Recuerdos de Romería
Una vez te hayas entregado al flamenco, pasas el resto de tus días buscando reuniones de personas igualmente poseídas con las que puedes compartir
Una vez te hayas entregado al flamenco, pasas el resto de tus días buscando reuniones de personas igualmente poseídas con las que puedes compartir lo que los etnomusicólogos llaman fríamente un “ritual”. Vas a la Feria de Sevilla, pero estás pensando en buscar el flamenco. La boda del amigo, pero solo te interesa el flamenco que brotará inevitablemente. Una invitación a cervezas en casa de los vecinos, pero estás esperando que aparten la alfombra para acomodar una fiesta.
Así ocurrió, hace muchos años, cuando mis amigos en Utrera me informaron, mientras medio veíamos algo aburrido en la tele, que a la mañana siguiente iríamos a una romería en Extremadura. Todos sabíamos que el objetivo era encontrar el flamenco. Y en este caso, no había la menor duda de que lo encontraríamos: “¡Vas a ver a más gitanos todos juntos en un solo lugar de los que has podido imaginar en tu vida!”, me dijo Nicanor. Normalmente huyo de las conversaciones que relacionan razas y músicas. No acabo de ver la lógica. Pero se despertó mi interés: si los amigos estaban dispuestos a viajar 170 kilómetros a Fregenal de la Sierra al Santuario de la Virgen de los Remedios, tenía que haber un motivo forzoso. Un buen motivo flamenco. En España hay muchas romerías, pero ninguna como esta. No hay vestidos de faralaes, no hay sevillanas ni fandangos. Nadie se disfraza de flamenco. Estas personas viven el flamenco todos los días, y el peregrinaje anual a la Virgen el último domingo de octubre formaba parte importante del proceso.
No dormimos aquella noche, había que salir para Fregenal por la mañana tempranito para asistir a la misa, rendir homenaje a la Virgen y disfrutar del cante y baile que llenaría el resto del día. Mi amiga Mercedes se puso a preparar tortillas y filetes empanados para el viaje. Íbamos en tres vehículos con más de una docena de adultos y niños.
Cuando llegamos a Fregenal, el aviso a la entrada del pueblo indicaba 160 kilómetros a Huelva, 100 a Badajoz y 120 a Sevilla. Eran las 9 de la mañana de domingo, finales de octubre, la gente dormía. Aún quedaban 8 kilómetros para llegar al santuario, y muchos peregrinos hacían ese tramo final descalzos o de rodillas. Vi a algunas personas colocando pequeños cojines delante de cada movimiento de cada rodilla de sus seres queridos para minimizar el dolor, pero aún así había caras de sufrimiento, lágrimas y algo de sangre. Mis amigos me decían que las heridas se curarían en el momento de estar delante de la Virgen.
Alcanzamos el final del camino y al asomarnos a una colina, se presentaba un gran valle que parecía estar lleno de amapolas blancas, pero conforme nos acercamos me di cuenta que las formas blancas eran las tiendas de campaña y caravanas de personas que habían hecho la noche en el valle. El aire matutino estaba frío…la respiración se hacía vaho. Aparcamos los vehículos y montamos nuestra tienda y el hornillo para hacer café de olla que luego compartimos con las familias alrededor, además de aguardiente casero y pan con manteca blanca y azúcar para completar el desayuno. A media mañana, calentados por el sol, el café y el alcohol, nos dirigimos al santuario para ver a la Virgen y tocarle la ropa. Las paredes de la entrada estaban cubiertas de pruebas de milagros atribuidos: sillas de ruedas, bastones y muletas que ya no hacían falta.
En el auge de esta romería, en los años setenta, figuras conocidas solían venir a ver a la Virgen: el Marqués de Porrinas con su familia numerosa incluyendo a Ramón el Portugués y Guadiana, también Marelu, los Montoyas con Lole y Manuel, La Negra, Remedios Amaya, el Indio Gitano. En al menos una ocasión vi a Camarón. En años más recientes he tenido la suerte de coincidir con la Kaíta despachando su voz arrolladora en una fiesta delante del santuario.
Bien entrada la mañana había pequeños círculos de cante y baile cada pocos metros. El sonido evocativo e inconfundible de Extremadura, reconocible al instante en tangos, jaleos y bulerías. Hacer música y bailar al aire libre entre arbustos y matorrales tiene su propia magia
Siempre había una fuerte presencia evangélica, con Camarón como pieza principal. Su imagen estaba en todos los sitios, en banderas, pegatinas, medallas de plástico o copas de refrescos que acompañaban las sardinas asadas en puestos improvisados por el camino hacia el santuario.
A la hora de comer, asamos carnes y pasamos la bota de vino…los cantes fluían con mayor intensidad…risas, baile…más cante… Toda la tarde hasta que pequeñas hogueras empezaban a aparecer por todo el valle para recibir el primer frio de la sierra.
Acabo de leer que oficialmente este año va a ser la cuadragésimo novena edición de la Romería de la Virgen de los Remedios (aunque la tradición es más antigua), pero no tengo intención de asistir. Mi admirado amigo, el brillante músico y compositor Paco Suárez de Badajoz, hace poco me confirmó lo que había oído de otros, que la asistencia ha bajado de forma notable en años recientes, sólo unos cientos de peregrinos acuden al santuario, la magia se va apagando y una hermosa tradición cultural va camino de la extinción.