Semblanza al maestro Miguel Vargas
Extremadura suena a Miguel Vargas. Crea un estilo en el toque por tangos y jaleos extremeños. Miguel Vargas aporta al flamenco extremeño una identidad guitarrera de la que carecía.
En primer lugar agradezco al maestro guitarrista extremeño Miguel Vargas su disposición, gentileza y amabilidad. Me ha regalado una entrevista maravillosa, o mejor dicho, una conversación cabal, jonda y rebosante de sus vivencias flamencas. El maestro es un gran conversador con un carácter amigable y cercano. Una charla fundamental para el desarrollo de este artículo, y con deseos de poder repetir. Su música, su estudio y su trabajo dotan de identidad y carácter al toque extremeño.
También agradezco a su hijo Juan Vargas, principal discípulo y heredero de tan flamenquísismo toque, su colaboración en todo momento. Además al fotógrafo extremeño Diego Gallardo, por ser quien facilita el contacto con los Vargas. Diego también es un divulgador del flamenco. Y su colaboración es esencial para llevar a cabo diferentes proyectos del flamenco extremeño, como Extremadura Pura.
Miguel Vargas Molina ve la luz el 25 de enero de 1956 en Beja, capital del Baixo Alentejo, en Portugal. Nace del matrimonio formado por Enriqueta Molina y Juan Manuel Vargas, una familia asentada y dedicada al ganado, sobre todo al trato de mulas. Su familia vive dentro de una numerosa comunidad gitana venidos principalmente de Extremadura y con uniones familiares entre muchos de ellos. Miguel asiste a la escuela, incluso habla y escribe portugués, aunque en casa se habla español. Esta gran familia aprovecha diferentes momentos para celebrar sus fiestas flamencas. Él mismo cuenta que en las fiestas suelen cantar unos tangos arrumbados. Y tanto hombres como mujeres tocan y cantan. Como Ana Molina, madre de Porrina de Badajoz, la Tía Primitiva, la Tía Tijeras, la Tía Amparo, que se llevaba media hora afinando e incluso podía romper hasta alguna cuerda, o la madre de la Tía Amparo, que tocaba bien y hacía algunas falsetas. También le llama mucho la atención el Tío Enrique, porque solo sabía tres acordes y ahí cantaban todos, aunque ninguno de ellos es profesional del flamenco. Miguel poco a poco se va interesando por la guitarra. Inmerso en esas vivencias, él mismo se hace una guitarra con una madera y unas gomas elásticas.
Miguel cuenta que su flamenco se basa en los jaleos y tangos, que en aquellos momentos no sabían otros palos como seguiriyas o soleares. Esos tangos y jaleos salen de los rodeos, pedimentos, bodas u otras celebraciones o fiestas familiares. Y como mucho se canta algún fandango en algún momento de esas fiestas.
Hasta los ocho años, Miguel vive en Beja entre mulas, fiestas y chalanes (así se conocían a los tratantes de ganado). Luego su familia se traslada a Mérida. Esta ciudad extremeña cuenta con una feria de ganado de las más importantes. Sus juergas flamencas se extienden hasta siete u ocho días. Miguel vive con intensidad todos estos acontecimientos. Pero con la industrialización y llegada de los tractores al campo, la familia alterna temporadas entre Mérida y la Costa Brava.
«Un toque flamenco de elegante sonoridad. Un toque de identidad, de sufrimiento, de alegrías. Un toque de pellizco, de pausas, de silencios. Un toque de delicadeza, de emoción. Un toque de compás de bastón. Simplemente el toque de Miguel Vargas»
En la Costa Brava, a la edad de diez años, Miguel trabaja de botones en un hotel. Su padre, debido a la insistencia del propio Miguel, le compra su primera guitarra por 700 de las antiguas pesetas. Y esa noche no duerme sacando los primeros acordes. De vuelta en Mérida, Miguel sigue frecuentando las fiestas flamencas, sobre todo en el entorno de la familia de los Verdinos. Se instruye con los maestros Procopio y Calatrava. De ellos aprende cuatro acordes y algún tema musical. Más adelante, en Lloret de Mar, Miguel frecuenta locales de ambiente flamenco como El Quijote, La Masía o El Cortijo. Allí entabla amistad con un guitarrista de Lérida llamado Alfredo. Miguel aprende de Alfredo nuevas técnicas y toques como la soleá o la seguiriya. Esto le impulsa en su afición guitarrera y en el acompañamiento al cante. También en esos años finales de la década de los sesenta, Miguel descubre la guitarra de Paco de Lucía y estudia el toque del algecireño. Pero se da cuenta de que lo importante es encontrar su música y empieza a fraguar su toque.
