David López Canales: «Muchos españoles sienten el flamenco como algo ajeno porque no lo entienden»
El periodista madrileño David López Canales es autor del libro 'Un tablao de otro mundo', la historia de cómo el flamenco conquistó Japón. Una obra sobre vidas asombrosas. Un viaje de ida y vuelta con muchas estaciones.
«Mi idea es que no fuese un libro especializado solo para el público aficionado, porque ni soy un experto ni de eso se trataba», argumenta David López Canales (Madrid, 1980). «Quería que fuese un libro de historias insólitas, de personajes únicos y de encuentros imprevistos. Un libro de vidas y almas». Se refiere a Un tablao en otro mundo. La asombrosa historia de cómo el flamenco conquistó Japón (Alianza Editorial). Asegura que lleva veinte años buscando buenas historias para escucharlas y vivirlas. Para poder contarlas. Bendita profesión, vive Dios. Y en una velada con el guitarrista Pepe Habichuela saltó la chispa. Qué suerte que haya sido él quien dé testimonio escrito de esta fantástica aventura.
– Definitivamente, Japón es otro mundo, señor mío.
– Lo es. He tenido la suerte, por trabajo como periodista o placer, de viajar a muchos países, a cerca de medio centenar de ellos. Pues nunca me he sentido tan en otro planeta como en Japón. Jamás había tenido la sensación de no entender lo que pasaba allí. Era como si me faltara un código para descifrar la realidad que tenía ante los ojos. Como si fuera Matrix y no pudiera descodificar lo que estaba viendo y viviendo. Y si eso me pasa a mí ahora, qué no sentirían los flamencos cuando empezaron a irse allí, en los años sesenta, cuando Japón no se había visto casi ni en el cine.
– ¿Por qué esta es una de las historias más asombrosas jamás contadas? La conquista de Japón por el flamenco, me refiero.
– Porque es una historia de choque de mundos y vidas. Porque no había en la realidad nada que anticipara que dos mundos como el japonés y el flamenco, separados no solo por diez mil kilómetros de distancia, sino por historias y culturas tan dispares, pudieran encontrarse como lo hicieron y siguen haciéndolo. Y porque todos los protagonistas de la historia son personajes maravillosos, por cómo son, por de dónde vienen y por lo que vivieron tanto allí en Japón como aquí en España.
– ¿Qué ha sacado en claro con este ensayo? ¿Le ha encontrado una explicación a ese fenómeno sociocultural?
– Que la japonesa es una sociedad tan compleja como enigmática y fascinante. Yo creo que la atracción y pasión desbordada –porque de eso se trata, de pasión desbordada, y eso es lo maravilloso– de Japón por el flamenco tiene dos causas. Por un lado, Japón es un caso insólito de país, que estuvo dos siglos y medio aislado del resto del mundo y cuando empezó a abrirse comenzó a absorber lo mejor o más llamativo de otras culturas. Por otro, a los japoneses les gusta lo trágico. Es la influencia budista de aceptar que somos efímeros y no luchar contra lo inevitable, y el flamenco es trágico en sí mismo, por música, por letras y por historia.
«El reguetón, que viene del Caribe, no se siente ajeno. Pero el flamenco no se sabe en qué consiste. No se percibe ese compás que hace que todo cuadre, esa armonía entre la guitarra y el cante, ese valor musical y ancestral. Y no entenderlo hace que no se valore»
– Una vez le pregunté eso mismo –por qué el flamenco conquistó Japón– a una conocida periodista flamenca de aquel país que reside en Sevilla desde hace 34 años. Su respuesta fue que la cultura japonesa evita expresar los sentimientos. El que lo hace es como un sinvergüenza. Por eso llama la atención un arte que expresa tanto sus sentimientos. ¿Lo cree así?
– Por supuesto. Una mujer japonesa no puede decir te quiero, o te odio, o estoy feliz o triste. Ni romper las ataduras y restricciones de una sociedad muy, muy machista todavía hoy día que las relega al ámbito doméstico. El flamenco es justo eso: poder decir te quiero o te odio. A zapatazos sobre la tarima, bailando, se celebra la alegría y se exorcizan las penas. Los japoneses, sobre todo las mujeres, encuentran en el flamenco una forma de expresarse, de emocionarse, de poder ser quienes quieren ser en una sociedad que reprime emociones y expresiones. El flamenco es liberador para ellos.
– ¿Lo de que en Japón hay más academias y tablaos flamencos que en España es un dato contrastado o una leyenda urbana?
– Tablaos no. Tablaos hay más en España. Pero academias sí. Porque, además, durante los últimos años han aparecido más academias. Antes había pocas, con muchas alumnas. Eran, sobre todo, las academias que montaban los grandes maestros japoneses. Ahora muchas de esas alumnas han echado a volar por libre y han creado sus propias academias y hay más escuelas pero con menor número de alumnos en cada una.
– A Chiquito de la Calzada le fue bien por allí, ¿no? Salvo por el detalle de que le daba la mano al mismo seis veces, según contaba.
