¿Quién teme al lobo de lo no flamenco?
La Bienal que acaba de terminar puede abrir un debate sereno sobre la capacidad de lo jondo para albergar propuestas que no lo son, o lo son tangencialmente. Pero mientras ese debate se produce, los límites seguirán moviéndose.
La recién concluida Bienal de Sevilla será recordada, entre otras cosas, por haber apostado por una actualización de lo jondo que ha sido recibida por la afición de un modo muy desigual. Unos se han maravillado con las fusiones audaces y los experimentos de vanguardia, y otros, casi un clamor, han echado de menos una programación más fiel al clasicismo, lo que viene siendo el cante, el baile y el toque “de toda la vida”, por decirlo de un modo general.
El público soberano y la crítica, igualmente divididos, no han tardado en emitir sus dictámenes y en encender la polémica en las redes sociales. No obstante, más allá de los gustos de cada cual y de los méritos de uno u otro espectáculo, parece una buena ocasión para abrir un debate sereno y preguntarse qué cabida tiene lo no específicamente flamenco en una cita como la Bienal. O dicho de otro modo, qué porcentaje de adulteración, o qué cuota de extranjería sonora, está en condiciones de admitir el género.
Para empezar, el asunto nos remite al principio de reciprocidad: ¿por qué un festival flamenco no debería programar propuestas de altura que se nutran de lo jondo tan solo tangencialmente, si el propio flamenco ha normalizado su presencia en todo tipo de eventos? En las últimas décadas, nuestros artistas han venido participando habitualmente en festivales de jazz, de pop y de rock, de música antigua y clásica, de folklore, de world music, de teatro o danza, y hasta de arte contemporáneo y literatura, sin que nadie haya puesto el grito en el cielo por ello. Esto habla, desde luego, de la capacidad del flamenco para encajar en cualquier programa y enamorar a propios y extraños, pero también del carácter abierto y hospitalario de los no flamencos hacia nuestra música.
«Parece una buena ocasión para abrir un debate sereno y preguntarse qué cabida tiene lo no específicamente flamenco en una cita como la Bienal. O dicho de otro modo, qué porcentaje de adulteración, o qué cuota de extranjería sonora, está en condiciones de admitir el género»
Por otro lado, cualquiera que peine algunas canas ha visto cómo las fronteras de este arte se han movido, y mucho, en el último medio siglo. El hecho de que estén más que incorporados al canon los grandes revolucionarios –de Camarón y Paco de Lucía a Enrique Morente, por citar a los más recurrentes– no nos puede hacer perder de vista que los creadores van casi siempre por delante de la capacidad de adaptación de las masas. Y que elementos que nos resultan ya de lo más familiares, casi tradicionales, son muy jóvenes en el contexto flamenco: el caso del cajón peruano importado por Paco y Rubem Dantas es paradigmático, pero no tienen una vida flamenca muy diferente la batería, el saxofón o el bajo eléctrico, omnipresentes en tantas y tantas citas de hoy. Por no hablar de las técnicas que la danza contemporánea ha implementado en el baile, sin las cuales no se entiende esta disciplina en el siglo XXI.
Ignoro si la refractariedad hacia lo no flamenco se funda sobre el miedo a la contaminación –la pérdida de la tan cacareada pureza de una música mestiza por excelencia– o al intrusismo profesional, es decir, a que otros metan la cuchara en nuestro plato. Pero preguntémonos también (serenamente, a ser posible) si alguien en su sano juicio vetaría hoy en la Bienal la posibilidad de volver a ver a Camarón defendiendo el repertorio de La leyenda del tiempo, tan denostada en su día; al sexteto de Paco de Lucía o el Omega de Morente, no menos contestados, o a El Lebrijano actuando con la Orquesta Andalusí de Tánger, por ejemplo. Preguntémonos también si no tendrían derecho a ser considerados flamencos unos resucitados Ray Heredia o Bambino, o un Tomasito, por suerte todavía vivo y coleando.
