La buena esperanza de María Terremoto
La cantaora jerezana actuó en el Teatro Central de Sevilla, ciclo Flamenco Viene del Sur. Tras dar a luz veremos hacia dónde dirige su ingente potencial, si está dispuesta a asaltar el trono del cante. Y esa es, para todos los flamencos, otra buena esperanza.
No sé si ustedes se han dado cuenta de que en el flamenco hay prisa por que salgan grandes figuras. Sobre todo en el cante. En los últimos años han sido demasiadas, y demasiado irreparables, las pérdidas de referentes, de modo que se impone la necesidad de encontrar relevos. Es curioso que el flamenco, como el jazz, músicas de raíz humilde, apenas toleran a la clase media. Por el contrario, suspiran por la aristocracia, los marqueses, las condesas, los duques del arte. O aún mejor, los monarcas, los emperadores, las emperatrices.
A María Terremoto hace rato que quieren asignarle un trono. Y a la cantaora, que apenas pasa los veinte años, no parecen pesarle las altas expectativas que hay a su alrededor y que abrumarían a muchos, todo lo contrario: está encantada, podría decirse que ha nacido para ello. Tiene la juventud, tiene la energía, tiene el linaje, como nieta de Terremoto de Jerez, hija de Fernando Terremoto y sobrina de María Soleá. Y va a por la corona.
«Ahora le toca retirarse de los escenarios un tiempo porque, no en vano, ayer ofreció su concierto estando embarazada de ocho meses. Y es probable que del tiempo de reposo, reflexión y crianza surja también una nueva María Terremoto»
Apenas cinco semanas después de que triunfara en la Bienal con una propuesta compleja como Poesía eres tú, su homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer, la jerezana volvía anoche a Sevilla para cerrar la larga gira de su debut discográfico, La huella de mi sentío. Tuve la oportunidad de asistir al arranque de esa misma gira, hace un par de años. Entonces María me pareció lo que sin duda es, una joven de enormes facultades y precoz sabiduría, pero a la que las ganas de llegar y pegar la orientaban por el camino de la expresividad algo desmedida, torrencial. Había curiosidad por saber cómo habían pasado este tiempo por ella y su repertorio, y nada más empezar el concierto pude certificar que la lección está aprendida.
Bastó oírla empezar la trilla a palo seco y seguir por el romance de Alonso el del Cepillo para comprobar que la cantaora ha entendido la importancia de la contención y de los silencios, que es tanta o más que la de la exhibición de poderío. En sus bulerías acancionadas, Luz en los balcones, se mostró igualmente más pausada, más flamenca y menos pop, si se me permite la licencia, de lo que las recordaba. Y lo mismo pudo decirse de las alegrías, y de esos tangos que tienen el sello indeleble de su padre, el llorado Fernando Terremoto.
Se sucedían en efecto los cantes, y con ellos la sorpresa y la satisfacción: cuánto ha crecido esta artista a ojos vista. Cómo proyecta y modula la voz, qué facilidad para ir de la dulzura al dramatismo. Hasta que, cuando la cosa empezaba a animarse, llegó la hora de hacer mutis y dejar a Nono Jero tocarse una bulería, que supo breve y concentrada como un sorbo de palocortao. Fin del primer acto.
«La cantaora ha entendido la importancia de la contención y de los silencios, que es tanta o más que la de la exhibición de poderío. En sus bulerías acancionadas se mostró igualmente más pausada, más flamenca y menos pop»
El segundo fue a piano y voz. Con un virtuoso Alejandro Cruz a las teclas, María Terremoto ensayó esa otra faceta suya que no es tanto la de guardiana de las esencias de Jerez –cometido que puede llegar a ser extenuante–, como de una voz abierta a otros registros sin perder su flamencura. Espléndida cantando a Bécquer, confirmó estas sospechas anunciando un próximo espectáculo junto al propio Cruz que llevará por elocuente título Canciones para una cantaora. No cabe duda de que esa propuesta, cuando cuaje, puede mostrar a una María diferente a la vista y oída hasta ahora, capaz de explorar esa vena comercial por la que se siente claramente atraída, pero también mostrando sus irrenunciables credenciales jondas. Veremos.
Tocaba volver al flamenco con guitarra y compás, y lo hizo con palos en los que se siente más que cómoda, la soleá, los tangos de Pastora. Sin embargo, la noche había corrido y no cundía la sensación de que María hubiera sacado toda su artillería. El recuerdo al Viejo de la Isla y su hospitalito por seguiriya fueron quizá lo más emotivo de la noche antes de concluir por bulerías, pasos de baile incluidos, como gusta de hacer siempre.
Fin de un recital técnicamente impecable en lo artístico, solvente, sin tacha. ¿Arrebató su cante? ¿Hirió, como suelen decir los enfáticos? Para este reseñista no llegó a tanto, pero es probable que el público que aplaudía en pie al final del espectáculo tuviera otro parecer. En todo caso los oles, que suelen ser la prueba del algodón, no se prodigaron en exceso. No siempre aparece la magia.
Lo que nadie puede negar es que la progresión de María desde que sacó su disco hasta ahora es cierta y notable. Ahora le toca retirarse de los escenarios un tiempo porque, no en vano, ayer ofreció su concierto estando embarazada de ocho meses. Y es muy probable que del tiempo de reposo, reflexión y crianza surja también una nueva María Terremoto, una que descubra hacia dónde dirigir su ingente potencial y esté dispuesta a asaltar definitivamente el trono del cante. Y esa es, para todos los flamencos, otra buena esperanza.
Ficha artística
Ciclo: Flamenco Viene del Sur
Espectáculo: La huella de mi sentío
Teatro Central, Sevilla, 20/10/2020
María Terremoto, voz. Nono Jero, guitarra. Paco Vega, percusiones. Makarines, palmas y coros. Piano: Alejandro Cruz