Reflexiones, 2021
El compás sigue sonando, y nuestro patrimonio cultural inmaterial continúa proporcionando una identidad, emociones y un lugar donde resguardarnos psicológicamente del enemigo invisible.
Conforme el año va apresuradamente hacia su pronta extinción, luchando para defenderse de las variantes en evolución del enemigo invisible, parece momento oportuno para contemplar la evolución del flamenco. Es fácil caer en la costumbre de pensar en cualquier tipo de evolución como una fuerza unidireccional que nos transporta del pasado al futuro de una manera que representa mejoría: todo aquello que ha ido antes se percibe como de una calidad inferior a lo que transcurre ahora, o está a punto de llegar. No obstante, la realidad es más desordenada, y no siempre “más nuevo” significa “mejor”.
Hace cincuenta años, Paco de Lucía nos colocó a todos en la vía rápida hacia un nuevo y atrevido universo flamenco que siempre había estado allí, aguardando a un visionario para romper la piñata llena de armonía fresca y técnica pulcra que, igual que pasó con la milla de cuatro minutos, sólo hizo falta al individuo acertado que lo echara a andar. Hoy en día, toda una generación de guitarristas jóvenes pasea alegremente por el mástil del instrumento, sorprendiéndonos con nuevos paisajes auditivos, una técnica apabullante y siempre la velocidad.
Durante muchos años, Camarón fue el enfant terrible que dio un repaso al corpus existente del flamenco, retocando su identidad más íntima. En el 2021, todavía una admirada figura de culto, sus notas orientaloides, los coros nonayno y sin duda el decir característico que tan bien le había servido, han sido excesivamente empleados por demasiados seguidores –¿o son imitadores?– y hay que reconocer que es un sonido desfasado.
«Según viene llegando el futuro, podría decirse que el flamenco ha aguantado el embate de un mal bajío que nos cogió de sorpresa a todos»
El amigo Antonio Santaella, bailaor, coreógrafo y maestro granadino de baile, explica a sus alumnos que el flamenco, igual que el agua, tiene una estructura molecular específica. Si el agua es H2O, el flamenco tiene una serie de elementos identificativos, los famosos “cánones” (palabra pretenciosa, demasiado fácil de ridiculizar). El agua puede convertirse en hielo o vapor, pero la composición molecular es inalterable. Si seguimos las bases fundamentales del flamenco como receta que no se modifica, tenemos la posibilidad de explorar las sorprendentes posibilidades de este género sin salirnos del guion. En el momento que el intérprete reivindica la libertad absoluta y sin límites, se convierte en pez pequeño en un mar muy grande, expuesto a la competencia del universo entero de la música.
“No existe el progreso en el arte, como tampoco lo existe en las relaciones íntimas. Simplemente hay distintas maneras de hacerlo”. Aquella genial frase del artista visual Man Ray no alude específicamente al flamenco, pero es relevante para el caso. La creencia que la innovación en el arte jondo es, por definición y defecto, mejor de lo que había antes, es ingenua y desatinada. Rosalía, la popular cantante/cantaora, estiró los parámetros del flamenco, y convenció a miles de seguidores, muchos de los cuales no habían tenido interés en el género anteriormente, y que pueden descubrir, o no, a Tomás Pavón. Pero en la opinión de algunos entendidos, nuestro querido flamenco no quedó beneficiado por su aportación. Esto me hace recordar otra frase inspirada del muy admirado flamencólogo norteamericano Brook Zern, que una vez escribió que “el flamenco es un gusto adquirido que pocos quieren adquirir” (Se echa mucho de menos el sentido del humor de Zern).
Y según viene llegando el futuro, podría decirse que el flamenco ha aguantado el embate de un mal bajío que nos cogió de sorpresa a todos. Muchos festivales y otros escenarios grandes y pequeños han logrado sobrevivir, o al menos mantenerse gracias a medios digitales, mientras que otros han desaparecido para siempre. Los intérpretes se esfuerzan para mantenerse a flote sin tener que buscar un empleo “de verdad” (broma), y los jóvenes lo piensan dos veces antes de dedicarse profesionalmente al flamenco.
Mientras tanto, el compás sigue sonando, y nuestro patrimonio cultural inmaterial continúa proporcionando una identidad, emociones y un lugar donde resguardarnos psicológicamente del enemigo invisible.
Imagen superior: grabado y dibujo originales de Estela Zatania