El trampantojo de la Bienal
Sobre el papel, la programación de la XXII Bienal de Flamenco de Sevilla destila una propuesta incoherente no sólo por su esnobismo, sino por la desaceleración del crecimiento en jondura, que hace reducir la autenticidad del producto en un encuentro que se llama “de flamenco”.
La XXII Bienal de Flamenco se presentó con retardo. Más vale tarde que nunca, justifican calcando nuestro refranero. Pero en el momento en que se deja de perseguir y trabajar por un sueño, la tardanza perjudica, sobre todo cuando, sobre el papel, la programación destila una propuesta incoherente no sólo por su esnobismo, sino por la desaceleración del crecimiento en jondura, que hace reducir la autenticidad del producto en un encuentro que se llama “de flamenco”.
No logro entender esta confusión en las ideas. Y menos aún el negacionismo del director, Chema Blanco, a la verdad incómoda de la crítica, a la que reprendió el pasado día 29, en la entrevista de Luis Ybarra Ramírez para la web de ABC de Sevilla, con esta deposición: «La crítica ha de ser seria, comprometida. Ese salvajismo solo ocurre aquí, yo no lo he visto en otro lado, a veces tiene intereses particulares». Desafortunado comienzo para una certeza que confirmó, en la edición impresa del mismo medio y el mismo día, Alberto García Reyes, miembro del Consejo Asesor de la Bienal: «Faltan figuras imprescindibles y sobran figurantes y algún tongo del flamenco. La Bienal no resulta muy apetecible para los buenos aficionados, salvo habas contadas».
A Blanco se le han ido los demonios por la boca. No cabe mayor cinismo. El “lapsus linguae” lo ha traicionado. Confunde la libertad de opinión con el manto de silencio de los medios afines. Y para protegerse de lo programado, inicia una guerra sin adversario, como si tomara al aficionado por necio y pusiera el parche antes de salir el grano.
Inaceptable. Nunca conocimos en la historia de la Bienal semejante ludibrio. A Chema le han puesto por delante un folio en blanco y no ha hecho honor al apellido, porque no delata más interés que el suyo propio. Nimes, con sus comentaristas invitados a mesa y mantel, no es Sevilla. Aquí la crítica independiente diagnostica a partir de evidencias, y al final es la razón la que gana donde la mentira pierde. Quedan tres meses para que comience la Bienal. Así que relájese, señor director, abandone su realidad virtual, trabaje por las legítimas necesidades del flamenco según Sevilla y deje de desviar la atención inventándose mantras.
«Algunos mueren sin haber llegado a la tierra prometida, devotos de un espejismo. Otros tienen la convicción de no pertenecer al grupo de favoritos de la Administración. Y no faltan los que, vista la programación, se preguntan si en algunos espectáculos será obligatorio llevar la mascarilla»
La Bienal de Chema Blanco principia, pues, como la luciérnaga, que necesita oscuridad para brillar. Programa con el intento de ser único. A unos artistas les pide proyectos que van al cajón de los olvidos, y a otros los incluye por ser vos quien soy y porque, a fin de encubrir el ridículo de los intereses personales, lo que mola es alimentar debates y crecer en la fama, poner el foco en lo accesorio, y no en lo fundamental. Y a eso se le llama basarlo todo en el marketing y la provocación de lo espurio. En suma, hacer del flamenco un género objeto de consumo en un escenario vacío de contenido donde, metafísicamente, hay algo sin haber nada.
La apuesta es contratar a los miembros de los grupos que se juzgan superiores, pero que ejecutan, por lo general, un flamenco sofisticado y estridente, con escasa naturalidad. Y ese exceso de técnica y poca emoción es lo que estimula a la involución permanente, que no es sino una forma de resistir a las contradicciones y sin otras habilidades que suplan lo que vamos perdiendo, con lo que estamos evitando que el potencial de nuestros mayores sea un valor activo para el flamenco.
En este panorama nos encontramos con maestros de este tiempo a los que les corresponde el mérito al menos del descubrimiento en la Bienal, y no las penurias de la indiferencia. Algunos mueren sin haber llegado a la tierra prometida, devotos de un espejismo. Otros tienen la convicción de no pertenecer al grupo de favoritos de la Administración. Y no faltan los que, vista la programación, se preguntan si en algunos espectáculos será obligatorio llevar la mascarilla, sobre todo en los que se presumen no disruptivos, sino deshonrosos.
