A veces es bueno repasar la historia para conocerla mejor, y es lo que voy a hacer en este espacio. Ocuparme de uno de los concursos de cante más importantes de la historia del flamenco, el Giraldillo de la I Bienal de Sevilla, en 1980, que ganó con todo merecimiento el mairenero Calixto Sánchez. En concreto, de la negativa de Juan Peña El Lebrijano a tomar parte en el certamen, según él, porque no había gitanos entre los miembros del jurado. Vaya por delante que soy y siempre fui un fan incondicional del maestro de Lebrija, al que echo mucho de menos. Para mí ha sido uno de los más grandes de la historia del cante, pero me apetece contar por encima los detalles de su negativa, que en su momento fue muy polémica.
La Bienal nació como un concurso y no como un festival. La idea era competir con el Nacional de Córdoba, ciudad que estaba alcanzando una gran importancia en el flamenco a través de su certamen y que le restaba protagonismo a la Sevilla flamenca de toda la vida. Fueron las peñas flamencas de Sevilla las encargadas de elegir a los participantes en el I Giraldillo, y Lebrijano fue de los elegidos junto a Fosforito, Menese, Luis de Córdoba, Curro Malena y José el de la Tomasa. Juan Peña mandó una carta a la Comisión Organizadora de la Bienal y a algunos medios de comunicación en la que explicaba sus razones para no participar en el concurso, en concreto una: que en el jurado no iba a haber ningún miembro gitano. Además, porque creía que el jurado entendería que las peñas iban a estar por una determinada línea de cante y cantaores.
«No es que Juan el Lebrijano no hubiera sido capaz de cantar doce palos, pero nunca habría dado una misma medida en todos, algo tremendamente difícil para un cantaor claramente festero»
Cuando Lebrijano envió la citada carta de renuncia argumentando que no participaría en el concurso, aún no sabía quiénes serían los miembros del jurado porque no se había elegido todavía. Por otra parte, él había dicho que sí, de manera verbal, que tomaría parte. ¿Qué pasó para que se lo replanteara? Algo muy legítimo: sabía que si se exigían doce palos de cante, sus posibilidades eran pocas teniendo que competir con Fosforito, el más largo del siglo XX, sin desmerecer en nada a Curro Malena, que era de los más largos de ese momento. O el mismísimo Luis de Córdoba. Lebrijano, que ya era una primera figura del cante, pensó que tenía poco que ganar y mucho que perder y, seguramente bien asesorado, renunció a tomar parte en el histórico certamen.
Con su negativa, el hijo de María la Perrata le dio la oportunidad a un cantaor de Mairena, Calixto Sánchez, que había quedado en séptimo lugar en la elección de las peñas flamencas sevillanas. Calixto ya había grabado su primer disco elepé y tenía algunos premios importantes en Granada y Montilla, además de en su propio pueblo, pero no era ni mucho menos una primera figura. Por tanto, aceptó porque tenía mucho que ganar y nada que perder, al contrario que Lebrijano. No le importó nada si había o no gitanos entre los miembros del jurado y supo aprovechar la gran oportunidad que le dio la vida: tomar parte en un certamen que lo convirtió en una primera figura de la noche a la mañana.
Estoy convencido de que sin aquella oportunidad, Calixto no hubiera llegado a ser la figura que fue, por mucho que prometiera.
No es que Juan el Lebrijano no hubiera sido capaz de cantar doce palos, pero nunca habría dado una misma medida en todos, algo tremendamente difícil para un cantaor claramente festero.