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Muerte de un crítico de flamenco

Ángel Álvarez Caballero era muy partidario de la línea gitanista del género, admirador de artistas como Antonio Mairena, Juan Talega o José Menese, y poco transigente con el flamenco comercial de la época. Le trajo sus problemas, claro está,


El pasado miércoles nos llegaba la triste noticia de la muerte de un apreciado compañero de la crítica, Ángel Álvarez Caballero, que era de Valladolid, de donde fueron  también la Rubia Colomer y el bailaor y coreógrafo Vicente Escudero, además de otros flamencos. Nunca tuve como modelo de crítico e investigador flamenco a Ángel Álvarez, aunque jamás dejé de destacar su enorme capacidad de trabajo, que se puede ver hoy en una docena de libros con su firma, obras de síntesis y divulgación del flamenco, algunas sobre la historia de nuestro arte. No fue nunca un investigador nato, de esos que se van a los archivos a tragar ácaros y dejarse los ojos leyendo vetustos legajos en parroquias, hemerotecas, juzgados y cementerios.

Lo recuerdo cuando en el inicio de la década de los ochenta del pasado siglo aparecía por los festivales andaluces de verano acompañado de su esposa, la simpática Pilar, para hacer críticas en el diario El País, donde empezó a colaborar en 1981. Me hacían gracia los comentarios de los flamencos cuando los veían llegar, porque parecían alemanes o suecos. Sin embargo, Ángel Álvarez Caballero supo ganárselos enseguida, que lo respetaran, porque nunca fue uno de esos críticos zalameros, de compadreo con los artistas, sino un periodista serio, profesional, que quería apoyar al flamenco y a los flamencos en un diario español de mucha fuerza en aquellos años como era El País. Además, Ángel no solía casarse con nadie, aunque tuviera sus gustos y fueran conocidos por todos. Era muy partidario de la línea gitanista del género, admirador de artistas como Antonio Mairena, Juan Talega o José Menese, y poco transigente con el flamenco comercial de la época. Le trajo sus problemas, claro está, su particular manera de entender el flamenco, sobre todo el cante jondo. Solo una gran valentía y un enorme sentido de la responsabilidad lograron que su trabajo fuera respetado, sobre todo sus críticas, que fueron siempre muy leídas por escribir en el mejor diario español de entonces, en los ochenta y los noventa.

Un día dejó de ir a los festivales andaluces porque, según me confesó, dejaron de interesarle. En realidad fue porque desaparecieron los artistas que él consideraba los últimos reyes de este arte. Se volcó entonces en los libros y gracias a su capacidad de trabajo, a su incansable labor, las bibliotecas flamencas de miles de aficionados del mundo entero están llenas de obras suyas que, buenas o no, son el testimonio de un hombre que vivió por y para el flamenco, que lo amó por encima de todas las cosas y al que dedicó su vida y algo más. Y siempre, siempre, defendiendo su pensamiento con uñas y dientes, lo que no es fácil en un arte con tantos enterados, que no entendidos.

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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