«Tal vez el problema no sea tanto de rechazar las herejías como de exigir sentido, coherencia y, sobre todo, calidad. También respeto –que no sumisión– al legado, un probado amor por el flamenco»
Dejando a un lado las posturas más integristas, tengo la sensación de que una buena parte de los aficionados que han protestado por la falta de flamenco “de toda la vida” en esta Bienal no verían con malos ojos propuestas como las citadas. Tal vez el problema no sea tanto de rechazar las herejías como de exigir sentido, coherencia y, sobre todo, calidad. También respeto –que no sumisión– al legado, un probado amor por él. Porque incluso pescando fuera del flamenco, dudo que mucha gente rechazara hoy en el festival de festivales sevillano un concierto de Miles Davis con los Sketches of Spain o de Chick Corea en su versión más ibérica, aunque todo es posible.
La cruda realidad es que los ídolos con los que disfrutamos hace veinte o treinta años ya no están, o están muy lejos de ofrecer un espectáculo decoroso: todos se han ganado ya su derecho al descanso. Conviene hacérselo mirar, o al menos meditarlo un poco, porque los límites van a seguir moviéndose, queramos o no. Es más, para cualquier artista de verdad, una frontera es siempre una provocación, una tentación, una invitación a cruzar. Los flamencos seguirán pasando al otro lado para ensanchar su horizonte, y los no flamencos seguirán queriendo entrar para beber de este manantial inagotable. Pero ese lobo va a venir. Y quién sabe si será bueno.
Imagen superior: Carnación, de Rocío Molina. Foto: Archivo fotográfico Bienal – Caudia Ruiz Caro
Maria Elisa Jansen 6 octubre, 2022
Alejandro, para empezar: yo no asistí a esta edición de la Bienal, pero leí las reseñas que tú y otros críticos escribieron sobre los espectáculos. No creo que las quejas sobre el ‘poco flamenco’ sean únicas por esta última edición de la Bienal de Sevilla. Como bien describes es un tópico que siempre se oye cuando un artista se atreve hacer algo nuevo. Cuando salió ‘La Leyenda del Tiempo’ de Camarón muchos fans devolvieron sus discos a la tienda porque ‘no era flamenco’. En la Bienal siempre se han criticado los artistas que expanden o quizás cruzan las fronteras. Fronteras, que por supuesto son muy discutibles y nadie tiene claro dónde se encuentran. Lo que importa, es que no se venden gatos por liebres, que en la Bienal el público sabe qué esperar. Lo tradicional en Hotel Triana y Lope de Vega, los experimentos en Teatro Central. Así nadie se queda desilusionado, mientras que los artistas se sienten libres interpretar el arte flamenco como ellos lo vean.
Francisco en París 6 octubre, 2022
Gracias por tu artículo Alejandro
Cómo en otras artes por desgracia también en el flamenco quieren dar gato por liebre a nosotros, el público. Hasta el punto que pareciera que algunos artistas montan cualquier cosa envuelta en absurdos conceptos metafísicos para ser programados y por ende bien retribuidos.
Pero no, experimentar es otra cosa más seria, arriesgarse y probar requiere arte, conocimiento y respeto.
¿Es que en pintura vamos a comparar experimentos y novedades como fueron el impresionismo u otras vanguardias realizadas por artistas que dominaban la pintura clásica a los oportunistas que venden como arte «conceptual» una silla rota o demás estafas?
¿Es que todas las propuestas que vemos en los teatros flamencos se pueden considerar novedades o vanguardias? Yo lo tengo claro y estoy seguro que todos los aficionados también
Estas pseudo propuestas están muy lejos de ser intentos de probar nuestros caminos en el arte flamenco, son simplemente grotescas ganas de tomarnos el pelo, la picaresca queriendo llegar a los teatros, llevarse el contrato y hasta la próxima oportunidad de que otro les pague la factura.
Y en el territorio de las modernidades artísticas estos expertos timadores encuentran el modo de darnos gato por flamenco.
Saludos