Veinticinco discos de vanguardia flamenca
Una selección de discos, mis preferidos, del flamenco heterodoxo, ese que se sale de los márgenes sin perder cierta esencia. Y para definir a qué me refiero con este término he decidido marcar una regla sencilla. Ninguno es un disco canónico, pero en todos se interpretan, en mayor o menor medida, palos flamencos identificables.
Existe un debate eterno, tan entretenido como baldío, para fijar las fronteras de lo que es o no flamenco. Un debate que nos alimenta, pero que es innecesario. Diría que tanto como el de determinar lo que es bueno y lo que es malo. Llevamos años discutiendo sobre ello. Antes fue Camarón y su Leyenda (del tiempo), el Omega de Morente o las fusiones de Paco de Lucía. Y de un tiempo a esta parte, el fenómeno Rosalía. ¿Hay flamenco en El mal querer? ¿Apropiacionismo? Nosotros dedicamos horas a defender nuestra teoría frente a los demás mientras ella es una artista mundial, residiendo en Los Ángeles, que vive al margen de discusiones de bar. La música en sí, toda, es bastarda y surge de la mezcolanza de elementos y discursos diferentes. Y las reglas deben estar para romperse. Esa es la única forma de avanzar y la única norma que deberíamos abrazar.
¿Y entonces para qué este artículo? No lo sé. Tal vez para tratar de retratar cierto contexto. Y, en mi caso, además, para aprender. Escuchar es aprender. Y eso ya hace útil lo aparentemente inútil. De ahí esta selección de discos, mis preferidos (o, en parte, los más relevantes), del flamenco heterodoxo, ese que se sale de los márgenes sin perder cierta esencia. Y para definir a qué me refiero con este término he decidido marcar una regla sencilla, sin muchos matices o dobles baremos. Ninguno es un disco canónico, pero en todos se interpretan, en mayor o menor medida, palos flamencos identificables. Quedan fuera, por tanto, experimentaciones de géneros externos con aire flamenco como las que avanzó Miles Davis con el jazz o Joe Beck (junto a Sabicas) con el rock, el acercamiento a la música africana de Songhai, todo el rock andaluz, el universo personal de Kiko Veneno, la rumba (catalana o quinqui, da igual) y el flamenquito más pop. Y lógicamente faltarán muchos nombres (veinticinco son solo eso, veinticinco discos), y ahí ha entrado mi criterio personal y sensibilidad propia al elegirlos. Pero es una buena representación, y creo que el hecho de tener la selección completa delante sirve para hacerse un poco la idea de los muchos géneros musicales a los que el flamenco ha alimentado e influido y cuánto se ha expandido en estos últimos años.
Otra decisión a tomar era la del orden en el que mostrar esta selección, si cronológica, alfabética o, como al final ha sido, como un top por relevancia/calidad, que hay que coger con pinzas y considerar en parte como anecdótico, teniendo en cuenta que los veinticinco son grandes trabajos. Así que aquí, sin más, la lista de veinticinco “mejores” discos de vanguardia flamenca:
25. Puerta de la cânne, Califato ¾ (2019, Breaking Bass)
Califato ¾ representan, para lo bueno y para lo malo, esa dicotomía sevillana que la hace nadar entre la diversión y la devoción, entre el clasicismo y la modernidad. No hay término medio ni falta que hace. Como tomarte unas cervezas en el Vizcaíno vestida de mantilla un jueves santo mientras a unos pocos metros retumba el drum’n’bass desde los altavoces de un balcón cercano. Se puede ir a pares y nones a la vez y salir indemnes de ello. Los Califato no siempre lo consiguen, no nos engañemos, pero han sentado unas bases que, aunque no son especialmente novedosas, van a marcar una forma de entender la música en Andalucía. Son, lo queramos o no, un nuevo referente.
24. New hondo, Turronero (1980, Belter)
New hondo puede parecer irregular (lo es) e incluso fallido, pero tiene el mérito de haber llegado a donde nadie se atrevió. Porque los ejercicios de Luis de Carlos con Chorbos o, especialmente, Las Grecas, son indiscutibles, pero se quedaron en un ejercicio de pop aflamencado o rumba actualizada. Sin embargo, aquí la música disco se fusiona con el flamenco más puro en un intento de llevar el cante a un terreno ignoto. No se consiguió del todo, pero el atrevimiento merece el recuerdo y que le improvisemos un par de coreografías en Nochevieja cuando andemos achispados.
