Faustino Núñez: «Todo el género flamenco tiene algo de americano»
El musicólogo gallego Faustino Núñez firma el libro 'América en el flamenco', en el que recuerda a los olvidadizos que el flamenco se engendró, nació y creció al calor de la empresa americana.
Se define a sí mismo como «gallego gaditanizado». Faustino Núñez Núñez (Vigo, 1961) es músico y musicólogo. De lo primero da fe su condición de violonchelista y guitarrista. De lo segundo, su licenciatura y máster en musicología por la Universidad de Viena. De su larguísima trayectoria como estudioso de las artes musicales citaremos sus tareas como profesor del Aula de Flamencología de la Universidad de Cádiz y del máster de la Escuela Superior de Música de Cataluña. Además, hasta septiembre de 2017 ha sido el catedrático de flamenco del Conservatorio Superior de Música de Córdoba. También ha ejercido como director musical de la Compañía Antonio Gades y presidente de su fundación.
Autor de obras como La gran música paso a paso –cincuenta libro-discos con guías de escucha de música clásica–, La música entre Cuba y España, La rabia del placer, Camarón vida y obra, Guía comentada de música y baile preflamencos, El Afinador de Noticias y el reciente Huelva tierra de fandangos, algunas de ellas compartidas con otros autores, en la que nos ocupa, América en el flamenco (CIOFF España, Ediciones Flamencópolis), con prólogo de José Manuel Gamboa, intenta abrir una senda por la que circular para futuras investigaciones que no limiten la presencia americana a lo evidente y pone en solfa buena parte de los dogmas que se han construido sobre los orígenes del género. «Que yo sepa, el flamenco es la música española más apreciada en el mundo entero, algo que muchos culturetas no pueden soportar», dice.
– Usted se ha propuesto aclarar lo que ocurrió durante los siglos en los que se fraguaron los estilos del flamenco. Y no está solo. ¿Lo sabremos algún día con exactitud?
– Poco a poco vamos sabiendo más. Cuando Ortiz Nuevo publicó ¿Se sabe algo?, con el título de ese libro imprescindible estaba poniendo el dedo en la llaga. Hasta los años ochenta la flamencología, con notables excepciones, había construido una historia a su medida adaptada a sus prejuicios y abundando en los tópicos heredados de una mitología jonda bordada desde la época de los viajeros románticos. Con José Blas Vega, Steingress, Ortiz Nuevo, Bohórquez, Suárez Ávila, Lavaur, entre otros, florece una nueva forma de investigar que va a las fuentes hemerográficas y bibliográficas, a los archivos rebuscando entre miles de papeles, dejándose los ojos en la tarea de traer luz a las tinieblas del siglo XIX. Removiendo las cenizas del incendio que es el pasado. Actuando casi como forenses de la intrahistoria. Hoy sabemos mucho más que hace treinta años y para saber de esto hay que estar al día. Hay muchos que tienen en su cabeza una historia bien amueblada y huyen y critican lo que se sale de su propia visión del pasado.
– Le he leído la importancia que tuvo Cádiz en los años de la invasión francesa.
– No lo digo yo. Lo proclaman los datos que tenemos. La importancia de Cádiz, por su historia y situación geográfica, por ser la madre de importantísimas figuras de la época primitiva de la música y el baile jondos, está fuera de duda. Nunca llueve a gusto de todos, pero lo que hoy sabemos habla por sí solo: Cádiz, La Bahía y Jerez fueron fundamentales en la forja de los metales con los que se fraguó el flamenco. Sevilla supo traducir aquel lenguaje local y hacerlo universal proyectándolo al mundo entero a través de la actividad profesional en academia de baile y, sobre todo, en los cafés. Pero que El Planeta, Lázaro Quintana, El Fillo, Nitri, los Molinas, Patiño, Paquirri, Borrico, Perico Piña, los Cantorales, Ortegas y Mellizos, que aquellos pioneros nacieran de El Cuervo para abajo (donde está el ajo) no lo digo yo, no es chovinismo barato de un gallego gaditanizado, es una realidad.
«También la soleá tiene algo de americano, ni mucho ni poco, pero negar esa influencia es negar una realidad. Sé que serán muchos los que pondrán el grito en el cielo acusándome de poco riguroso»
– En sus palabras, «si las provincias americanas del viejo continente –Sevilla y Cádiz– no solo forjaron el flamenco, sino que protagonizaron la empresa atlántica, el género musical que nos ocupa debe ser entonces mucho más americano de lo que la flamencología tradicionalmente ha querido reconocer». ¿Era necesario, en ese sentido, hacer justicia con la aportación de las Américas a la gestación de lo jondo?