Durante la charla con Miguel describe varios momentos importantes que le marcan como guitarrista. En la Costa Brava, aparte de formarse junto a Alfredo, acompaña a Carmen Linares, que empezaba sus andaduras flamencas, y conoce a El Sali, que le ofrece trabajar acompañándolo en actuaciones nacionales e internacionales.
Asentado en Mérida, Miguel da conciertos de guitarra con Paco Suárez, además de trabajar con diferentes compañías por toda España y dedicarse a la enseñanza. Pero durante los años setenta, Miguel, en una de sus actuaciones, sufre una caída y se fractura la muñeca. Este infortunio le retira de los escenarios, por lo que se dedica al negocio familiar, una tienda de calzado. A su vez, del matrimonio entre Miguel y María nacen Juan, Domingo, Ana María y Alba. Miguel busca la forma de recuperarse y como puede sigue tocando en su casa. Y en 1987 es animado por su entorno cercano a participar en el I Concurso de Guitarra Flamenca dedicado a la saga de Manolo y Pepe de Badajoz. Es reconocido con el Premio al Mejor Guitarrista Extremeño, con tan solo la práctica de los ratos en casa. El primer premio del concurso lo obtiene Niño de Pura. Entre los miembros del jurado figuran el guitarrista José Luis Postigo o el investigador Paco Zambrano. Tras el concurso acude a un programa de la primera cadena de Televisión Española que le abre muchas puertas, Un verano tal cual, presentado por Isabel Gemio.
También surge la colaboración en Flamenfado y luego en El roce de las almas, junto al guitarrista portugués Sidonei Pereira. Miguel, poco a poco, recobra la ilusión por la guitarra y forma un trío musical con sus hijos. Pero el destino le da otro mazazo en su vida: pierde a su hijo Domingo tiempo después. Los Vargas dejan de tocar hasta que reaparecen en 2010 en el VII Otoño Flamenco de Fuente de Cantos. Y siendo esta saga familiar los pioneros en la creación de espectáculos flamencos en Extremadura.
En la década de los noventa, tras una actuación en el Teatro Alcázar de Madrid y gracias a dos críticas del periodista Ángel Álvarez Caballero, que utiliza como carta de presentación, entra en Casa Patas. Hasta día de hoy es requerido como guitarrista por diversos artistas e incluso realiza un trabajo discográfico lleno de raíces, flamencura y sabor. A lo largo de su carrera ha acompañado a Porrina de Badajoz, Juan Cantero, Indio Gitano, Ramón el Portugués, El Madalena, Guadiana, El Perrete, Miguel de Tena, El Potito, Juanfra Carrasco, José de la Tomasa, Fuensanta la Moneta o la compañía de Marcos Vargas y Chloé Brulé. E incluso al propio Camarón de la Isla en el Teatro Romano de Mérida. Junto a su hijo y guitarrista Juan Vargas, heredero de este original toque y a la vez guitarrista con un sabor puramente flamenco, crean varios espectáculos, entre ellos De Tangos y Jaleos, que estrenan en la Bienal de Sevilla de 2010 y en el Festival de Nimes de 2011, entre algunos festivales importantes. Ambos están unidos por la guitarra y a su vez por la sangre. También junto al fotógrafo Diego Gallardo y los artistas Alejandro Vega, La Kaita, El Peregrino y los Vargas llevan por bandera el espectáculo Extremadura Pura. Miguel actúa en Bélgica, Portugal, Francia y por festivales de toda España: Flamenco On Fire, Café Berlín, Casa Bermejas, Círculo Flamenco de Madrid e incluso siendo un asiduo de Casa Patas.