23. Perraterías, Tomás de Perrate (2005, Flamenco vivo)
Que Tomás de Perrate es un alma inquieta lo sabemos. Algo que ya mostró en las presentaciones de Soleá Sola y Tres Golpes en la Bienal. Pero el primer paso de ese camino hacia lo nuevo y lo diferente probablemente estuviera en este disco de 2005, producido por el imprescindible Ricardo Pachón. Aquí suenan los Tangos del Piyayo con base reggae, guitarras que nos acercan al universo de los hermanos Amador o sus Seguiriyas didácticas con batería, junto a bulerías de Utrera o soleás mucho más canónicas. Circunstancias ajenas a la calidad del disco hicieron que su difusión no fuera la esperada, pero la pica quedó clavada, sentando las bases de lo que iba a ser el universo Perrate desde entonces.
22. Tremenda, Rosario La Tremendita (2021, autoeditado)
Tremenda es la primera parte de un proyecto a cerrar en 2022; la vertiente electrónica de toda la inspiración que desborda Rosario Guerrero. En poco llegará la de las guitarras. Mientras, aquí podemos disfrutar de una soleá de la Serneta que se dispara en mil direcciones, como el reflejo de la luz en una bola de discoteca, de los sintes ochenteros a lo Stranger Things que en Un mundo nuevo presiden las peteneras de la Niña de los Peines o el acercamiento a la pista de baile del Dime de Lola Flores, un referente emocional de la cantaora. Porque Rosario es un potro desbocado, de rabia y miel, que no para de crecer y no tiene redes en su viaje.
«El mayor acierto de ‘Nuevo día’ es que no era necesario ser un gran aficionado al flamenco para comprender que la conjunción de Lole Montoya y Manuel Molina se mostraba como el choque de dos astros que derivó en una explosión de luz infinita. Una claridad que lleva iluminándonos desde entonces»
21. A tiempo, Diego Carrasco (1991, Aspa)
Cuando se desborda tanta personalidad es complicado sacar conclusiones, especialmente si tratamos de compararlo con el resto. Diego Carrasco tiene una forma especial de recoger los sonidos, transformarlos, hacerlos suyos y entregárnoslos de una manera diferente al resto. Practica una anarquía artística, manejando los tiempos y compases en pos de la fiesta, que solo a él pertenece. Lo hizo antes y lo concretó en A tiempo, donde igual se arranca por bulerías sonando a Bach que te lleva al spoken word o al rap con raíces. Y lo hace con el apoyo esencial de Di Geraldo y la producción de un Ricardo Pachón que trata de ser aquí el catalizador de una fuerza desordenada, que llegaba al estudio de grabación sin canciones y salía de él con un disco para la historia.
20. Sanación, María José Llergo (2019, Sony)
Con ¿De qué me sirve llorar? arranca Sanación dejando tres pilares sobre los que se sostenerse, la educación flamenca de Llergo (que llega a través de la figura de su abuelo, que le ha cantado de siempre por Caracol o la Niña de los Peines) encarnada en la soleá que ella lleva a su terreno, la experimentación que presenta la producción de Lost Twin y la procedencia rural de la artista, ya que la música se acompaña del sonido de una azada trabajando la tierra. La cuarta, la conciencia social de la cordobesa de Pozoblanco, te la encuentras en la letra desgarradora de Nana del Mediterráneo y en la experiencia de Llergo como mujer libre y liberada, de ataduras musicales y emocionales, que se cuenta en las reivindicativas Soy como el oro y Me miras pero no me ves.
19. Reinas del matute, Las Migas (2010, Nuevos Medios)
Cuando se unieron en 2010 los caminos de Las Migas y el de Raúl Fernández se estaban sembrando unas semillas que han marcado el devenir del flamenco más inquieto de los siguientes años. El acercamiento de un productor indie a estas cuatro mujeres de querencia flamenca dio unos frutos absolutamente innovadores y forzó un giro en la carrera de Refree para establecer los cánones de una parte importante de la nueva heterodoxia. Además, cuenta con el debut vocal de una artista absoluta, la catalana Silvia Pérez Cruz, que aquí carga de fuerza los tangos de la Repompa o llena de poesía las bulerías de Perdóname luna. También llegan unos fandangos instrumentales, el recuerdo a la obra de recuperación de Lorca con Los Cuatro Muleros y el cierre total que es La Tarara. Un disco que, más de diez años después, aún sigue sonando sorprendente y rompedor.
