La Expo’92, una mirada atrás
El flamenco anda desbocado y sin norte. Nada ha cambiado. Bueno, sí. Hemos ido a peor. Desde 1992 España entró en un proceso institucionalizado de desmemoria histórica. Se manipula lo jondo ofertándolo al menú por obligación, que no a la carta.
La Cartuja sevillana acogía el 20 de abril de 1992 la Exposición Universal. Entonces los fondos de cohesión social, el AVE y la red de carreteras permitieron la modernización de España. Sevilla ganó en infraestructuras viarias y urbanísticas, y pasó a ser una ciudad más universal desde que la muestra aportó ilusión colectiva. Todas las administraciones estaban en manos del PSOE, pero los contratos a dedo, la perversidad en la contabilidad y el ensalzamiento del despilfarro desembocaron en la corrupción, lo que llevó al comisario Manuel Olivencia a dimitir.
Con el carnet de prensa colgado cual escapulario, la Expo me abrió durante seis meses a un mundo nuevo, y hasta me dejé embaucar por una supuesta progresía que solo se notó en el bolsillo de unos golfos. Nos superó la red clientelar, la podredumbre política.
Treinta años después la sensación de La Cartuja es indecorosa ante el abandono del recinto. Y hay pesimismo respecto al futuro del flamenco fetén y de uso, fuente de las generaciones venideras, con un PP que aspira al marcescente papel del PSOE en los lustros pasados. Pero también quedan hechos que no puedo borrar de los afluentes de la memoria, porque un año antes de la inauguración de la Expo, el flamenco no es que estuviera escasamente representado. Es que estaba descartado y no aparecía en ninguna programación oficial.
Como director cultural de la Fundación Antonio Mairena, en la primavera de 1991 llevé este desliz a la dirección de la institución. La respuesta de su presidente, José Luis Cuberta Graña, no se hizo esperar, y junto al vicepresidente, Rafael Álvarez Colunga, y el hermano y el heredero del primer Hijo Predilecto de Andalucía, Manuel Mairena y su sobrino Antonio Cruz Madroñal, respectivamente, trazamos un plan a fin de que el flamenco fuese tratado como la identidad cultural de la marca España.
Las líneas estratégicas pasaban por girar una visita al presidente del Gobierno, Felipe González. Invitamos al titular de la Consejería de Cultura y Medio Ambiente, Juan Manuel Suárez Japón, que nunca había estado con el secretario general de su partido, y González nos recibió a los cargos directivos en el Palacio de la Moncloa.
La reunión se celebró el 10 de septiembre de 1991, y, en un ambiente de cordialidad, centramos nuestro interés con el presidente del Ejecutivo en la figura del primer Hijo Predilecto de Andalucía y Andaluz Universal, Antonio Mairena, como hombre y como artista, evidenciando especial inclinación porque la jerarquía de su obra e influjos, así como los intereses del flamenco en general, quedaran de manifiesto en el pabellón de Andalucía y se les concediera gran importancia ante la presencia conjunta de veinte jefes de Gobierno, toda vez que el día grande de la Expo sería el flamenco la expresión musical que representaría a nuestro país en el pabellón de España.
La propuesta se comunicó de inmediato al Palacio de Monsalves, donde el 9 de enero de 1992 nos reunimos con el presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, interesado por nuestros propósitos y por el capítulo que ya por entonces estaba grabando la RTVA para la serie Retratos de personajes andaluces, a más de la reanudación del ciclo de conferencias de la propia fundación con Manuel Mairena y Pedro Peña.
«Gracias a la iniciativa de la Fundación Antonio Mairena, la Cultura que quiso eludir la Muestra Universal de Sevilla triunfó desde el ejemplo del compromiso ético que los programadores no quisieron asumir, de ahí la importancia de esta mirada atrás de la que los flamencos no tienen nostalgia de los fastos»
Por fin, a finales de abril de 1992 la Junta de Andalucía asumió el homenaje a Antonio Mairena, que, ante los problemas económicos por los que atravesaba el pabellón de Andalucía, quedó inscrito en el programa Andalucía 92, cuya organización, a cambio, recibiría el 35 por 100 de los ingresos de taquilla de los espectáculos que se celebrarían finalmente los días 2, 3 y 4 de agosto. Empero, la amenaza persistía, tanto que el acordado con Farruco fue esponsorizado por la vinatera jerezana Williams & Humbert, en un apoyo conseguido a última hora el mismo día de la actuación, además de la consejera de Presidencia, Concepción Gutiérrez del Castillo, que llegó a librar los 40 millones de pesetas presupuestados para la organización.
