La producción en los festivales flamencos
Los festivales sin mentes cultas no progresan porque declinan la responsabilidad en personas egocentristas que sólo aprovechan el día para la foto, sin principios éticos ni ontológicos, y concediéndole al flamenco la misma importancia que el político que lo subvenciona no porque crea en él, sino para continuar atornillado al poder.
Inmersos como estamos en los festejos de la canícula, hay dos hechos que para el analista no forman parte de la indiferencia. Por un lado, la constatación de que la calidad y hondura están bajando considerablemente en los clásicos festivales de verano. Y por otro, confirmar que las redes sociales no todo lo tapan, sino que con su silencio perjudican al hecho flamenco, ya que no distinguen neutralidad e independencia.
El no cumplir con el horario anunciado por parte de la organización y el repetir elencos hasta el empacho a sabiendas o no –que de todo hay– de redundar en los mismos repertorios de artistas que ni tan siquiera acuden a la prueba de sonido; los dobletes, que son un fraude inadmisible en cualquier otro género artístico, o la ausencia de diversidad tipológica, nos conducen al bostezo por mor de organizadores y patrocinadores que, a mayor agravio, no renuncian a tener la razón, cuando la realidad tiene sobradas razones para anunciar que se nos cae el castillo de naipes.
Urge, pues, un cambio de tendencia y falta, por tanto, un planificador experto en festivales flamencos, porque si en las Administraciones Locales el desconocimiento tiene un importante peso, y los artistas y sus comisionistas no saben poner sus límites, apremia el manual de resistencia de un programador, es decir, un especialista que asesore y oriente a la organización sobre el mercado y las tendencias del momento, su adaptabilidad al proyecto que las circunstancias permitan y notificar la idoneidad o no del perfil artístico a contratar, a más de hacer de guía para el mejor ajuste presupuestario.
Habría que pergeñar, de seguida, un plan de producción en el que se tengan en cuenta los requisitos técnicos, los recursos humanos, el presupuesto necesario, proporcionar la idea original del espectáculo que conviene a los propósitos de la organización, diseñar los contenidos y suministrar información útil y completa sobre los mismos. Y partir de ahí, planificar la Producción Técnica, la Musical y la Artística.
«Falta, por tanto, un planificador experto en festivales flamencos. (…) Un especialista que asesore y oriente a la organización sobre el mercado y las tendencias del momento, su adaptabilidad al proyecto que las circunstancias permitan y notificar la idoneidad o no del perfil artístico a contratar»
La Producción Técnica es la fase de preparación previa al espectáculo, por lo que ha de averiguar y resolver todas las necesidades técnicas del elenco interviniente, como los rider de sonido e iluminación, escenografía, sillas, aforo, proyecciones y el personal técnico, en el que incluyo regidor, personal de auditorio y de taquilla, operarios de escenario para cambios de bafles y microfonía, y preparar la escaleta para colocar en camerinos y entregar al presentador, mesa de sonido, luminotécnicos y regidor.
La Producción Musical, por su parte, la tiene que asumir el encargado de dirigir a todos los componentes del equipo artístico y técnico involucrados en el proceso creativo del festival. De él se espera, por tanto, que vea anticipadamente el evento en su cabeza, y que posea los conocimientos y habilidades para poder transmitir a cada componente del equipo sus ideas con la máxima concreción, de tal modo que el evento sea una realidad y pueda ser disfrutada por el público.
Para ello se requiere que el productor musical sea un profesional que esté capacitado técnica y artísticamente, con una sólida formación respecto del empleo de los diferentes lenguajes musicales convocados, a fin de atender a las necesidades del mercado actual y de aplicarse en el desempeño a realizar, lo que significa que es, por descontado, el garante del espectáculo, la persona que diseña la secuenciación y la que planifica y gestiona la propuesta convirtiendo sus ideas en un producto finalizado.
Y por último, está la Producción Artística, que a mi entender tiene como objeto optimizar la satisfacción del usuario/público y alcanzar los objetivos establecidos por la organización, por lo que en su gestión detallo las tareas incluidas en las fases de Preproducción, Producción y Postproducción.