18. Veloz hacia su sino, Jorge Pardo (1993, Nuevos Medios)
Podría haber sido otro, o varios, pero la obra donde encuentro mejor representado eso del jazz-flamenco, que lideraron en los noventa nombres como Carles Benavent, Tino di Geraldo y Jorge Pardo (todos aquí presentes), es este Veloz hacia su sino. Un disco esencialmente instrumental, con el acompañamiento a la guitarra de El Bola y José Miguel Carmona y de Antonio Carmona y Rubem Dantas a la percusión, pero que cuenta con las voces no omnipresentes de El Potito y Chonchi Heredia para sublimar la influencia del flamenco en la música del saxofonista, que conseguía liderar un álbum coral, con la flauta y el saxofón como elementos fundamentales, por supuesto, pero como piezas no únicas de un engranaje donde todo era necesario. Y claro que podría haber sido otro, pero entonces nos estaríamos perdiendo este en el camino.
17. Encuentros, El Lebrijano con la Orquesta Andalusí de Tánger (1985, Ariola)
El buque insignia de la fusión andalusí del flamenco, aparte de temas desperdigados en obras mayúsculas como en la discografía de Lole y Manuel, es Encuentros. Un LP que tiene como punto más fuerte el hecho de que Paco Cepero, director musical del invento, no se apropiase de los sonidos provenientes del Magreb y buscara cómo interpretarlos, sino que contase expresamente con la Orquesta Andalusí de Tánger para dotar al disco de una autoridad de otra forma inalcanzable. Y el resultado, como las especias que se unen para formar un aroma único, respira una cohesión que solo consiguen las grandes obras. Nada se impone y nada sería posible sin ambos protagonistas. Solo la sensación de haber hecho justicia en la fusión de dos culturas tan cercanas y alejadas a la vez.
16. Firmamento, Rocío Márquez (2017, Universal)
Entre la Rocío que ganó la Lámpara Minera y la de Firmamento media un abismo, el del camino hacia la madurez, ese que te premia con personalidad y talento. En este álbum, grabado junto a Proyecto Lorca y producido por Raúl Fernández, como su anterior homenaje a Niño de Marchena en El Niño, entonces junto a Faustino Núñez, Rocío apela a la libertad creativa tanto en lo lírico como en lo musical, dejándose acariciar por el jazz más experimental y compartiendo firma con otras mujeres (Christina Rosenvinge, Teresa de Jesús, Isabel Escudero y María Salgado), ya sea como colaboradoras o en adaptaciones de sus poemas. Además, Firmamento puede entenderse como una obra bicéfala, con una segunda parte, repartida en tres suites, dedicada al poeta granadino y grabada en directo, que en sus treinta minutos goza de una independencia suficiente para reivindicarse como igual de importante y trascendente.
15. El pequeño reloj, Enrique Morente (2003, Virgin)
El universo de Morente es infinito, desde lo clásico de su primera época a lo innovador, que fue llegando con absoluta naturalidad. No hay un artista que haya tratado de avanzar más en cada paso de su obra musical, tanto en su búsqueda de lo sonoro como en su intención por dar un giro a la parte lírica, con sus adaptaciones de clásicos de la poesía española (de Miguel Hernández a San Juan de La Cruz, de Lorca a Cohen). Por eso es imposible quedarse con un solo peldaño de su carrera. Pero en El pequeño reloj nos encontramos con un escenario diferente al resto, uno que solo se consigue con un trabajo en el estudio. Aquí se homenajea a los grandes guitarristas (Montoya, Manolo de Huelva o Sabicas), pero a partir de sus grabaciones originales, a las que Enrique acompañaría con su voz, con un resultado entre lo enciclopédico y sorprendente, más ortodoxo en lo aparente, pero esencialmente atrevido si nos vamos a la raíz. Y musicalmente tan destacable como el resto de su discografía.
14. Jazz flamenco, Pedro Iturralde (1967, Hispavox)
El primer acercamiento del jazz al flamenco llegaba de la mano de Lionel Hampton, que en una gira por España se enamoraba del folklore del país y le dedica (con el acompañamiento no acreditado de Tete Montoliú) su álbum Jazz Flamenco, grabado en Madrid en 1957 y que de lo segundo solo tenía el título. Más cerca estuvo después Miles Davis en Sketches of Spain, pero fue Pedro Iturralde el que realmente acercaba el cante al jazz, tanto en forma como en fondo, en un primer disco donde las soleares se dejan acompañar por algunas de las canciones populares que años antes rescatara Federico García Lorca. Después llegó un segundo volumen donde aparecen una bulerías y nuevos acercamientos que, juntos, hacen el primer matrimonio real entre dos universos no tan alejados. Destacable tanto en lo musical como por su valor como muestra primigenia de una de las comuniones más repetidas en el flamenco.
