. Yo iba con un jovencísimos Paco Robles, otro loco del flamenco que te oía y leía diariamente.
Recuerdo que esa noche estaban en la citada peña Luis Caballero, Matilde Coral y su marido Rafael, el gran bailaor de Triana, además de Naranjito, Manolito Armero, Antonio Bonilla, Jaime del Pozo y otros grandes aficionados. Me pareció que hablar de flamenco en esa peña y ante tales artistas y entendidos era una proeza.
Comencé a admirarte hasta la idolatría, y cuando un día en Montellano me dijiste que si quería colaborar en el Correo Flamenco, el suplemento de cuatro páginas de El Correo de Andalucía, con otras personas como Luis Caballero, Joaquín Herrera Carranza, Manuel Martín Martín, Manuel Ríos Vargas y otros, todo cambió para mí.
No solo me abriste el diario sevillano, donde sigo trabajando treinta y siete años después, sino la puerta de tu propia casa de Triana, aquel entrañable piso de Santa Ana donde tantos cafés me tomé contigo y Loli, siempre ante la mirada limpia y amable de Azulón, vuestro gato siamés, y tus tres hijos, que ya te hicieron abuelo.
Recuerdo la dulzura de tu madre, hoy ya en un balcón celeste del cielo. A veces aparco el coche cerca de aquel bloque y al mirar hacia las ventanas de tu piso me invade una añoranza que duele como una seguiriya gitana en la voz de Chocolate. Tan lejos de Córdoba, donde hoy vives con Elena, otra gran mujer en tu vida.
«Fuiste un crítico muy reconocido y premiado, pero creo que Sevilla está en deuda contigo. Sevilla y, desde luego, el arte flamenco. Ya sabes la apatía de esta ciudad, la nuestra»
Una de las cosas que me gustan de los artistas de antaño es el respeto que les tienen a sus maestros. Una noche vi cómo Mario Maya se arrodillaba ante Pilar López en un restaurante de Córdoba. Y cómo a la gran maestra se le encendía el brillo de los ojos con el gesto de su discípulo. Es verdad que cuando te fuiste a Córdoba nos distanciamos bastante, pero quiero que sepas que siempre he presumido de que seas mi maestro, el hombre que vio en mí algo que le gustó y que otros no supieron ver.
Fuiste un crítico muy reconocido y premiado, pero creo que Sevilla está en deuda contigo. Sevilla y, desde luego, el arte flamenco. Ya sabes la apatía de esta ciudad, la nuestra, aunque tú eres de Triana y yo de Arahal, que no son moco de pavo. Sevilla puede ponerle un monumento a un bufón con gracia y enterrar a un Silverio bajo la pesada losa de la indiferencia.
Sirva esta carta audiovisual como homenaje a ti y a tu inmensa obra flamenca, que es lo que nos compete. Siempre te seré fiel y leal, y trataré de seguir defendiendo a capa y espada todo lo que aprendí junto a ti durante aquellos años tan hermosos que hoy recuerdo con una mezcla de alegría y tristeza. De alegría, porque todo se lo debo a aquellos años. Y de tristeza, porque no van a volver y hoy son otras las circunstancias y otras las películas.
Larga vida, compadre y querido maestro. Cuídate. Y no dejes nunca de ser el hombre amable y generoso al que tuve la inmensa suerte de encontrarme en el camino de la vida.
El río Guadalquivir,
el que pasa por Triana,
unas veces va a Sanlúcar
y otras no le da la gana.