Cuando Granada fue a Canadá
Gracita, Chiquito, Marote y Joaquín, “cuatro puntalitos” como dice la soleá de Triana, para representar la personalidad idiosincrática del flamenco granadino. En mi memoria, el espectáculo ha soportado bien el paso del tiempo.
Hace cincuenta años había un espectáculo flamenco. A seis mil kilómetros de España. A saber, en Canadá, donde bolsas de aficionados entusiasmados siguen el arte jondo. ExpoFlamenco, concebido y mantenido desde Vancouver, es un ejemplo perfecto. Pero ¿por qué hablar de actuaciones aplaudidas y olvidadas hace tanto tiempo? Pues porque parece importante recordar a los artistas inspirados que tanto han dado al flamenco, y cuya influencia sigue hasta el día de hoy, aunque sus nombres quizás no sean recordados.
No es ningún secreto que tengo debilidad por el flamenco granadino, que suele quedar a la sombra del flamenco de Andalucía occidental, aquel de Sevilla, Jerez o Cádiz. Curiosamente, los extranjeros neófitos dan por sentado que Granada es el epicentro del género, máxima expresión del elusivo flamenco “auténtico” que todo el mundo sueña con encontrar. Quizás la presencia de la impresionante Alhambra, que atrae anualmente a dos millones de visitantes, es suficiente para relegar el flamenco a un segundo plano.
Así que, a sincronizar relojes, y programar el GPS: es el verano de 1970, y estamos visitando la Expo de Montreal. En el amplio auditorio del pabellón español hay un espectáculo encabezado por la granadina Gracia Quero Hidalgo (1939-1981), Gracita de Sacromonte, una artista singular y figura de culto con un complicado historial familiar que impidió el libre desarrollo de su carrera.
«No es ningún secreto que tengo debilidad por el flamenco granadino, que suele quedar a la sombra del flamenco de Andalucía occidental, aquel de Sevilla, Jerez o Cádiz»
Estuve trabajando a diario en el pabellón vecino, Café d’Espagne, con la compañía de Simón Naranjito (valenciano, de ahí el mote), así que disponía de un pase permanente que me permitió pillar las tres actuaciones diarias del grupo de Gracita. Entre pases, el poder estar en el camerino fue como una improvisada máster-class en el flamenco de Granada. Esos tangos que tienen, tan diferentes a lo que se escucha en Cádiz, Triana, Málaga o Extremadura, cantes que no había oído antes, ni siquiera en las grabaciones antiguas de María la Canastera o Manolo Amaya.
Gracita bailaba y cantaba con poderío e intensidad cultivados en las cuevas de Sacromonte. Había estado cinco años de figura en el tablao madrileño Corral de la Morería, y hecho giras internacionales. Su belleza exótica se comenta en todas las descripciones de sus actuaciones. El chasquido de sus dedos era tan limpio y fuerte que su sonido llenaba los espacios más amplios, y su cantar era instintivo y anárquico. Empezaba con el Zorongo del Sacromonte que cantaba y bailaba – ahora mismo su voz retumba en mi cabeza:
Llévame sobre tus brazos,
sobre tus brazos morenos
Por el camino adelante,
hasta que encuentres el cielo
Dando forma y coherencia a la presencia granadina estaba el gran guitarrista Juan Maya Marote [1936-2002]. Todavía recuerdo la emoción de estar sentada en el silencio del auditorio en oscuras. De pronto, la guitarra de Marote soltaba un limpio acorde de Mi con aquel continuo rasgueado suyo que sentaba cátedra y no tomaba prisioneros. Seis cuerdas como seis cuchillas que rebanaban el aire y paraban los relojes.
Para defender la escuela granadina de baile, estaba Joaquín Fajardo (1945), un milagro de fuerza bien administrada, elegancia tensa y una precisión técnica casi surrealista que vistió cada momento de importancia. Además de ser uno de los mejores bailaores de su generación (aunque se mudó a México antes de establecerse como figura en España), Joaquín cantaba muy bien, y tocaba la guitarra con un nivel impresionante.
«Fue flamenco de mucho empaque con un sensible aroma a folklore que perdió su inocencia camino de la sofisticación»
El cantaor Manuel Torres Torres Chiquito de Osuna [1936-1993], que pasó la mayor parte de su vida en Granada, había estado cantando en las zambras de Sacromonte desde la adolescencia, y fue un excelente intérprete de las formas más clásicas. Su buen compás, y un decir limpio y fuerte, aderezaban y redondeaban la presencia granadina en Montreal aquel año.
Había, además, dos bailaores excelentes que interpretaban una farruca a dúo, y tres bien preparadas bailaoras que abrían el espectáculo con cantiñas. No recuerdo mucho más del programa, excepto por el fin de fiesta por rumba con la versión desenfrenada de Gracita de Achilipú, que estaba de moda aquel año. El segundo guitarrista, Pepe el Vallecano, apoyó a Marote hábilmente y completó el reparto de diez artistas.
Gracita, Chiquito, Marote y Joaquín, “cuatro puntalitos” como dice la soleá de Triana, para representar la personalidad idiosincrática del flamenco granadino. En mi memoria, el espectáculo ha soportado bien el paso del tiempo. Fue flamenco de mucho empaque con un sensible aroma a folklore que perdió su inocencia camino de la sofisticación. Un sentir contemporáneo que nunca pareció rebuscado.
* Este artículo está dedicado al muy admirado amigo Curro del Albaycín.
Marie Anne parent lafontaine 30 agosto, 2020
Acabo de caer por casualidad sobre este artículo. Soy de Montreal y vi el espectáculo de Gracita con mis primas todos los días ( 2 por día) durante los veranos 71 y 72 si no me equivoco. Yo tenía 13-14 anos y me marcaron para toda la vida. Ahora vivo en Espana y he visto mucho flamenco pero no me olvido de esas actuaciones que he visto casi 300 veces y que han despertado mi amor por el flamenco. Es una pena que no se ven por internet. Una amiga mía de la época tenía grabado una actuacion pero he perdido el contacto y además no sé si se podría transformar esas grabaciones en formato digital. Lo poquito que he visto de Gracita en Internet no le rinde justicia. Ni se parece al baile que recuerdo, ni la voz es la misma. Ella y Joaquín eran todo un torbellino.
Claude Blais 18 agosto, 2022
Recuerdo a Gracita como si estuviese ayer… o anteayer 😉
Tenía 9 ańos y la miré cada día o casi, con mi abuela queridas, a Expo de Montréal en el verano de 1970, un verano triste para mi del lado familial… El espectáculo de flamenco, los sónidos, la música y los colores, y sobre todo la pasión de los artistas me hicieron feliz día después día. Adolescente, me hice bailarín y nunca olvidare la Gracita, sus manos, sus ojos, su olor, su beso dado a un chico enamorado de su belleza y de su arte. Gracias, mil gracias!