13. Gualberto y Agujetas, Gualberto y Agujetas (1979, Movieplay)
Gualberto no venía de India o Pakistán, sino de la mucho más cercana capital sevillana. De otra forma, habría sido imposible esa llamada telefónica de Manuel Agujetas para proponer al rockero la grabación de un disco conjunto. Obviamente, esta no es la única colaboración del músico con cantaores flamencos (ahí tenemos para la posteridad la tremenda Nana del caballo grande con Camarón para La leyenda del tiempo, pero es el más completo y donde mejor se puede comprobar cómo cohesionan ambos mundos, el del sitar y el cante, en los seis cortes que lo componen pero especialmente en las dos seguiriyas, que Gualberto cuenta que (como el resto del disco) se grabaron en una sola toma, y donde el dolor de la voz del jerezano se intensifica como un altavoz inesperado hasta el más grande lamento. Como si la pena fuera cosa de dos.
12. Son de la frontera, Son de la frontera (2004, Nuevos medios)
Con el zapateado de la Bulería negra del Gastor arranca un disco que es visceral y académico, ortodoxo e innovador, atrevido y respetuoso. Raúl Rodriguez introduce el tres cubano en un disco de flamenco que son instantes, como los arrebatos vocales, que entran y salen de la escena para sentar bases, elevarnos y desaparecer, demostrándonos que es posible quedarse con esbozos sin perder la esencia. Se cuenta en las reseñas que se hicieron entonces del álbum que Martirio le trajo de La Habana el tres a Raúl a petición de este, que podría tener ya en la cabeza el concepto del sincero homenaje a Diego del Gastor o lo fraguó a partir de ahí, pero nos deja la evidencia de que ese viaje de su madre a Cuba fue el inicio de algo histórico. Un trabajo, en ocho temas, que solo si no escarbas puede no parecerte rompedor.
11. Sus estilos flamencos, Pepe Marchena (1961, La voz de su amo)
No existe un álbum concreto como tal, pero no se puede quedar fuera de esta selección la figura renovadora de Pepe Marchena dentro (y fuera) del flamenco. Y a la hora de recopilar sus aportaciones, en este disco de 1961 recuperan el cante por Colombianas que el sevillano aportó al mapa flamenco (representada por el tema Me gusta estar en la sierra), la introducción de los sonidos orquestados con la Orquesta del Maestro Quiroga, su particular recitado en medio de los cantes, el éxito de La Rosa con su letra obtenida de la obra Amores y amoríos de los hermanos Álvarez Quintero e incluso respira aroma a lo que fue en su día la Ópera Flamenca, gracias a los arreglos orquestados y el sonido de fandanguillos y cantes de ida y vuelta. Hay que ser consciente de que nos estamos quedando cortos con esta reivindicación, pero la mayoría de estas aportaciones pertenecen a un periodo en el que el formato LP no era el predominante, y no nombrarle habría sido aún más desatino.
«Solo queda plegarse ante ‘La leyenda del tiempo’ y comprender que, ante el inmovilismo sentado en las cátedras enciclopédicas cercanas, aquí se desbordó una frescura y libertad hippie que no se puede asimilar fácilmente si no te coge desde fuera hacia adentro, si no se llega desde un ámbito externo al flamenco para empaparse de él poco a poco»
10. Solo quiero caminar, Paco de Lucía (1981, Philips)
Fuente y caudal, con el hit absoluto que fue Entre dos aguas, es el disco que situó a Paco de Lucía en la inmortalidad, pero la selección de Solo quiero caminar en esta lista se justifica gracias a otros baremos, la ampliación de miras y ambición creativa, las colaboraciones del mismo confiriendo al disco una ejecución coral y la incorporación de sonidos como el de la caja al repertorio musical. Porque al omnipresente Ramón de Algeciras como segunda guitarra, aquí se le unen algunos de los nombres referentes de la fusión en siguientes años, como Carles Benavent al bajo o Jorge Pardo con saxofón y flauta. Tampoco falta Rubem Dantas a la percusión y su hermano Pepe, que se hace corresponsable de la titular Solo quiero caminar, que no anda lejos de la antes mencionada como éxito masivo, de repercusión muy fuera del ámbito estrictamente reservado a lo jondo. El disco, por otro lado, es respetuoso en la selección de palos, incorporando tangos, bulerías, fandangos o rumba, así como el menos ortodoxo cierre con Palenque. Paco de Lucía ya había experimentado antes con otros sonidos, y con artistas muy alejados del género, pero aquí consigue mantenerse justo en la frontera sin abandonar lo flamenco.