– A Chiquito le fue bien, como a todos los que iban, porque en Japón en aquella época, años setenta y ochenta, que fue cuando él estuvo, se hacía mucho dinero. Chiquito, que era un cantaor de atrás, regular cantando pero con un compás excelente para cantar al baile, malvivía como cantaor, de venta en venta y de tablao en tablao. Y se fue a Japón para poder ahorrar y comprarse una casa. Porque eso era lo que suponía Japón: una casa. Una casa que se compraba al contado al volver y aún quedaban ahorros, aún estaba el taco caliente en el bolsillo. Pero a Chiquito, como a muchos, aquellas temporadas se les hacían eternas, eran un sacrificio. Aunque después se reiría de todo ello haciendo chistes en la televisión, como los cabezazos, las reverencias, que dice que hacía siempre al mismo conserje, pensando que era otro, porque no los distinguía.
«A los japoneses les gusta lo trágico. Es la influencia budista de aceptar que somos efímeros y no luchar contra lo inevitable. Y el flamenco es trágico en sí mismo, por música, por letras y por historia»
– Cuéntenos esa charla con Pepe Habichuela que le inspiró a escribir este libro.
– Un día, comiendo con Pepe y Amparo, su mujer, en su casa, ambos me contaron, de pasada, que se habían pasado un año en Japón a finales de los sesenta y que para ella había sido como una condena. A mí me gustan las buenas historias, las estoy siempre buscando, y, sobre todo, las que tienen vidas y almas, y esta las tenía. Así que le dije a Pepe que otro día volvería a que me la contaran en detalle. Ya sabía yo que esa historia querría escribirla después. Le ofrecí, como trato, que llevaría una botella de vino para tomarnos mientras charlásemos. Y aceptó. Esa noche con Pepe y Amparo es la semilla de la que brotó el libro. La primera de más de cincuenta entrevistas que hice después a españoles y también a japoneses que vinieron a España en los sesenta a hacerse flamencos. Para que fuera un libro vivo quería que las historias y sus protagonistas lo estuviesen.
– Japón financiaba los sueños de los flamencos. Ya no tanto, ¿verdad?
– No, la fiebre del oro japonés terminó hace años. Ahora, aunque aún se cobra mejor que en España, los sueldos no son ya tan buenos ni se pasan allí temporadas de un año o seis meses, como al principio. Y además los flamencos ya no pueden venderles productos, desde guitarras a peinetas, a los japoneses a precios desorbitados, como hicieron durante años, lo que reduce también los beneficios. Los japoneses han aprendido que el flamenco en España, desgraciadamente, es en general precario y pagan ya lo justo y exprimen más a los españoles.
– Los japoneses aprendían español para poder cantar flamenco. ¿Los flamencos aprendían japonés para trabajar y vivir en Japón?
– Muy pocos lo aprendieron. Lo hicieron algunos que adoraban Japón, como el bailaor Tomás de Madrid, que encontró allí una seriedad y respeto por el trabajo y una libertad para crear espectáculos y coreografías que no tenía en España. O también lo habla el guitarrista Tito Losada, que ha ido a Japón setenta veces, que lo gozaba, en los escenarios y fuera y que es de los que más negocios hicieron vendiendo guitarras y de todo a los japoneses. Y lo hablan, o lo chapurrean, mejor dicho, los españoles que se quedaron allí, porque hay muchos, como Enrique Heredia, Carlos Pardo o Curro Valdepeñas, que se casaron con una japonesa y se asentaron allí.
«Los japoneses, sobre todo las mujeres, encuentran en el flamenco una forma de expresarse, de emocionarse, de poder ser quienes quieren ser en una sociedad que reprime emociones y expresiones. El flamenco es liberador para ellos»
– Reconoce que no quería escribir un libro especializado en flamenco porque no lo entiende como para atreverse a hacer eso. ¿Escribir estos relatos de cante jondo en Japón le ha permitido apreciar la dimensión de este arte andaluz, ya universal?
– Yo ya lo apreciaba antes del libro. De hecho adoro el flamenco y toco un poco la guitarra flamenca. Bueno, tocar quizá sea mucho llamarlo. Digamos que la sostengo. Por eso, también, quería hacer el libro: como homenaje al flamenco. Mi idea es que no fuese un libro especializado solo para el público aficionado, porque ni soy un experto ni de eso se trataba. Quería que fuese un libro de historias insólitas, de personajes únicos y de encuentros imprevistos. Un libro de vidas y almas. Y que además pudiera acercarse a él quien no sepa nada de flamenco y terminar de leerlo comprendiendo un poco más qué es, de dónde viene, en qué consiste y dónde radica la riqueza del flamenco.
– ¿Y por qué dice que en España el flamenco no recibe el cuidado, prestigio y atención que merece?
– Creo que por un lado la gente lo siente como algo ajeno porque no lo entiende. Y es curioso, porque el reguetón, que viene del Caribe, en la otra punta del mundo, no se siente ajeno. No se sabe en qué consiste, no se percibe ese compás que hace que todo cuadre, esa armonía entre la guitarra y el cante, ese valor musical y ancestral, también. Y no entenderlo hace que no se valore, porque yo no digo que tenga que gustar, eso es otra historia, pero sí valorar. Y por el otro, es evidente que las instituciones aquí no se han preocupado nunca demasiado por ello, por cuidarlo, defenderlo y prestigiarlo. En el colegio aprendemos de niños a hacer ruidos con una flauta de plástico, que está muy bien, aunque desquicie a los padres, pero no se explica que tenemos algo único que se llama flamenco, ni qué es ni de dónde viene ni por qué es tan bueno ni que despierta pasiones en el mundo, como en Japón. Y mientras eso no cambie, que debería, seguiremos creciendo ajenos a él.
Imagen superior de David López Canales: Uxío Da Vila