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No pegues zapatazos

El baile ha evolucionado gracias a artistas creadores que han venido aportando cosas nuevas, desde Miracielos hasta Israel Galván. Pero si no hay un control de calidad, el baile flamenco acabará convirtiéndose, si no ha pasado ya, en especialidad olímpica.


Que un bailaor tenga un baile enérgico, de fuerza, con zapatazos puntuales para marcar el compás, pase. Pero que una bailaora rompa la tarima y base su baile en la fuerza, olvidando lo esencial del baile femenino, que es la elegancia y la feminidad, es insoportable. Cuando voy a un teatro y veo a una bailaora dando saltos como un mono y queriendo partir el tablao, me salgo inmediatamente. ¿Saben por qué lo hacen? Porque si de cante y toque se sabe poco, de baile no se sabe nada y piensan que rompiendo la tarima a lo mejor ponen al público de pie y las llaman al año siguiente.

 

Un día hablé de esto con Rosario, la gran bailaora sevillana que formó pareja durante años con Antonio, y me dijo algo que memoricé: “Una bailaora debe hacerle el amor al baile, no darle una paliza”. Ella era enérgica, pero elegante y justa en adornos. Volaba a veces por el escenario como una mariposa vuela por encima de un rosal: sin rosarlo para no desgarrarse las alas con sus espinas. La brutalidad no debe tener cabida en el baile, sobre todo por parte de las bailaoras sevillanas. ¿Alguna vez vieron dar un zapatazo gratuito a Pastora Imperio, Matilde Coral o Trini España? Ni correr por el escenario, como Sara Baras, que un día se saldrá del teatro.

 

 

«Que un bailaor tenga un baile enérgico, de fuerza, con zapatazos puntuales para marcar el compás, pase. Pero que una bailaora rompa la tarima y base su baile en la fuerza, olvidando lo esencial del baile femenino, que es la elegancia y la feminidad, es insoportable»

 

 

Recibo cada semana algunos vídeos de jóvenes bailaoras que me piden mi opinión sobre su manera de bailar y paso muy malos ratos, sinceramente. Las veo darse manotazos en los muslos como si estuvieran ardiendo, como apagando llamaradas en su cuerpo. Y palmetadas sin sentido alguno. Bailar es contar la música sin palabras, sin sonido. Eloísa Albéniz, madre de Arturo Pavón el pianista, me dijo un día en su casa, con algo más de noventa años: “La Malena bailaba por bulerías y a veces era como una estatua, no se movía si no era para bailar cada nota de la guitarra, pero despacio, con una lentitud parecida a la de un natural de Chicuelo”.

 

No debemos ponernos muy estrictos con el flamenco porque nos pueden acusar de que buscamos una manera única de bailar y no van por ahí los tiros. Hay unos patrones en el baile, claro, como en el cante y la guitarra, pero la libertad del artista es fundamental. El baile ha evolucionado gracias a artistas creadores que han venido aportando cosas nuevas, desde Miracielos hasta Israel Galván. Pero si no hay un control de calidad, con la crítica, que tiene una responsabilidad, el baile flamenco acabará convirtiéndose, si no ha pasado ya, en especialidad olímpica.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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