9. Antología del cante flamenco heterodoxo, Niño de Elche (2018, Sony)
La obra más ambiciosa de Niño de Elche, el autodenominado como “ex-flamenco”, tiene mucho de enciclopédico, tanto o más de irreverente y bastante de inspiración. Un trabajo que no podría haberse producido sin la figura de Pedro G. Romero, archivista de lo heterodoxo, y productor artístico del álbum, que es tan importante como la del propio Niño de Elche o la de Raúl Fernández, productor musical del mismo. Porque es él quien se ha encargado de aportar las diferentes referencias a las que los 27 temas de este disco hacen mención en un trabajo documental excepcional. 27 adaptaciones de honrosas salidas de tiesto que Francisco Contreras lleva a su terreno, ensuciándolas de ambient sacro, música concreta, electrónica ravera, folk austero o experimentaciones bastardas. No es este un disco de primera impresión y al que debería accederse con cierto esfuerzo y compromiso de aceptación de las reglas para disfrutarlo y entender sus claves, comprendiendo su objetivo original de mostrar cómo el flamenco no tiene por qué circunscribirse necesariamente a unas reglas matemáticas inamovibles, sino que puede interpretarse y disfrutarse de múltiples y diferentes formas.
8. La leyenda del espacio, Los Planetas (2007, Sony)
Tras Contra la ley de la gravedad, uno de sus discos más flojos, Los Planetas andaban en un punto de no retorno. Cualquier huida hacia delante podría ser equivocada. El inmovilismo aún más. Pero los granadinos se encontraron con la solución en sus propias narices. No había que buscar fuera lo que tenían dentro. Solo había que mirar desde la Alhambra hacia las cuevas de Sacromonte y desde estas a las enseñanzas que una década antes había dejado su maestro Morente con Lagartija Nick. Así nacía La leyenda del espacio, un disco de rock a ritmo de tientos, verdiales, fandangos, soleares, cantiñas o granaínas, cantado por alguien absolutamente ajeno a estos sonidos e interpretado por un grupo educado en lo anglosajón, en el que repetía respecto al hito morentiano Erik Jiménez a la batería. El experimento podía haber acabado en el más absoluto desastre, pero no fue así. Los cantes se adaptaron con absoluta naturalidad a su nuevo traje y el empujón definitivo llegó del propio Enrique, que participó cerrándolo con Tendrá que haber un camino, que suena lisérgica, sucia y solemne en la voz del cantaor. Yo estoy convencido de que, si la desgracia no lo hubiese partido de un jirón, habríamos tenido mucho más que el par de canciones colaborativas en la discografía de ambos, pero solo queda disfrutar de lo que quedó y lamentarse por lo que pudo ser.
7. Soy gitano, Camarón con The Royal Philarmonic Orchestra (1989, Philips)
Soy gitano se graba en Sevilla y Madrid y se remata en Londres, en los estudios Abbey Road, con The Royal Philarmonic Orchestra, la dirección de Jesús Bola, y la vigilancia de Ricardo Pachón y un José Monge que no terminaba de tener claro el resultado de aquello. Para conseguirlo, cuenta Jesús en su web que hubo que enviar previamente los arreglos y la acreditación suya como director de orquesta, y que llegado el día tenían el tiempo milimetrado para no salirse de presupuesto. Finalmente, el atrevimiento se concretó en la grabación más cara de un disco de flamenco y el resultado muestra nuevos matices a la música de Camarón de la Isla. No, él ya no los necesitaba, pero decía Ricardo en una entrevista de aquellos días que las seguiriyas puras ya no se vendían. Y por eso llegaron también las colaboraciones de Juan Luis Guerra en la composición de Amor de conuco y de Ana Belén cantándola a dúo con Camarón. Anécdotas de alguien a quien poco le daba miedo. Pero el gran éxito del disco está precisamente en los tangos de Soy gitano, que con los arreglos de los cuarenta miembros de la orquesta suenan relucientes y apabullantes. A poca distancia quedan las bulerías Luna llena y, si tuviéramos que poner alguna pega, sería la regrabación de la Nana del caballo grande, que ya quedó perfecta en La leyenda del tiempo con el acompañamiento de Gualberto.
