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Flamenco en petit comité

¿Qué es una “fiesta” en el contexto flamenco? ¿Es estar sentado alrededor de la mesa de la cocina con unos vecinos turnándose por fandangos, o unos adolescentes divirtiéndose por bulerías? Es todo eso y más.


Mientras la pandemia nos obliga a reinventar la vida cada día, puede ser un momento oportuno para apagar la tele y volver a descubrir el placer de las pequeñas reuniones de unos amigos o familiares que se turnan cantando de forma personal e íntima, con o sin guitarra, unas aceitunas y vino a elegir.

De joven en Nueva York, no tenía edad para acceder a las ocasionales reuniones de flamencos, debido a la presencia de alcohol. Ni siquiera me dejaron entrar en el Village Gate con mis padres para ver a Carmen Amaya, a pesar de mucho rogar y llorar. Sin embargo,  mi primer profesor de guitarra, el bondadoso Fernando Martínez (San Sebastián, 1913 – Nueva York, 1966), convirtió cada clase en un happening flamenco, con vino incluido.

Llegar a España en 1970 fue como aterrizar en un planeta lejano. Mientras que los americanos son extremadamente sensibles acerca de la presencia de alcohol donde hay niños, en aquel entonces en Andalucía era normal ver a jóvenes de 12 o 13 años atendiendo un bar a tiempo completo. Las fiestas pequeñas brotaban con facilidad cualquier día de la semana, y poco caso se hacía de los famosos avisos “Se Prohíbe el Cante”.

 

«La fiesta flamenca es, además, espontaneidad, la chispa de la inspiración y la continuidad garantizada de este arte monumental que se presenta con orgullo en los grandes teatros del mundo»

 

Pronto hice amistades en Utrera y el pueblo vecino de Morón. El esparcimiento en España en los primeros años setenta era escaso, no había televisores en casa, y en los pequeños municipios solo algún que otro bar lo tenía, aunque casi siempre había una radio sintonizada a los programas de cante con Miguel Acal o José Luis Montoya, entre otros.

Había grabaciones comerciales, pero su coste rebasaba el sueldo de dos noches de trabajo en un tablao decente, así que pocos flamencos podían permitírselas, mucho menos un aparato para tocarlas. Hoy en día los seguidores del género se refieren a las grabaciones por su nombre, pero en aquellos años solo conocíamos interpretaciones específicas de cantaores específicos como nos llegaban por la radio. Había grandes figuras: el Chocolate, Antonio Mairena, Paquera, Naranjito, María Vargas, Pepe Marchena, Manuel Soto “Sordera”, Terremoto, Los Hermanos Reyes, Los Toronjo (sevillanas y fandangos los dos últimos), y el reinado de Camarón que estaba en ciernes.

 

Fiesta flamenca con La Polvorilla. Foto: Estela Zatania

 

Las fiestas que recuerdo de entonces tenían poco que ver con lo que ves actualmente en YouTube: cientos de personas en círculo con docenas de teléfonos móviles alzados para captar imágenes y sonidos del cante y baile. Tales escenas no están exentos de interés, pero más que fiestas serían actuaciones no remuneradas, y vale, está bien.

“Reunión” define mejor lo que había aquellas noches frías y mañanas soleadas, con café de olla y pan de ayer rociado de aceite y azúcar, olores y sabores que penetran y forman parte del flamenco.

 

«Puede ser un momento oportuno para apagar la tele y volver a descubrir el placer de las pequeñas reuniones de amigos o familiares que se turnan cantando de forma personal e íntima, con o sin guitarra, unas aceitunas y vino a elegir»

 

La reunión podría tratarse de solo cuatro o cinco personas, y el repertorio iba más allá de bulerías, casi siempre incluyendo tangos o tientos, fandangos, de Huelva o naturales, el momento de siguiriyas hacia la mañana, y alguna malagueña o taranto.

En la zona tan flamenca de Utrera, Lebrija y Morón, la soleá siempre ha sido muy importante, especialmente lo que algunos ahora quieren llamar “soleá rítmica”, un término rebuscado que indica una velocidad algo más airosa y que normalmente relacionamos con bulería por soleá (soleá por bulería, bulería pa’ escuchar y bulerías al golpe), que es otra cosa, aunque el compás y música compartidos invitan a la mezcla de ambos.  Para mi gusto, convertir dos palos en uno es un desperdicio de cante.

En fin, ¿qué es una “fiesta” en el contexto flamenco? ¿Es la celebración que acompaña una boda, bautizo u otro evento similar? ¿Es estar sentado alrededor de la mesa de la cocina con unos vecinos turnándose por fandangos, o un grupo de adolescentes en la esquina divirtiéndose por bulerías? Es todo eso, además de espontaneidad, la chispa de la inspiración y la continuidad garantizada de este arte monumental que se presenta con orgullo en los grandes teatros del mundo.

 

Imagen superior: Fiesta flamenca con Manuel Requelo, Luis de la Ramona y Steve Kahn. Foto de Steve Kahn.

 

Fiesta flamenca con Juan Villar junior y Joaquín Linares. Foto: Estela Zatania

 


Jerezana de adopción. Cantaora, guitarrista, bailaora y escritora. Flamenca por los cuatro costados. Sus artículos han sido publicados en numerosas revistas especializadas y es conferenciante bilingüe en Europa, Estados Unidos y Canadá.

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