– Desde que empecé en esto de la investigación, hace ya tres décadas, siempre me llamó la atención cómo el flamenco había hecho un hueco para los estilos que, con su correspondiente ración de etnocentrismo, definió como de Ida y Vuelta, casi a modo de propina, negando así al Atlántico cualquier otra aportación al repertorio. Llevo muchos años estudiando la música europea en perspectiva atlántica, no solo el flamenco. Desde mi época de estudiante en Viena ya comencé a mirar hacia occidente buscando las fuentes de la música moderna, aquella forjada tras la época de los descubrimientos. No en vano, la historia marca en 1492 el fin de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna. Siempre me ha llamado la atención cómo Europa, y especialmente España, y por supuesto Andalucía y en especial las provincias americanas de Europa –Sevilla y Cádiz–, han vivido de espaldas a América. Hay también su correspondiente de prejuicio de Leyenda Negra a admitir solo influjos que vengan de Oriente a la vez que se es muy reticente hacia aquello que pudieron venir de Occidente. Lo que es de cajón es que, si el flamenco nace en Cádiz y Sevilla, que además son protagonistas durante cuatro siglos de la empresa indiana, cómo es posible que la influencia atlántica se limite a estilos evidentemente americanos como la guajira, la rumba, la milonga o vidalita. No. América está presente en todo el género flamenco, aunque no queramos reconocerlo, y este libro intenta abrir una senda por la que circular para futuras investigaciones que no limiten la presencia americana a lo evidente. También la soleá tiene algo de americano, ni mucho ni poco, pero negar esa influencia es negar una realidad. Sé que serán muchos los que pondrán el grito en el cielo acusándome de poco riguroso. Soy de aventurarme en trazar hipótesis que podrán ser más o menos ciertas pero los datos están para interpretarlos, y las conclusiones habrá que desmentirlas no por no estar de acuerdo con ellas sino mostrando alternativas. Conozco compañeros que viven de desprestigiar a quien ose contradecir sus ideas. Esto no es una carrera de fondo y la vida son cuatro días y dos está lloviendo. Hubo uno que casi me amenaza de llamar a la policía por trazar una genealogía de la soleá partiendo del compás alterno de doce tiempos. Que cómo se podría permitir eso. El otro día otra estudiosa negaba la influencia del bolero en el flamenco porque decía que aquella era música culta. Fíjate, hablar de música culta en pleno siglo XXI, como si la música de tradición oral no tuviera cultura. Hay gente pa tó.
– Por favor, recuerde a la audiencia de Expoflamenco, así a bote pronto, cuáles son los cantes del mapa cronológico del flamenco que saben a América.
– Para mí todo el género flamenco tiene algo de americano. La música no nace por generación espontánea, es fruto de una continua evolución donde los elementos rítmicos, métricos, melódicos, armónicos, formales, se disuelven de unos géneros y cristalizan después en otros. La soleá no tiene una única fuente anterior, sino múltiples fuentes. Y lo que vengo a decir en el libro es que no pocas de esas fuentes han cruzado el Atlántico en cientos de idas y vueltas. El flamenco se engendró, nació y creció al calor de la empresa americana, que además fue fundamental en la configuración de la cultura andaluza. Lo dicen estudiosos de prestigio, de Elliot a Domínguez Ortiz. No estoy descubriendo nada. En verdad este libro es una excusa para hablar de un tema poco atendido como la importancia de América en la construcción de la cultura musical europea, española y andaluza, y el flamenco es una muestra perfecta para mostrar esa arquitectura musical de varios siglos.
– Explíquenos eso de que en diez años se descubrió más que en mil.
– El hombre antiguo y medieval vivió durante muchos siglos pensando que, tras las columnas de Hércules, que están en el escudo de Andalucía, que es el de Cádiz, que son las barras del Real de a ocho, el dólar español, y del mismísimo dólar norteamericano, más allá (plus ultra) de aquellas columnas había un abismo. Era el fin del mundo conocido. El escritor vienés Stephan Zweig, en su biografía de Americo Vespuccio, escribió eso: en diez años se descubrió más que en mil. La hazaña marinera –que tantos han querido y quieren minimizar– que emprendieron los españoles del siglo XVI mostrando un Mundus Novus es, como dijo López de Gomara, el acontecimiento más importante para la humanidad tras el nacimiento de Cristo. Dicen que los vikingos ya habían estado allí, pero no lo dijeron a la vuelta, algo que sí hizo el almirante Colón. Es como si yo voy a Marte y a la vuelta me lo callo. Pero si vengo del brazo de una marciana se lía la mundial, y eso fue lo que ocurrió en 1493, cuando arribaron la Niña y la Pinta a Lisboa y Bayona (de Galicia) respectivamente. Con aquellos pájaros de plumas imposibles, la patata, el chocolate, el tomate y unos pocos indígenas que ¡no aparecían en la Biblia! Sevilla y Cádiz pasaron de estar en el Jardín de la Hespérides, en el umbral de poniente, en el Finisterrae, a situarse, casi de la noche a la mañana, en el centro del mundo.
