Nuevo esplendor en la Bienal de Flamenco de Países Bajos
La IX Bienal de Flamenco de Países Bajos se inauguró el 20 de enero con gran éxito, con ese difícil equilibrio entre flamenco tradicional y espectáculos contemporáneos.
Desde su fundación en 2006, la IX Bienal de Flamenco Países bajos – Flamenco Biennale Nederland se ha hecho un hueco importante en la escena flamenca internacional, sobreviviendo incluso a la pandemia que paralizó prácticamente todo el mundo del arte, y este año brilla con nuevo esplendor.
Ernestina van de Noort, directora general y fundadora de la muestra holandesa, cuyo programa de streaming durante la pandemia proporcionó uno de los pocos destellos de esperanza durante los oscuros años que quedan en el pasado, puede echar la vista atrás a un emocionante fin de semana que dio el pistoletazo de salida al festival de este año con cuatro actuaciones con todas las entradas agotadas en el Muziekgebouw de Ámsterdam.
La gran sala del Muziekgebouw, con sus más de 700 localidades, ya estaba llena hasta la bandera la primera noche, pues se esperaba al nuevo dream team del cante con Israel Fernández y Diego del Morao. Sin embargo, hubo que esperarles un poco, porque el joven cantaor jerezano Pedro Montoya Junquera ‘Chanquita’ abrió la velada con una soleá por bulería y fandangos, que manejó con brillantez.
El público lo agradeció con un aplauso entusiasta que desembocó en la bienvenida de uno de los iconos del cante de Jerez. Juana la del Pipa, con un vestido verde brillante y como siempre una presencia impresionante, calentó al público con sus tangos y los primeros gritos de ¡olé! y ¡viva Jerez! de los aficionados sonaron entre el público.
La alfombra estaba puesta para Israel Fernández, por así decirlo, y él también cumplió todos los deseos del público. Su excelente voz con ese timbre tan especial, acompañada del inconfundible soniquete de Diego del Morao con sus extraordinarias falsetas, desembocaron en un fin de fiesta que arrasó entre los asistentes.
En la segunda velada nos esperaba un panorama totalmente distinto. Con La Reina del Metal, Vanesa Aibar y el percusionista Enric Monfort nos llevaron a ámbitos completamente nuevos. La música electrónica, como todos los géneros y subgéneros de la música pop, hace tiempo que encontró su lugar en el escenario del baile. Hoy en día, cualquier tipo de baile, y por tanto también el flamenco, puede ir acompañado de cualquier tipo de música.
La música sirve hoy para describir un ambiente, para describir paisajes y para enriquecer imágenes con sentimientos. La interpretación ya no es sólo una ilustración de la música, y últimamente muchos artistas flamencos han descubierto las posibilidades de la música electrónica.
En La Reina del Metal, el público está en tres bandas y el paisaje sonoro envolvente del colectivo holandés 4D sumerge a los espectadores en música y sonidos. Con 32 altavoces, la mitad en el escenario y la otra parte detrás, mueve el sonido dentro del escenario y luego de repente se amplía a toda la platea y rodea al público. Es un poco como en el cine, que viene el tren y es como si estuvieras en la estación y junto con la imagen ves que se mueve el sonido. El sonido puede venir por detrás, una voz te habla por aquí y luego el sonido de la percusión te viene por delante.
«La Bienal de Flamenco de Países Bajos continúa hasta el 9 de febrero, cuando concluya con ‘Flamenco: Espacio Abierto’, de Alfonso Losa. Hasta entonces, aparte de las actuaciones, habrá talleres, clases magistrales, proyecciones de películas y mucho más»
Enric Montfort mezcla la música electrónica con la percusión, desde la batería a los cencerros, pasando por el vibráfono, y dialoga constantemente con Vanesa en un equilibrio absoluto de fuerzas.
Vanesa Aibar ha desarrollado un lenguaje de danza propio y es tan perfecta en él que casi da asco, como me dijo en broma una vez uno de sus colegas después de una actuación. Igual que convierte sin pudor largas cadenas metálicas en una bata de cola, segundos después consigue transportarnos a un jardín imaginario donde baila como Loie Fuller en su danza serpentina. Y lo que es más importante, consigue transmitir mensajes, lo que no es tan fácil dada la complejidad de su nueva obra.
Después de dos obras tan contrastadas, el domingo logramos una especie de equilibrio con la oda a la soleá de María Moreno: o../o../.o/o./o. (soleá).
En ella, los defensores del flamenco puro podían reconciliarse con los del flamenco contemporáneo y disfrutar, por un lado, de una realización escénica moderna, pero también de un gran baile y música. La sencilla pero simbólica escenografía de Rafael Villalobos, acompañada por la magistral dirección de iluminación de Antonio Valiente, se limitaba a un gran círculo de cal en el suelo. El círculo como símbolo de unidad, de lo absoluto, lo perfecto y lo divino y como protección contra los malos espíritus forma un interior, define y determina lo que pertenece. Pero también delimita, excluye y determina lo que no debe integrarse, lo que no pertenece. Si rompes este círculo, los límites se difuminan y se vuelve permeable.
Eso es lo que hace María Moreno en su baile y Pablo Martín Caminero como director musical con la música.
La pieza se centra en un solo palo que es la soleá y que en este caso se ve como el origen del flamenco, el todo. Después del principio, que es como una explosión, poco a poco las piezas se van conformando en tejido y eso se va conformando en lo que es la estructura de la soleá. Aquí también entra en juego la zanfoña, un instrumento excelentemente tocado por el excepcional artista Raúl Cantizano, un instrumento arcaico del siglo XI, popular sobre todo en el Renacimiento. Es un instrumento de cuerda en el que las cuerdas son pulsadas por una rueda que gira mediante una manivela. Es el instrumento sin fin por excelencia, siempre está en ciclo y en repetición, como el giro de la tierra, el ciclo de las estaciones o la soleá.
Aquí todo tiene su sentido y cada uno de los artistas tiene su momento: el percusionista Manu Maseado en su dúo con María, Raul Cantizano con todo lo que tiene a mano, el mago Eduardo Trassierra con su guitarra, la angelical Ángeles Toledano con su Stabat Mater de Vivaldi y, por supuesto, una María Moreno en un estado de gracia que no se nos olvidará pronto.
Como de costumbre, antes de cada función hubo presentaciones de las obras, que fueron acogidas con entusiasmo, y después de los espectáculos una charla de artistas con una copa de vino, durante la cual los artistas respondieron generosamente y con buen humor a las preguntas del público.
Pero la Bienal de Flamenco de Países Bajos está lejos de terminar. Continuará hasta el 9 de febrero, cuando concluya con Flamenco: Espacio Abierto, de Alfonso Losa. Hasta entonces, aparte de las actuaciones, habrá talleres, clases magistrales, proyecciones de películas y mucho más.
Fotos: Eric van Nieuwland, Günther Bauer