La Preproducción es la que plasma el proyecto desde una secuenciación lógica, esto es, con criterios de programación teatral y debiendo ser articulada tomando como base sus posibilidades reales de ejecución y los objetivos a alcanzar, considerando, además los diferentes anexos relativos a la producción, como las condiciones de seguridad, camerinos y servicios, así como un catering mínimo, donde se especifiquen tantos alimentos como bebidas requeridas. En este apartado se ha de contemplar, igualmente, el material gráfico destinado a la comunicación y marketing tradicional y digital del festival, al objeto de que el público identifique con nitidez los ámbitos que queremos comunicar.
«Hay que abandonar el Pleistoceno para captar a nuevos públicos y lograr su fidelidad, conquista que sólo se consigue ganándole la batalla a la subcultura de la ignorancia y haciéndole ver a la Administración Pública lo terrible que es caer en manos de tipos que carecen de conocimiento»
La Producción abarca la fase relacionada con el día del festival y demanda una secuenciación lógica encaminada a la plasmación del mismo. Me refiero a fijar el horario del equipo técnico para que todo quede previsto con bastante antelación al comienzo de la prueba de sonido.
Y ya me queda abordar, por último, algo que debieran hacer los llamados consejos asesores que conforman algunos Ayuntamiento para –a qué engañarnos– justificar por lo general la vaciedad de la nada. Me refiero a la Posproducción, a la fase relacionada con el tiempo posterior a la celebración del festival, por lo que se sugiere confeccionar un sistema de evaluación preciso y provechoso, dado que sus indicadores permitirán una revisión final del proyecto a cargo de la organización donde se valore la consecución o no de sus objetivos.
A partir de este balance, la Producción, tan necesaria en el siglo XXI, podrá plantear y diseñar, objetivamente, una mejora y optimización del festival con vistas a nuevas ediciones. Lo contrario es lo que aún se sigue haciendo. A saber, mantener el desorden, alabar el vicio del caos, invertir los valores culturales del flamenco desarrollando la anticultura, despreciar la belleza de lo jondo viciando la sensibilidad y seguir navegando a contracorriente con los vientos dominantes del despilfarro del dinero público.
A ver, almas de cántaro. Para fortalecer la reputación del flamenco como punta de lanza de la marca España en una sociedad desarrollada que es cambiante y dinámica no se puede caer en la subcultura de la pobreza mental. Los festivales sin mentes cultas –no confundir con cabezas instruidas– no progresan porque declinan la responsabilidad en personas egocentristas que sólo aprovechan el día para la foto, sin principios éticos ni ontológicos, y concediéndole al flamenco la misma importancia que el político que lo subvenciona no porque crea en él, sino para continuar atornillado al poder.
Estamos en el primer tercio del siglo XXI y hay que abandonar el Pleistoceno para captar a nuevos públicos y lograr su fidelidad, conquista que sólo se consigue ganándole la batalla a la subcultura de la ignorancia y haciéndole ver a la Administración Pública lo terrible que es caer en manos de tipos que carecen de conocimiento, de visión y que, además, practican la sordera.
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Daniel Loma 8 agosto, 2023
Es de vergüenza que los mismos viernes flamencos, (que estan bien compuestos de participantes) no tengan ni una sola botella de agua para comprar en dos horas y pico que duran los recitales. A tres conciertos que he ido a los claustros de Santo Domingo, ni una maquina expendedora, ni una mesa para comprar una botella de agua, ni nada de nada. Vamos de mal en peor.
Pedro Cordoba 8 agosto, 2023
“Estamos en el primer tercio del siglo XXI y hay que abandonar el Pleistoceno para captar a nuevos públicos, etc.”
En el argumento falla la premisa: ¿Por qué tendría el flamenco que captar “nuevos públicos”?
“Públicos” hay más que de sobra. Entorpece y estorba tanto público. Lo único que importa son los aficionados, vengan de donde vengan, los que saben “estinguí” como decían los gitanos viejos. Y eso se consigue con mucho empeño, estudio y dedicación. Mucha juerga también y noches en blanco. La lección la dan los aficionados japoneses, que no se dejan engañar por novelerías y son más estudiosos y más puristas que Mairena. A un flamenco no debería importarle para nada la “marca España” (¡vaya vocabulario!): que la promocionen los políticos, los tour-operators y los empresarios de los invernaderos almerienses y que dejen el flamenco en paz.