6. Rock gitano, Pata Negra (1983, Mercury)
Anárquico, deslavazado, indomable e infeccioso, el segundo asalto de los Amador es un disco donde el flamenco y el rock pugnan entre ellos sin terminar de gobernar el uno al otro. Raimundo y Rafael eran adrenalina pura y ni Ricardo Pachón sabía cómo controlarlos. Así, el resultado es una amalgama de sonidos que no tiene parangón y que, especialmente en la cara A del vinilo, es puro flamenco bastardo, inclasificable e irrepetible. Levante arranca como unas cartageneras infectadas de rock y en la siguiente, Badajoz, se van de la rumba a los tangos como un borracho que no es capaz de mantener el equilibrio y se tambalea de acera a acera. El tercer golpe es Compañero del alma, por bulerías con letra de Miguel Hernández, una guitarra eléctrica que lo ensucia todo y la flauta de Jorge pardo firmando el epílogo de la misma. Finalmente, se cierra esta cara adaptando a Lorca en la Baladilla de los tres ríos y se deja ya para la segunda la guasona El Tardón. El resto del disco transita más por terrenos entre el blues y el rock y quizás esté un escaloncito por debajo, pero todo lo ya aportado es suficiente como para tener claro que la semilla del nuevo flamenco ya estaba plantada y que solo había que esperar, al fruto que se recogería con Blues de la Frontera y a que Mario Pacheco, con su sello Nuevos Medios, entendiera que ese era el camino a explotar.
5. El mal querer, Rosalía (2018, Sony)
El primer aviso de que Los Ángeles iban a quedar como una mera anécdota lo dio Malamente, esos tangos nada ortodoxos que situaron a Rosalía de golpe en el foco internacional. Y aun así era imposible imaginar lo que estaba por venir, porque El mal querer no se termina nunca de digerir. Por mucho tiempo que pase. Por mucho que te esfuerces. Basta para ello recuperar después de un tiempo sin escucharlo el martinete de De aquí no sales acompañado por los derrapes de una moto soltando gas, o las seguiriyas con autotune de Reniego. Volver de nuevo a la dramática Que no salga la luna, en loop por bulerías, con el sampleo inicial de la Paquera de Jerez, las palmas de Los Mellis y los coros de Las Negris o engancharse a los asideros más comerciales de Pienso en tu mirá y Di mi nombre. Y todo envuelto dentro de una obra conceptual, de empoderamiento femenino en el siglo XXI inspirada en unas escrituras del XIII. Rosalía, con la ayuda de El Guincho en la producción, ha construido algo absolutamente nuevo, sea lo que sea y se llame como se llame, a partir de lo más clásico. Algo a lo que pocos se atreven y muchos menos aún lo consiguen. Y ella tiene aún toda una carrera por delante para, si quisiera, repetir tal atrevimiento. De momento, con Motomami ha preferido trazar otro camino, con nuevas reglas, pero sin perder inspiración.
4. Omega, Enrique Morente + Lagartija Nick (1996, El europeo)
Lorca, Cohen y Morente. Y Lagartija Nick por ahí revolviéndolo todo. Un trayecto que comenzaba con Despegando veinticinco años antes, donde empezaban a vislumbrarse las inquietudes del cantaor granadino, su respeto hacia lo canónico y sus ganas de no quedarse solo en eso, y culminaba con Omega, su proyecto más ambicioso. Una obra maestra fraguada a fuego lento, para que tome toda su esencia y no parezca en ningún momento artificial. Creada en libertad y (y aquí podría estar la diferencia con esa otra piedra angular que es La leyenda del tiempo) con el control absoluto de Enrique Morente sobre el proyecto. Omega fue, simple y llanamente, lo que él quiso que fuera. Y lo que él quiso fue un disco que ha marcado a todo lo que ha llegado después. Desde los acercamientos de otras bandas de rock al género como los atrevimientos de muchos cantaores con inquietudes de romper barreras. Y para unir esos mundos, nada mejor que coger como referencia dos figuras mundiales absolutas, el escritor granadino y el poeta canadiense, el segundo fan del primero y Enrique de ambos. Tal vez, consciente de lo que tenía en sus manos, intentó que Omega no le involucrase solo a él, sino que toda su familia, de una u otra forma, estuvieran ahí presente.
