Sean bienvenidos a este pódcast de Crónicas Levantinas que ofrecemos, en esta tercera entrega, a toda la audiencia de ExpoFlamenco. El objetivo de este espacio no es otro que acercar al oyente cuantos temas tengan que ver con los cantes minero levantinos, el flamenco de ayer y hoy en la zona de Cartagena y La Unión, con especial atención al Festival del Cante de las Minas, consignatario de esos cantes de levante a quienes debe su existencia y los que constituyen su razón de ser.
El nombre de Emilia Benito no ha sido elevado a los altares de la memoria flamenca, pese a haber sido una de las grandes representantes de la historia de los cantes de levante. Obtuvo en vida el reconocimiento de la crítica y del público, fue una de las pioneras en impresionar sus cantes para la posteridad en discos de pizarra, incluso cruzó el charco con notabilísimo éxito. Y pese a eso, es en nuestro tiempo una desconocida.
Emilia nació en La Unión, provincia de Murcia, en el año 1886. Era hija de un barbero, Joaquín Benito, apodado El Satisfecho, de quien se ha dicho que era también practicante en el Hospital “de sangre” de esa misma localidad. La Unión que viviera Emilia en su niñez no es precisamente el dorado que muchos fueron a encontrar en ella. La precariedad del trabajo en las minas, la pobreza, la mendicidad y el alcoholismo eran notas que ilustraban la sociedad unionense de aquel tiempo. Eran tiempos de grandes desigualdades económicas y sociales, de economatos, de trabajos a cambio exclusivamente del pan, o si acaso de un cuarto en que dormir, y de mujeres que tras enviudar o tras un mal casamiento se veían en la necesidad de ejercer la prostitución para poder alimentarse. Esa es, a grandes rasgos, la descripción de la ciudad que viera al nacer Emilia Benito y la que, sin duda, debió marcar su carácter.
«El nombre de Emilia Benito no ha sido elevado a los altares de la memoria flamenca, pese a haber sido una de las grandes representantes de la historia de los cantes de levante»
También sus circunstancias personales y familiares debieron formar su personalidad. Según Saura Vivancos, Joaquín Benito fue un próspero barbero que llegó a ser propietario de cuatro establecimientos, en los que igual se hacían las barbas que se extraían piezas dentales o se realizaban cirugías menores. Sin embargo, según Paredes Rubio, El Satisfecho nunca tuvo una existencia demasiado holgada, y era propietario de una sola barbería cuyo local ocupaba en régimen de arrendamiento. Sea cual fuere la realidad, ambos coinciden en que en algún momento las cosas vinieron mal dadas a la familia, motivo que explica por qué una de sus hermanas aparece censada como prostituta, según los hallazgos del propio Paredes Rubio.
La Taberna o el Café son al minero lo que el Foro al ciudadano romano que habitara en esta misma tierra un par de milenios atrás. Allí ocurre todo, también el flamenco. Los cantes de levante se encuentran en este tiempo en pleno proceso de asentamiento y las tarantas forman parte del lenguaje musical de la ciudadanía unionense, por lo que la joven Emilia, dotada de buenas capacidades para la música, sabe ejecutarlas a la perfección y con un gusto exquisito. También conoce el folklore propio de la tierra, sobre el que se asientan los fundamentos del cante minero.
En 1906, con apenas veinte años de edad, se enrola en la compañía artística del cartagenero Paco Alarcón, con la que debuta en la ciudad de Lorca. En ese mismo momento nació la estrella.
Son numerosas las crónicas que en la prensa de aquel tiempo recogen los éxitos que Emilia Benito cosecha en todos y cada uno de los teatros, cines y salas en los que actúa, ya en solitario, tanto en la zona de Almería y Granada, como en Barcelona o Palma de Mallorca.
«Conoce el abundante acervo musical de España, que interpreta con maestría, lo que le lleva a ser considerada por la prensa como la reina de los cantos regionales»
El carácter que en ella imprime el haber nacido en la ciudad de La Unión de ese tiempo pudo ser el motivo por el cual Emilia jamás se olvidará de ayudar a los más desfavorecidos. Siempre que pudo organizó actuaciones para financiación de la beneficencia, sobre todo en su tierra, motivo por el cual Cruz Roja de La Unión la distinguió con su medalla de plata en el año 1920. Para entonces nuestra artista ya era una primera figura a nivel nacional y su situación económica distaba muchísimo de ser la de su juventud.