Hasta el día de hoy, Miguel sigue exponiendo su toque por todos los escenarios. En 2016 se le concede el Premio Tío Luis de la Juliana, del Colegio Mayor Universitario Isabel de España de Madrid, como reconocimiento a su carrera y como guitarrista que fija la esencia e identidad de los toques extremeños. Además, recibe el Escudo de Oro de la Ciudad de Mérida. Pero no solo eso. Hay que reconocer que Miguel dota de identidad a la guitarra extremeña. Además de proporcionar al toque extremeño jondura, pausa y un peso puramente flamenco.
«Miguel Vargas describe que las raíces de los cantes se encuentran en fiestas, en los pedimentos, bodas, rodeos. Explica cómo en el cante se notan los estilos pero en la guitarra no, ya que cada guitarrista lo toca de una forma. Principalmente los jaleos, llevándolos a los doce tiempos de bulerías, cuando no debe ser así. Y los tangos deben ser más parados, con un acento marcado que cuando calla te araña el alma»
Los Vargas, a pesar de los infortunios de la vida, son una saga guitarrera cabal. Juan Vargas es, aparte de una gran persona, el encargado de mantener la esencia del toque por tangos y jaleos. Juan aprende en casa y recibe algunas clases de Ricardo Modrego. Mantiene el estilo junto a su padre y acompañando en tablaos y artistas como David de Jacoba, Israel Fernández, El Perrete, Enrique el Extremeño, Potito, Guadiana, Juanfra Carrasco, Jesús Castilla, La Fabi o Remedios Amaya.
A Miguel Vargas se le denomina el patriarca del toque extremeño, de forma muy acertada. En la charla que mantuvimos realiza una disertación del toque por jaleos y tangos, por conocimientos y por sus vivencias. Él mismo me aclara que de otros toques, aunque los conoce, no me puede hablar. Por un lado me nombra las referencias grabadas de jaleos de Carmen Amaya con Sabicas, de Porrina de Badajoz con Manolo o Pepe de Badajoz, de Juan Cantero con Paco de Lucía o La Marelu con Paco Cepero. Por otro lado, describe que las raíces de los cantes se encuentran en fiestas, en los pedimentos, bodas, rodeos. Explica cómo en el cante se notan los estilos pero en la guitarra no, ya que cada guitarrista lo toca de una forma. Principalmente los jaleos, llevándolos a los doce tiempos de bulerías, cuando no debe ser así. Y los tangos deben ser más parados, con un acento marcado que cuando calla te araña el alma.
Miguel se inspira en sus vivencias para crear ese toque por jaleos y tangos. Es, con la familia de los Verdinos, conservador de la raíz del cante extremeño, donde se fija en el compás que hacen con los bastones y en lo pausado del cante. Miguel investiga y estudia para llevar eso a la guitarra. De ahí sale ese toque marcado a tres tiempos, donde los silencios dotan de majestuosidad al toque. Un toque arcaico que Miguel mama desde la infancia. Un toque pausado donde se unen lazos ancestrales, familiares y vivencias. Un toque donde la melodía va iluminando la flamencura del acorde. Un toque de pulgar, ligados, golpes, rasgueos y bordones. Un toque flamenco de elegante sonoridad. Un toque de identidad, de sufrimiento, de alegrías. Un toque de pellizco, de pausas, de silencios. Un toque de delicadeza, de emoción. Un toque de compás de bastón. Simplemente el toque de Miguel Vargas.
No quiero terminar sin hacer mención a una palabras que tenemos en común acuerdo todos los que conversamos aquel día. Extremadura suena a Miguel Vargas. Crea un estilo en el toque por tangos y jaleos extremeños. Miguel Vargas aporta al flamenco extremeño una identidad guitarrera de la que carecía. Y para muestra un botón en forma de trabajo musical publicado en 2020, junto a su hijo Juan y algunos artistas de los antes mencionados. Miguel, a través de su Ramírez, hace un recorrido por sus adentros. Un trabajo acorde a sus vivencias y a su legado. Un trabajo que el propio Miguel denomina Desde mis entrañas.