3. Juerga gitana, Manolo Caracol (1965, Orfeón)
Hay motivos de sobra para considerar a Manolo Caracol un renovador (ahí está su uso del piano o haberse acompañado musicalmente por orquesta en la primera mitad del siglo XX), pero hay dos que he pretendido destacar en esta lista. El primero es comprender su espíritu libre, no atado a reglas ni formalismos a la hora de cantar, y el otro es su interés por no limitarse a lo ya establecido, ejemplificado a partir del proyecto Zambra junto a otra indomable, Lola Flores, en 1944. Un espectáculo teatral no puede entrar en esta lista, obviamente, pero sí el cante que él creó y lideró, para el que se apoyó en el trío más grande de la copla (Quintero, León y Quiroga), que le escribió algunas canciones que trascienden cualquier género y son parte de la historia de la música de este país. Realmente no resulta sencillo acotar todo esto en un solo un álbum de una discografía tan ramificada, pero este Juerga Gitana, editado por primera vez en 1965, tiene algunas de las zambras más reconocibles (cierto, falta el Romance de Juan de Osuna, que sí aparece en otra edición posterior, titulada como Niña de fuego), junto al fandango caracolero tan personal, los pregones de la uva, el villancico Los Campanilleros, el martinete Fraguas de Triana y el cierre por bulerías. Suficiente oro como para tenerlo en un altar.
2. Nuevo día, Lole y Manuel (1975, Movieplay)
Antes de La leyenda, Lole y Manuel se rendían al nuevo día en 1975, haciendo añicos todo lo preconcebido con el mayor respeto posible al pasado pero con la vista únicamente al frente. Nuevo día es un disco que, polémicas sobre la autoría de la producción aparte, unió a algunos de los más importantes talentos de esa Sevilla que, durante unos cuantos años, fue la avanzadilla cultural de la música en nuestro país. Manuel ya había formado parte de Smash, Lole surgía esplendorosa como ese sol joven y fuerte que vencía a la luna nada más comenzar a avanzar la aguja del vinilo y Juan Manuel Flores aportaba esa literatura poética que coqueteaba siempre desde lo sublime con lo cursi, consciente de que la voz de Lole y la guitarra “lloriente” de Manuel convertirían en magia todo aquello que acariciasen. Pero, esencialmente, el mayor acierto de este LP es que no era necesario ser un gran aficionado al flamenco para comprender que la conjunción de Lole Montoya y Manuel Molina se mostraba como el choque de dos astros que derivó en una explosión de luz infinita. Una claridad que lleva iluminándonos desde entonces y, en lo personal, acompañándonos desde que mi padre se hizo con su copia (que hoy está en mi casa, sonando con sus chasquidos y roces y que no cambio por nada del mundo) hace ya casi 50 años.
1. La leyenda del tiempo, Camarón (1979, Philips)
A pesar de que Camarón de la Isla, con el acompañamiento de Paco de Lucía, ya había dado muestras de cierto carácter rebelde en los discos precedentes y de que Ricardo Pachón acababa de marcar el camino de la heterodoxia con los discos de Veneno, primero, y Lole y Manuel, después, era complejo imaginar que la unión de ambos pudiera desembocar en La leyenda del tiempo. El elenco de participantes, de Kiko a los Alameda, del Tacita a Tomatito, de Jorge Pardo a Gualberto, empezaba a dar pistas, pero incluso así el resultado estuvo por encima de lo experimentado hasta entonces y, podemos atrevernos a decir, de casi todo lo creado bajo su sombra.
No es necesario a estas alturas enumerar los aciertos y virtudes de La leyenda del tiempo. Decir algo de este disco que no sea redundante cuesta. Describir cómo desde la canción titular ya se ponían las cartas sobre la mesa y que, sin salirse de los cánones flamencos, se podía sonar absolutamente novedoso es algo tan cierto como conocido. Podemos repetirnos, pero no es necesario. Por eso, más que reiterarnos, queda plegarse ante él y comprender una vez más que, ante el inmovilismo sentado en las cátedras enciclopédicas cercanas, aquí se desbordó una frescura y libertad hippie que no se puede asimilar fácilmente si no te coge desde fuera hacia adentro, si no se llega desde un ámbito externo al flamenco para empaparse de él poco a poco. Porque la autovía trazada en sus diez canciones seguramente haya tenido desde su publicación mucho más flujo desde el público neófito que al revés. A mí me ocurrió así, a destiempo porque cuando se publicó yo tenía solo siete años y un padre absolutamente purista, y creo que eso me ayuda a verlo desde una perspectiva diferente. Sin embargo, no se puede afirmar que fuera una obra de digestión rápida como el debut de Lole y Manuel, por ejemplo, y así lo atestiguan las presuntamente menos de 6.000 copias vendidas trece años después de su publicación, pero sí de inspiración infinita. Tanto como para cambiar el curso del flamenco y de la música.