«La historia de Europa, España y Andalucía habrá que revisarla en perspectiva atlántica, dejando nuestra sempiterna superioridad a un lado y comprender que sin América no seríamos como somos»
– ¿Cree que los cantes de origen americano gozan del debido reconocimiento por parte de los aficionados más cabales?
– Ni mucho menos. Ya he comentado que con los llamados cantes de ida y vuelta la flamencología dio por cerrado el capítulo americano, una propina para los hermanos de allende el mar océano. Aún tardaremos en aceptarlo, pero finalmente la historia de Europa, España y Andalucía habrá que revisarla en perspectiva atlántica, dejando nuestra sempiterna superioridad a un lado y comprender que sin América no seríamos como somos, ni mejores ni peores, distintos sin duda. No hay más que vez cómo vestimos, disfrazados de americanos con nuestros vaqueros y camisas de cuadros.
– En la introducción de América en el flamenco dice que esta es la música española más apreciada en el mundo y la más denostada en su país natal. ¿Cómo se explica esto?
– Mi experiencia de tantos años fuera de España, casi una década en Viena, un año en Cuba y los años que estuve con mi maestro Antonio Gades de gira por todo el mundo, he podido apreciar cómo el flamenco es adorado fuera de España y denostado hasta el ridículo (en los medios se refieren a él como flamenquito) en su patria chica. Es algo inaudito. En Andalucía seguramente no se aprecia tanto, pero aquí en mi tierra, en Galicia, el flamenco parece música china, no lo quieren ni en pintura cuando mis padres me contaron cómo en los sesenta vieron en Vigo a Antonio, a Caracol y a todos los grandes. Eso se acabó y fue sustituido por Siniestro Total y Os Resentidos. Menos mal que nos queda Carlos Núñez. Aquí el flamenco, excepto unos pocos aficionados, es algo totalmente anecdótico. Y que yo sepa el flamenco es la música española más apreciada en el mundo entero. Algo que muchos culturetas no pueden soportar.
– Y si le diéramos la vuelta al título, ¿qué salud gasta actualmente el flamenco en América?
– Tengo muchos alumnos mexicanos, he estado en muchos países de América con Gades y sé que es un género adorado y cada vez más. El baile y la guitarra, pero también el cante. En enero comienzo unos cursos online para unos amigos de México del estudio Cantera Flamenca en Morelia (Michoacán). En Buenos Aires para qué hablar. En Cuba es bien conocido. En las giras con Gades en Brasil hacíamos veinte ciudades. Chile, Uruguay, Perú (el cajón). Menos mal que los descendientes de los españoles de América, de las mil razas americanas, son muy aficionados al flamenco. Cualquier artista lo puede afirmar. Carmen Amaya y la Argentinita hacían giras de cinco años. Hacer las Américas es práctica común para los flamencos desde los orígenes del género.
«Cádiz estuvo durante siglos más cerca de La Habana que de Soria. Por eso llama la atención que el alcalde gaditano diga el 12 de octubre: “Nada que celebrar”. Hombre, decir eso en Cádiz es llamativo»
– Cuéntenos algún secreto o anécdota que se desvele en estas páginas sobre ese eslabón perdido. Venga, así nos hacemos el cuerpo para la lectura del global.
– Por ejemplo, cuando le dije al director de los Muñequitos de Matanzas, los cubanos bailadores y cantadores de rumba de tumbadora, que la rumba flamenca procedía de la Cubana (en realidad de la guaracha) y me contestó que eso era totalmente imposible. Que si el flamenco tiene rumba tiene que ser la madre de la cubana. No concebía que el viaje fuese a la inversa. No entendía cómo la madre patria pudo aceptar un producto genuinamente cubano como la rumba. Después de varias horas con documentos y guitarra en mano lo convencí. Fue en 1993 en el transcurso de un encuentro propiciado por mi amigo Santiago Auserón en la Casa de América.
– Usted pasó por la Universidad de La Habana y trabajó con el musicólogo cubano Danilo Orozco. ¿Qué sacó en claro? Nosotros sí podemos asumir que era la persona más indicada para escribir un libro como este.
