Jesús Carmona, el juego sin fin
El bailaor barcelonés Jesús Carmona clausura tardíamente la Bienal de Sevilla en el Teatro Lope de Vega con el estreno de ‘El salto’, una propuesta sobre los estereotipos masculinos que, si peca, lo hace por exceso.
Será difícil que vuelva a darse una Bienal tan larga como esta de 2020, que comenzó en el mes de agosto y concluyó este sábado, 19 de diciembre. Cosas de un año de locos que ha puesto patas arriba el mundo de la música y de las artes escénicas, y que despedimos con alivio, confiando en que 2021 sea algo más clemente. De momento, tocaba poner el broche al mayor festival flamenco del mundo con el estreno de El salto, la esperada obra de Jesús Carmona que hubo de ser aplazada tras dar positivo por coronavirus uno de los componentes de la compañía.
Carmona, que ha sido primer bailarín del Ballet Nacional de España y el año pasado conquistó el Premio Nacional de Danza, entre otros reconocimientos, llegó al Teatro Lope de Vega (Sevilla) con la vitola de ser uno de esos nombres actuales cuya pista no podemos perder. Esta vez, además, anunciaba una propuesta en la que iban a examinarse en clave flamenca algunos estereotipos de la masculinidad, aportando su visión a un debate abierto –con aportaciones tan espectaculares como el ¡Viva! de Manuel Liñán–, interesante y necesario.
Al mediodía, con un patio de butacas reducido por la normativa vigente, en el cual se reconocían bajo las mascarillas a primeras figuras como Dorantes o Eva Yerbabuena, comenzaba El salto de Carmona con los siete bailarines de frente, torso desnudo y falda larga, que ya empezaban a evolucionar cuando todavía las luces estaban encendidas y se escuchaba por megafonía el consabido mensaje ‘señoras y señores, el espectáculo va a comenzar…’. Sobre una música turca, el número arrancaba con movimientos de derviche giróvago para acabar jugando con las faldas como mantillas o capotes de torero.
«Esa voluntad de canalizar la expresión flamenca con una estética moderna, que recurre cuando procede al ballet, la danza contemporánea y hasta reminiscencias de Michel Jackson, sin que la mezcla acabe de resultar estridente»
Siguió un remedo del decálogo de Vicente Escudero a cargo de Carmona, con recitado de José Valencia, para dar paso de nuevo a todo el elenco ataviado con trajes de chaqueta y gafas de sol que marcaría el tono de buena parte del espectáculo: esa voluntad de canalizar la expresión flamenca con una estética moderna, que recurre cuando procede al ballet, la danza contemporánea y hasta reminiscencias de Michel Jackson, sin que la mezcla acabe de resultar estridente.
También atravesará el espectáculo la recurrente alusión a la poesía escrita por mujeres, desde el Hombre pequeñito de Alfonsina Storni al Poema 35 de Alejandra Pizárnik pasando por los versos de María Auxiliadora Álvarez, muy bien defendidas en la voz experta de Valencia, seguramente en un intento –algo abstracto– de abordar la sensibilidad femenina. Entre unas cosas y otras, hubo destellos de genialidad como el solo por bulerías que se marcó Carmona jugando con una manzana, en una exhibición de malabarismo jondo junto al cajón virtuoso de Manu Masaedo.
Reparo en que es la segunda vez que uso el verbo jugar, y desde luego eso mismo, el juego, ha debido de ser una de las claves del proceso de creación de El salto, puesto que la coreografía busca continuamente ese costado lúdico y sorprendente en el que aparecen los mejores hallazgos, respaldados por la extraordinaria forma física del cuerpo de baile y su perfecta sincronización.
Sin embargo, en la medida en que los recursos visuales acuden a escena casi sin descanso –pantallas, sillas iluminadas de diversas maneras, cortinas y telones–, y las escenas se suceden con una hilazón que no siempre parece justificada, el espectáculo corre el riesgo de saturar al espectador en las casi dos horas que dura El salto. Da la sensación de que, donde a otros les delata la falta de ideas, a Carmona se le nota el exceso, esto es, la dificultad de dejar fuera algunas ideas, aunque solo sea por obedecer el viejo aserto de que menos es más.
«Jesús Carmona anunciaba una propuesta en la que iban a examinarse en clave flamenca algunos estereotipos de la masculinidad, aportando su visión a un debate abierto, interesante y necesario»
La feliz circunstancia de la paternidad, un baile retransmitido como un partido de fútbol, la guitarra de Juan Requena cruzando el escenario, el seno materno y el mar, la risa y la agonía, movimientos de haka maorí y música de discoteca… Tal vez sea demasiado para una creación que ganaría con una poda selectiva, la que necesariamente resulta al final del proceso, cuando toca centrarse en lo que se quiere contar para que el mensaje, si lo hay, no se diluya.
Esto no significa que no disfrutáramos con el altísimo nivel que Carmona y los suyos mantienen de principio a fin, hasta las alegrías finales para lucimiento del barcelonés. El elenco acaba –¡atención, spoiler!– desnudo y amalgamado, y un poco es esa la sensación final que nos llevamos, de crudeza y confusión, pero también de fascinación por el despliegue realizado. Por un motivo u otro, ese suspiro que se representa en escena es secundado por el respetable.
Entre el público que aplaudió en pie este esfuerzo destacaba Antonio Zoido, que se despedía de la dirección de la Bienal en su edición más larga y sufrida.
Ficha artística
Jesús Carmona – El salto
Teatro Lope de Vega, Sevilla – 19/12/2020
Bienal de Flamenco de Sevilla
Bailarines: Jesús Carmona, Ángel Reyes, Rubén Puertas, José Alarcón, Borja Cortés, Joan Fenollar, Daniel Arencibia
Músicos: Juan Requena (guitarra), Manu Masaedo (percusión), José Valencia (cante)