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En busca del ‘ange’ perdido o por qué el flamenco tiene tan mala prensa

¿Qué os parece lo siguiente? Charlando hace poco con el director de animación de un barco crucero de gama medio alta, se me ocurrió preguntar si alguna vez incluían flamenco en el programa de entretenimiento. Yo había trabajado unos años en los cruceros, y me parecía la cosa más normal del mundo. El hombre me comentó que antes se hacía,


¿Qué os parece lo siguiente? Charlando hace poco con el director de animación de un barco crucero de gama medio alta, se me ocurrió preguntar si alguna vez incluían flamenco en el programa de entretenimiento. Yo había trabajado unos años en los cruceros, y me parecía la cosa más normal del mundo. El hombre me comentó que antes se hacía, pero que ya no se programa flamenco de ningún tipo –ahora viene lo bueno– “porque los clientes españoles se quejan”. Es decir, mientras que los extranjeros “toleran” un espectáculo de flamenco, el viajero español no lo quiere ni regalado…literalmente…porque los espectáculos en un barco crucero son gratuitos.

Y yo me pregunto… os pregunto a vosotros: ¿en qué momento empezó el español medio a sentir vergüenza ajena de su propia herencia? ¿Qué clase de música, danza o canción quiere que represente a su país y su cultura? Se entiende que no van a poner un recital de cante en un entorno de sala de fiestas, ¿pero cómo no le va a gustar a un español ver a una mujer bailar por alegrías con bata de cola, o una pareja por soleá, un hombre en solitario por farruca o unos tangos en grupo con guitarra y cante? No pretendo conocer la respuesta, sólo que me parece una tragedia cultural de grandes dimensiones, y un fracaso social de lo más preocupante.

Y una anécdota. El encargo musical más esperpéntico que he tenido en la vida, fue un contrato para presentarme a las 7 de la mañana, con un conjunto reducido de guitarra, cante y baile, en el aeropuerto JFK con “castañuelas, lunares y mucha alegría”, según las indicaciones del representante, para recibir al presidente de entonces de la IBM que regresaba de Madrid. El contrato estipulaba que había que lanzarse a cantar y bailar nada más localizar al hombre de honor, y acompañarlo por el aeropuerto hasta su coche sin dejar de hacer música flamenca en ningún momento. Había un pastón, así que busqué a buenos artistas, y tomamos las instrucciones muy en serio.

¡Qué clase de afición tendría este admirable caballero de la IBM para apreciar el arte “jondo” a tal extremo a tal hora y en tal lugar! El presidente había ido a Madrid por cuestiones de negocios, y durante la corta estancia sus anfitriones lo llevaban a ver flamenco en varios tablaos de la capital. Sólo después en el parking el señor presidente me contó que estando en Madrid había enviado un mensaje a la centralita en el que decía que estaba harto del ruido de las castañuelas y el taconeo, y deseando volver a USA cuanto antes para librarse de todo eso. ¡La recepción flamenca en el aeropuerto no fue más que una broma pesada organizada por la directiva de la IBM! No sabía si reírme o llorar.

Es cuando pienso que a lo mejor el flamenco “de antes”, el flamenco histórico, los cantes y graciosos bailes de nuestros abuelos, esa dulzura, esa gracia innata y la sutileza…no sé… El flamenco actual a menudo es agresivo, o peor que eso, frío y altivo. Patrimonio cultural y toda la cosa, pero nadie está escribiendo el guion, el género marca su propia pauta y los demás, en busca del ange perdido, vamos corriendo detrás.


Foto original: «Antoñita La Singla, 1962» por Xavier Miserachs 

Jerezana de adopción. Cantaora, guitarrista, bailaora y escritora. Flamenca por los cuatro costados. Sus artículos han sido publicados en numerosas revistas especializadas y es conferenciante bilingüe en Europa, Estados Unidos y Canadá.

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