– Estuve un año en Cuba –dos periodos de seis meses– trabajando sobre “Cádiz y La Habana como puertos de transculturación”. Allí conocí a Danilo, doctor en musicología por la Universidad Humboldt de Berlín, un sabio. Con él pude asimilar lo aprendido en mis años en la Universidad de Viena, donde estudié musicología. En su casa de Santiago de Cuba durante unos meses aprendí mucho sobre sedimentación histórica y sobre cómo se forjan los estilos musicales, aprendizaje que he aplicado a mis estudios sobre el flamenco como él hizo con el son. No en vano, el Sistema Musical del Flamenco que realizo en Flamencópolis está inspirado en el Sistema Musical del Son de Danilo.
– Hace poco arribó el buque escuela Elcano a La Habana y una bailarina cubana se marcó un zapateado jondo en cubierta ante embajadores, oficiales y guardiamarinas. Ellos hablan de danzas españolas, tengo entendido, y las interpretan a su forma para ser libres e independientes. ¿Es así?
– Cuba y España tienen, culturalmente hablando, un idioma común que se remonta a los inicios del siglo XVI. Los cubanos entienden el flamenco y los bailes españoles como propios que en realidad lo son. España no tuvo colonias como Francia, Holanda o Inglaterra en el Norte de América, sino que los territorios americanos eran provincias españolas. Cádiz estuvo durante siglos más cerca de La Habana que de Soria. Por eso llama la atención que el alcalde gaditano diga el 12 de octubre: “Nada que celebrar”. ¡Hombre! Decir eso en Cádiz es llamativo.
«Cádiz, La Bahía y Jerez fueron fundamentales en la forja de los metales con los que se fraguó el flamenco. Sevilla supo traducir aquel lenguaje local y hacerlo universal»
– Usted es un vigués que sabe istinguí. Gallego enterito. ¿Los flamencos nacen donde les da la gana?
– Los flamencos claro que nacen donde les da la gana, solo que si naces en Jerez digamos que tienes medio camino recorrido. Si naces en Sebastopol te va a costar un poco más. Pero nada que no pueda ser subsanado con afición y amor al arte.
– Sé que no le gusta que le llamen flamencólogo. Musicólogo sí, ¿no?
– Yo estudié musicología. Aunque he sido durante once años catedrático de flamencología en el Superior de Córdoba, el estudio del flamenco es materia de la musicología. Solo que los flamencos son únicos, somos, y el deseo de exclusividad lleva a que hayamos inventado incluso una ciencia. Nunca he oído hablar de jazzología o tangología, pero ya ves. Son cosas de nojotro. Como cuando se dice “el flamenco hay que sentirlo”, como si para tocar Beethoven no hubiese que sentirlo. Toda la música, todas las músicas hay que sentirlas, pero está muy extendida la idea de que el flamenco es una forma de vida. ¡Toma! ¡Claro! ¿Y el jazz no lo es? Son las cosas de las élites jondas, que les encanta sentirse únicos. Por eso cuesta entrar en este mundo. Cuando llegué de Viena no querían aceptarme, hasta que entré en el Candela con Enrique y fueron dejándome bajar a la cueva.
– Saldada la deuda de América con el flamenco, ¿queda por saldar la deuda de la musicología con el arte jondo?
– Ahí estamos. Guillermo Castro, Miguel Ángel Berlanga, Hernández Jaramillo, Bernat Jiménez, cada vez somos más. Aunque investigadores que no son musicólogos sino sociólogos, antropólogos o aficionados que estudian con auténtico rigor cada vez hay más. La época de la novela ha acabado, ya no caben camelos.
«Carmen Amaya y la Argentinita hacían giras de cinco años. Hacer las Américas es práctica común para los flamencos desde los orígenes del género»
– ¿América en el flamenco es el libro de su vida?
– Sin duda es el libro que más me ha costado y pienso que en futuras ediciones tendré que seguir trabajando sobre él. No se acaba nunca. Para terminarlo tuve que decir ‘hasta aquí’. Cada vez que abría el documento corregía esto, lo otro, la paginación y las ilustraciones se descuadraban. Lo maqueté yo para no tener que estar tres meses corrigiendo pruebas. Pero el resultado creo que es bueno. Espero que haga reflexionar a muchos compañeros y aficionados, y me corrijan, sin acritud. No intento sentar cátedra, sino abrir un melón que estaba casi prohibido abrir, ya que pongo en solfa buena parte de los dogmas que se han construido sobre los orígenes del género. Quiero antes de acabar agradecer a ExpoFlamenco esta entrevista, en especial a su director Manuel Bohórquez, a Jafelin y Mitch Helten por la confianza y por supuesto a ti, Quico. Un abrazo grande a todos los amigos de esta familia y mis mejores deseos para el año 2022.