Imagen superior: Portada de ‘Omega’, de Enrique Morente y Lagartija Nick. Foto de Manolo Domínguez
Manolo Domínguez
TOMAS 20 abril, 2022
QUE 16. Firmamento, Rocío Márquez (2017, Universal), SEA VANGUARDIA FLAMENCA ., ME PARECE MUY FUERTE. ¡¡¡
DESAFINA , NO CANTA¡¡ HACE GORGORITOS¡¡¡¡
Laíno 20 abril, 2022
Gorgoritos como Marchena, Valderrama, Chacon??
Manolo Domínguez 21 abril, 2022
Ten en cuenta que a la hora de valorar la lista se han tenido presentes muchos factores, y no solo la voz (que a mí la de Rocío Márquez además es que me convence). En Firmamento tenemos la participación de Proyecto Lorca, que aporta matices free jazz al álbum y una gran modernidad instrumental, y un marcado carácter femenino y feminista en lo lírico. Todo eso es vanguardia, como lo es también el concepto de producción artística de Pedro G. Romero en los proyectos en los que se involucra.
Esto puede no interesar, no lo niego. Pero no deben obviarse a la hora de entender cómo se ha seleccionado esta lista.
Y, en general, mi consejo es que lo interesante de estos textos es encontrar matices en discos a los que no se les ha prestado atención, disfrutar de lo común y fijarse más en las coincidencias que en las disidencias, que siempre las habrá. Así uno saca más provecho de lo que se lee.
José Ramón 22 abril, 2022
No entiendo como no aparece el disco de Manuel Malou MIXA COOLTURA.
Manolo Domínguez 23 abril, 2022
Pues por lo mismo por lo que no aparecen Songhai de Ketama-Diabaté, Rock-Encounter de Beck-Sabicas, el disco de Ray Heredia, el primero de Manzanita y muchos otros que tampoco están. Porque solo entraban 25 y al final he tenido que seleccionar según mi criterio y tratando de mostrar el mayor abanico de géneros y diversidades.
Pero me alegra que lo menciones para que quien quiera se acerque a más discos. Así aprendemos todos. Yo el primero.
Muchas gracias.
Miguel 6 mayo, 2022
Esta lista entiendo que es personal, yo en la mia pondría a Las Grecas, El Luis, Los Chorbos, La Susi, Ketama, Ray Heredia, Sabicas y quitaria a unos cuantos que has puesto. Un saludo
Manolo Domínguez 9 mayo, 2022
Sí, absolutamente. He consultado a amigos, pero es exclusivamente mía.
Todos esos discos que indicas (para ser sincero, menos de La Susi) están en casa y me encantan, pero los he dejado fuera porque predomina la Rumba y el Pop Aflamencado, y una de las condiciones que me puse para la lista (lo comento arriba en la introducción) es que fueran álbumes donde predominaran interpretaciones de los distintos palos flamencos, sacando entonces estos géneros.
Pero es cierto que todos son grandes artistas, claro, y yo añadiría a Manzanita ya después de Chorbos, Bambino, María Jiménez, Los Amaya, Peret y parte de la rumba quinqui (Chichos, Chunguitos). O incluso el primer cd de José el Francés. Pero no quería llevar esta lista por ese camino justo por lo que comentaba.
Lo bueno es eso, que aquí material para otra igual de interesante.
Mario 29 abril, 2024
Muchas gracias Manolo por este artículo.
Como persona del norte con gran pasión por el Rock llegué al flamenco de la mano del Omega de Morente, que a día de hoy sigue siendo de mis discos favoritos (el Poema para los muertos ha sido la única canción que me ha emocionado hasta las lágrimas en una primera escucha). De ahí pasé a Camarón, Lole y Manuel, Paco de Lucía, Tomatito… y también artistas más heterodoxos como Rosalía, Califato o el Niño de Elche; que ahora me acompañan en mi día a día.
Esta lista me va a servir para continuar con mi proceso de descubrimiento, lo cual quiero agradecer con estas líneas.
Un abrazo.
Manolo Domínguez 29 abril, 2024
Para eso están siempre las listas, para descubrir nuevas cosas (y para criticarlas, claro, que eso siempre es entretenido). Añadiría ahora algunos discos nuevos que no se habían publicado cuando se montó el artículo: Rocío Márquez con Bronquio, Perrate, e incluso lo último de Israel Fernández, que también parece interesado en hacer crecer el flamenco.
Mario 10 mayo, 2024
Muchas gracias por las recomendaciones adicionales. ¡Me las apunto todas!
Manolo Domínguez 29 abril, 2024
Y gracias a ti por recuperar el artículo, al que le dediqué bastante esfuerzo e ilusión. Igual ya se va mereciendo un pequeño anexo con todo lo que se está moviendo el flamenco más heterodoxo. Señal de que es un género vivo.