Virginia Gámez y Álvaro Mora: compás, técnica y emoción
Crónica de la actuación de la cantaora malagueña en la Peña Flamenca Femenina de Huelva. «Nos visitó Málaga. Una Málaga llena de elegancia y flamencura. Una voz con temple y luz que nos trajo su cante envuelto en conocimientos».
Virginia Gámez forma parte de esa generación que no sólo ha sentido el flamenco como una expresión diferencial. También ha ido formándose para ser mejor cantaora y ofrecer lo mejor de ella misma. La Peña Flamenca Femenina de Huelva nos presentaba a la cantaora malagueña y al guitarrista moguereño Álvaro Mora. Cante y toque preciso, donde compás, técnica y emoción se dan de la mano para navegar desde el mediterráneo a la campiña onubense, entre olor a vino de naranja y entorno de Doñana.
Abrió la noche Virginia con una magistral malagueña acompañada de la rondeña vieja y remate del fandango abandalao de Fuensanta Jiménez Jimena de Coín. Serena en el primero de los cantes, imprimió fuerza, valentía y muy buen gusto en los sones verdiales de su tierra. Sin duda, para mí lo mejor de la noche. Prosiguió con el cante de tientos y tangos, donde rezumó valentía recordando en ciertos momentos a Pastora.
Nos marchamos ahora a la otra orilla del Guadalquivir: Triana. Los sones de los maestros soleareros irrumpen en la noche. Virginia imprime dulzura y a la vez lucha en cada tercio de un cante que no admite medias tintas. El remate de la soleá apolá allana el camino en la expresión de olés guardados como polvo de oro para este momento.
«La cantaora malagueña Virginia Gámez es un tesoro de conocimientos y eso se hace latente en la ejecución de cada tercio. Sus remates son valientes y no escatima en hacer volar su eco en forma de dardo»
Y como si se tratara de una mañana donde el sol se refleja en el río, la guitarra de Álvaro Mora fue abriendo el camino a la voz cantaora de Virginia, para acompañarla a la cantiña. Se acordó de Camarón y de las letras de Isidro Muñoz, para llegar a la variante de la romera y alegría de Córdoba.
Abrió la segunda parte con el cante por peteneras. Muy bien en el dominio de los bajos y con el dibujo musical exacto que este cante requiere. Seguidamente, Virginia nos lleva a la guajira marchenera, donde destaco la musicalidad imprimida a la misma. Hace tiempo que venimos observando cómo este cante se ejecuta con mayor rítmica, quizás contagiado por su uso en el baile o el exceso de percusión. Reconozco que de los cantes de ida y vuelta –o sólo de vuelta– es el que más me emociona y el que más disfruto. Virginia lo dibujó de tal manera que faltó ese poquito de sal nuestra, pero tuvo ese poquito de sal de los que hacen de la voz un canal expresivo lo suficientemente sensitivo para no dejar indiferente al receptor.
El toque a ritmo y compás de soleá por bulerías de Álvaro nos subió al columpio de la bambera, donde Virgina nos meció en cada tercio, para seguir con un ramillete de cuplés por bulerías (soy una feria, el compromiso, te lo juro yo, torre del arte…), para finalizar la actuación con un abanico de fandangos personales.
Virginia Gámez y Álvaro Mora son dos artistas con unas facultades técnicas dignas de elogio. La cantaora malagueña es un tesoro de conocimientos y eso se hace latente en la ejecución de cada tercio. Sus remates son valientes y no escatima en hacer volar su eco en forma de dardo. Álvaro atesora esa fusión entre lo flamenco y el conservatorio, y viceversa. Nada es aleatorio, y sin embargo suena y sabe flamenco, porque lo es.
Bonita noche de flamenco, en un entorno bello y flamenco.