Según Sáez García, Emilia poseía un importante número de carísimos mantones de Manila, los cuales lucía en sus espectáculos. Hasta quince llegaba a sacar en una sola noche, según el citado autor.
Joyas, mantones, automóviles… Emilia había logrado el éxito económico además del artístico. Tanto es así que llegó a establecer su domicilio en el número 6 de la céntrica calle Princesa, de la Villa de Madrid.
Sus muchos viajes por la geografía española permitieron también su formación musical, pues Emilia tan solo conocía los cantes de levante y el folklore local cuando salía de La Unión. Sin embargo, al poco tiempo ya canta burlerías, que eran por aquel entonces un estilo en formación musical y también en cuanto a su nomenclatura. Asimismo, tiene ocasión de conocer el abundante acervo musical de España, que interpreta con maestría, lo que le lleva a ser considerada por la prensa como “la reina de los cantos regionales”.
Relata Paredes Rubio una anécdota que pone de relieve de nuevo la naturaleza generosa de nuestra protagonista. Se dice que en la Gran Vía de Madrid se encontró a un pobre pidiendo limosna mientras tocaba su guitarra. Emilia Benito le preguntó si sabía tocar por tarantas, a lo que el mendigo le contestó afirmativamente. Emilia cantó un buen rato dejándose acompañar por el pobre, hasta que el plato de éste quedó rebosante de monedas. Recordemos que Emilia era por entonces una celebridad.
Su éxito era tal que no solo era solicitada en los teatros, sino que también triunfó en la industria discográfica. Fue pionera en grabar discos de pizarra. Casi todos para la compañía Gramófono, más conocida como La voz de su amo, entre 1917 y 1921. Llegó a impresionar una cantidad importante de placas. Entre ellas constan grabadas unas emilianas –en octubre del año 1921, un cante de levante de creación propia– a las que no hemos tenido acceso. Sí que hemos podido acceder, sin embargo, a una copia de una placa impresionada que contiene, por una cara, una malagueña folclórica unionense y la taranta de la Gabriela, cante que Emilia ejecuta con una belleza y profundidad que a nuestro juicio no ha podido superar ningún intérprete. Por la otra cara viene grabada una guajira.
Con el acompañamiento de orquesta, dirigida por el maestro Marquina, taranta de la Gabriela cantada por Emilia Benito.
«La describen ya mayor y decadente vendiendo cigarros a las puertas de los teatros en los que en otro tiempo triunfara»
La hija de El Satisfecho no solo triunfó en España. Compartió escenario en Argentina con el ídolo Carlos Gardel, incluso llegó a tener su propia compañía en México, donde contrató entre sus componentes al gran Mario Cantinflas.
Emilia jamás retornaría de México. Y aquí es donde la historia de nuestra artista se torna tristísima. Coinciden casi todos los autores en que los cambios en los gustos del público hicieron que menguara el interés en los cuplés, cantes y cantos regionales que La Satisfecha interpretaba.
Emilia, que se había criado en la más absoluta de las precariedades propias de la ciudad de La Unión de aquel tiempo, seguramente fue vendiendo sus joyas y sus mantones para poder mantener un estatus de vida acorde a las comodidades que conociera gracias al éxito, hasta verse completamente arruinada.
La describen ya mayor y decadente vendiendo cigarros a las puertas de los teatros en los que en otro tiempo triunfara. No sabemos si intentó volver a España.
Según Sáez García, Emilia no debía tener nada que la atara a La Unión más que la tumba de sus padres y sus hermanos. Dice el citado autor que se la veía, entendemos que antes de su partida a México, cada primero de noviembre visitar el cementerio de La Unión, pero que jamás llegaba a adentrarse en la ciudad. Dejaba un ramo de flores y volvía a subirse al automóvil que la había traído hasta el campo santo.
Cuando en La Unión se supo que Emilia Benito se encontraba en un asilo para ancianos sufragado por la caridad, un grupo de personas comandadas por Asensio Sáez García trataron de reunir fondos para traerla de vuelta a su ciudad natal. Para cuando aquellos fondos fueron suficientes, por desgracia, Emilia se había encontrado ya con la muerte en México.
No le dio tiempo a La Unión a devolverle a Emilia Benito todo lo que ella le dio. Viéndose en sus últimos días tan pobre como los mineros que conociera por las calles de su ciudad natal.
Con la guitarra de Pablo Barrionuevo Bernal, quien ha tenido de nuevo la gentileza de acompañarnos con su toque durante todo el programa, nos despedimos hasta otra ocasión, si es que gustan.