Así las cosas, el día 2, Día de Honor de Andalucía, se rendiría honores a Antonio Mairena bajo el lema El calor de su recuerdo, con Fernanda y Bernarda de Utrera, El Lebrijano, Manuel Mairena José Menese, José Mercé, José de la Tomasa, Matilde Coral y Rafael el Negro, Enrique de Melchor, Paco del Gastor y Pedro Peña. El programa de homenaje continuaría el día 3 con Pasión Gitana, de Manuel Morao, con Antonio el Pipa, Sara Baras, Concha Vargas, Paco el Clavero, Manuel Moneo o Mercedes Ruiz. Y el día 4 se completaría con Tres movimientos flamencos, de Mario Maya, junto a Ana María Bueno, Manuel Betanzos, Mari Paz Lucena y Rafaela Carrasco, entre otros.
Todo se había pergeñado bajo el epígrafe de Honores al señor Antonio Mairena. Pero los actos comenzarían el jueves 30 de julio de 1992 en la sede de la Consejería de Cultura, en la calle San José, con Café en torno a Mairena, al que siguió el viernes con la intervención de Mario Maya, José Romero, Juan Valdés, Manuel Mairena, Manuel Morao, Matilde Coral y Paco Herrera.
Y para concluir las actividades complementarias, el 2 de agosto se presentó el libro del III Premio de Periodismo y Ensayo Antonio Mairena, que, bajo mi presidencia, recayó en Luis Soler Guevara y Ramón Soler Díaz, Antonio Mairena en el mundo de la siguiriya y la soleá, así como una semana después la discografía (in)completa de Antonio Mairena (1941-1983) en un pack de 16 cedés con una tirada de 3.000 ejemplares.
A esta luz, gracias a la iniciativa de la Fundación Antonio Mairena, la Cultura que quiso eludir la Muestra Universal de Sevilla triunfó desde el ejemplo del compromiso ético que los programadores no quisieron asumir, de ahí la importancia de esta mirada atrás de la que, salvando lo relatado, los flamencos no tienen nostalgia de los fastos. Pero tampoco de los subsiguientes años, que lo único que han dejado es la huella de la incultura, el afán por desmantelar las peñas flamencas y convertir el sentimiento identitario en una exclusión de lo que es un derecho esencial de todo andaluz y español.
Treinta años después, se ha intensificado el trato de favor a determinadas figuras que, tan poderosas se sienten, que han acabado perdiendo el respeto al flamenco y cayendo en todo tipo de tropelías. Ante esto, la clase política no tiene escrúpulo, ni se molesta en disimular el timo cuando está tentada de favorecer siempre a los nombres de moda. El Instituto Andaluz del Flamenco no tiene más competencia sólida que darle las migajas sobrantes al tejido asociativo y hacer del flamenco de uso un edén en extinción. Ya va siendo hora, pues, de que los enriquecidos por el PSOE saquen los pies del plato y los nuevos ricos del PP dejen de meter la pata, porque de la demagogia de la izquierda pija hemos pasado a la palabrería del centro derecha sin rumbo.
El flamenco anda desbocado y sin norte. Nada ha cambiado. Bueno, sí. Hemos ido a peor. Desde 1992 España entró en un proceso institucionalizado de desmemoria histórica. Se manipula lo jondo ofertándolo al menú por obligación, que no a la carta. Persiste la preponderancia de lo oscuro. Y no escribo en términos apocalípticos, porque soy optimista por naturaleza, pero veo el riesgo de la exclusión atizada por una preocupante política cultural que está teniendo un coste devastador para el flamenco sin etiquetas. La cultura flamenca no es conceder privilegios, sino un compromiso que obliga a la necesidad de gestores con cabeza y conocimiento para afrontar las asignaturas pendientes que tanto PSOE como PP han dejado. Lo contrario es estafar a la sociedad civil treinta años después.
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