Palomar, embajador de Cai
Crónica de la actuación del cantaor gaditano David Palomar y el guitarrista Rafael Rodríguez El Cabeza en la Peña Cultural Flamenca Torres Macarena (Sevilla). «Pastora se llevó a Palomar pa Cai haciéndole compás por tangos».
Noche de cante y guitarra. Le tocó el turno a «un cantaor con denominación de origen del cantón independiente de La Viña que lleva en su memoria genética a El Planeta, Paquirrí o Pericón. Pero no es solo un cantaor de tierra adentro. Todas las calles de Cádiz dan al mar y el mar te lleva a cualquier sitio como lo hace David Palomar». Así lo presentó Miguel Camacho, vicepresidente la Peña Cultural Flamenca Torres Macarena, y así lo demostró el gaditano desde que subió los escalones del escenario.
Una guitarra blanca con clavijero de palillos en las manos de Rafael Rodríguez El Cabeza vino para echarle azúcar a la sal de Cai. Con estos condimentos deleitaron los paladares de los aficionaos que tuvimos la suerte de catar su receta.
Entró David en el paraíso de la alegría de Cádiz y el sentío nos dio vueltas. No podía comenzar de otra manera que con una declaración de intenciones. Los calambres de sus pies le quitaron el tinte al metro cuadrado del suelo de madera debajo de su silla. Gestos del compás que parecieron historiados al principio pero se descubrieron después como la incontinencia flamenca del que baila con la garganta y canta con todo el cuerpo.
Reposó más serio en los tientos con el remate de unos tangos caleteros dedicados a La Perla. Aflojó el reloj acancionando el estilo con originalidad pero restándole peso al cante. Y con la voz ya templada por algunos quejíos llegó la seguiriya donde Palomar rebuscó en el dolor primitivo. Contuvo la pena y la dejó salir arremetiendo con el lamento roto en cada uno de los tercios. Acabó echando las asaúras y revolcao en sangre con el macho de Juanichi El Manijero coronando una seguiriya pa retorcerse y restregársela por el cuerpo.
Aprovechó un mismo ritmo para aliñar una piriñaca con letras del garrotín, tangos del Piyayo y de Triana. Un clásico ya en su repertorio que engancha y entusiasma sin recurrir a otras manoseadas propuestas para este cante. La silla parecía quemarle: le entraban arrebatos y daba respingos pidiéndole al cuerpo jaleo.
«Hacía algún tiempo ya que no disfrutaba así de una actuación en la que a la vez te duele y divierte el cante. Porque si El Cabeza puso el dulce, David Palomar se presentó como un cantaor completo y largo. Posee sabiduría cantaora y una personalidad única que inundó el ambiente de buen flamenco»
Le sentó bien el descanso, tras el que engarzó en la soleá un surtido de variantes que hilvanó con maestría. Destacaron las de Paquirrí y especialmente las del Chozas, con las que nos hizo crujir los huesos rozándose en los envites. La cerró con empaque apretando con el dolor de mare mía que siempre recuerda a Fernanda de Utrera para seguir con la malagueña del Mellizo, en la que caminó por la melodía con modulaciones tibias confiriéndole lo que le pertenece a los ayeos y otorgándole la sustancia oportuna en las notas altas.
El recuerdo carnavalero del Tío de la Tiza, Cañamaque y El Batato conformaron el majaíto idóneo para darle lo suyo a los tanguillos de Cádiz. Tampoco podía olvidarse de Chano Lobato, de sus bujíos y las cazuelas de los mil duros. Nos cantó chuflas y letras pícaras se posaron en los labios de Palomar transitando durante toda la actuación entre lo trágico y lo cómico, el dolor y el chiste, la intensidad emocional de la soleá o la seguiriya y la gracia con la que ejecutó los aires de su tierra.
Por si fuera poco, después entonó unas letras bohemias de Luis de la Pica en las bulerías «pastueñas y armoniosas, sin violencia, con ángel, sin cuento…», como calificó Blas Vega al baile del padre de Alfonso de Gaspar. Y de los versos de este último se sirve Palomar rescatándonos del olvido a este poeta del cante en una noche en la que se proclama con credenciales como el mejor embajador de Cai. El Junco sube luego a las tablas para acompañarlo en un fin de fiesta donde el baile de ambos, la guasa y el arte se pesaron por quintales.
La guitarra de Rafael tuvo gran parte de la culpa de que salieran a hombros de Torres Macarena. Porque El Cabeza es todo corazón y sensibilidad. Sembró de tiraíllos y notas sordas sus falsetas con un pulgar prodigioso que cuajó su toque de clasicismo y modernidad antigua colmada de musicalidad. Es un guitarrista que se olvida del artificio superfluo para centrarse en la esencia con una incomparable flamencura. Y así como Palomar no se parece a otros, Rafael tampoco tiene rival en cuanto a la exquisitez con la que tañe sus cuerdas y le exprime a la sonanta melodías para soñar.
Y dejo el principio para el final. Porque bajo el título De las variedades a la ópera flamenca, el experto Juan Vergillos disertó brevemente antes del recital sobre el contexto en el que una mujer adolescente y gitana como Pastora Pavón supo ir encontrando su sitio y brillar entre espectáculos de variedades hasta que el Concurso de Cante Jondo que organizó Falla en el 22 comenzó a cambiar las cosas. Convivía en los escenarios con cómicos, bailes y funciones donde incluso algunas mujeres iban quitándose la ropa. Destacó la enorme discografía que nos legó Pastora, solo superada por la de Pepe Marchena, e hizo hincapié en su labor creativa como intérprete que dejó su impronta y la huella en estilos como la petenera o las bulerías: la gran creación de la Niña de los Peines.
Fue una velada inolvidable. Hacía algún tiempo ya que no disfrutaba así de una actuación en la que a la vez te duele y divierte el cante. Porque si El Cabeza puso el dulce, Palomar se presentó como un cantaor completo y largo. Posee sabiduría cantaora y una personalidad única que inundó el ambiente de buen flamenco y buen humor. Cuentan las lenguas imaginadas y criticonas que se asomó por allí Pastora para recoger a Palomar pa Cai haciéndole compás por tangos.
Fotos: Kiko Valle
Ficha artística
Peña Flamenca Torres Macarena, Sevilla – 25 noviembre 2021
Cante: David Palomar
Guitarra: Rafael Rodríguez El Cabeza