La Bienal se deleita, pues, en la trompetería y la parafernalia porque ha perdido músculo flamenco. Muchos instrumentos de viento a todo volumen. Sin embargo, son tan nimios los efectos que todo acaba sonando igual, a la misma música repleta de una deslealtad jonda que no parece tener más objetivo que pervertir a los aficionados nuevos, aquellos que se maravillan con figuras futbolísticas como Dembélé, un delantero rápido y peligroso y de tono top, pero falto de gol. Bueno, sí, le metió uno al Linares Deportivo.
«Hasta la muerte, todo es vida. Pero aquí hay mucho de fingimiento sobre la piedra de lo jondo. El trampantojo de lo aflamencado, lo liviano y esnob ocupa mucha parte del programa. Pues nada, que disfrute la XXII Bienal el presente, porque quizá no haya sonrisas para el mañana»
Mal estreno, por tanto, de Chema Blanco como oficiante para un Ayuntamiento al que le cuesta asimilar que la liturgia del flamenco demanda comprensión, pero sobre todo altas exigencias de compromiso político. Antonio Muñoz, alcalde de Sevilla, y el director de la Bienal, cuando se dirigen a los consumidores de la cultura jonda, se están dirigiendo en realidad al espejo ante el que se acicalan cada mañana. Y cuentan, además, con componentes en un Consejo Asesor que mientras más gritan callados, más subordinación revelan ante los lobbies. Quiero explicar que sus miembros, algunos con una presencia simplemente testimonial, tenían que haber actuado con bisturí y precisión de cirujano ante la programación pergeñada por Chema Blanco, y, como norma indeclinable, advertirle que hay que tratar a los aficionados como seres adultos.
Pero no. Del servil acomodamiento con los de siempre, se ha derivado a la atrofia del gusto por los amplios horizontes, hacia un conjunto de proyectos para sostener la capacidad industrial de ciertas compañías de híbridos, al fomento, en definitiva, de la proyección exterior de los nombres de moda, sin pensar en cómo consolidar el mercado en beneficio del resto de nuestros sectores productivos.
No hace falta ser un genio del análisis para vislumbrar, en tal sentido, que los problemas de este encuentro bianual no se resuelven con consignas u ofensas a la crítica, sino con contenidos. Para ello la Bienal precisa una relectura de la realidad. Y si un árbol sin raíces se seca, el flamenco lo que necesita es reinventar sus cepas y escenificarse de manera asombrosamente lógica, coherente y profunda.
Puede que el final de este contencioso deba aproximarse a lo que ahora se apunta. Pero eso requiere un recorrido, y la Bienal 2022 ha decidido saltarse el recorrido entero para dar algo muy parecido a un salto en el vacío. Eso no gusta a los cabales que tan bien votan al partido gobernante, ese que acusa a los discrepantes de no saber leer lo jondo, sin advertir que es más grave no saber sentir.
«Los problemas de este encuentro bianual no se resuelven con consignas u ofensas a la crítica, sino con contenidos. Para ello la Bienal precisa una relectura de la realidad. Y si un árbol sin raíces se seca, el flamenco lo que necesita es reinventar sus cepas y escenificarse de manera asombrosamente lógica, coherente y profunda»
Poco a poco vamos entendiendo que la toma de decisiones del poder político en el Ayuntamiento de Sevilla es una orquesta de free jazz en la que todos quieren soplar, aunque ya no sabemos si suena el toque de silencio o las trompetas del apocalipsis, esas que anuncian la resurrección de los muertos.
Al respecto, decía Eduardo Mendicutti en su libro Mae West y yo que hasta la muerte, todo es vida. Totalmente. Pero aquí hay mucho de fingimiento sobre la piedra de lo jondo. El trampantojo de lo aflamencado, lo liviano y esnob ocupa mucha parte del programa. Pues nada, que disfrute la XXII Bienal el presente, porque quizá no haya sonrisas para el mañana.
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