De Manuela a Manuela en la Bienal de Málaga
La VII Bienal de Flamenco de Málaga tuvo como protagonista a una de las bailaoras más grandes de la historia, la trianera Manuela Carrasco, que sigue doliendo por jonda y pura.
La clausura de la VII Bienal de Flamenco de Málaga, que dirige Antonio Roche –gracias por todo, amigo–, tuvo como protagonista a una de las bailaoras más grandes de la historia, la trianera Manuela Carrasco. Si un día una atrevida diseñadora de moda flamenca decidiera vestir a la Giralda de gitana, saldría Manuela. Quizá sean los dos monumentos más jondos de Sevilla, sin olvidarnos de la Niña de los Peines, Pastora Imperio, Manolo Caracol, Manuel Vallejo y Tomás Pavón.
Manuela es la Bailaora con mayúsculas, una gitana trianera que cuando llegó al baile, de niña, alguien que sabía dijo: “No será grande, sino la más grande”. No se equivocó, evidentemente. La noche del miércoles 29 de septiembre el Teatro Cervantes de Málaga la Cantaora estaba hasta el gallinero de aficionados no solo malagueños sino de otras ciudades y pueblos andaluces. No era para menos, porque bailaba una mujer que es historia viva del flamenco.
«Si un día una atrevida diseñadora de moda flamenca decidiera vestir a la Giralda de gitana, saldría Manuela Carrasco. Quizá sean los dos monumentos más jondos de Sevilla»
Manuela estrenaba Aires de mujer, su último espectáculo, con un cuadro de acompañantes muy completo y decididamente femenino: La Macanita, Tamara Amador y Anabel Valencia. Cantes hechos por mujeres gitanas de Jerez, Sevilla y Lebrija, lo que evidenciaba, de entrada, una declaración de intenciones. El título del espectáculo ya lo era, claro. Nos había citado en el Cervantes para presenciar cómo Manuela Carrasco le daba la alternativa a su hija Manuela Amador Carrasco. En las guitarras estaban Joaquín Amador, que tuvo a su vera a Ramón Amador y Antonio Santiago Ñoño, casi nada. En la percusión, José Carrasco, un prodigio, las palmas de El Pelón y el violín de Elisa Prenda.
Lástima que el mal sonido apagara un poco el espectáculo. En esos momentos, cuando falla la técnica se impone la raza de una bailaora y Manuela sacó adelante el espectáculo, como ha hecho en otras ocasiones, echando mano de la casta, la profesionalidad y el oficio, que no tienen por qué ser cualidades incompatibles con el arte natural, el que te pega tu madre en la piel cuando te pare.
«Manuela se quitó el otro zapato y bailó descalza por bulerías. Un momento mágico, de inspiración, emotivo y fuera del guión»
Manuela Amador, la hija de Manuel y Joaquín, tiene una planta de locura y bailó maravillosamente. Poco, quizá, pero el espectáculo era de su madre, que bailó soleares y seguiriyas, palos que son dos pilares de su escuela gitana. Es increíble cómo está aún la bailaora sevillana, que tiene ya sus años y hay que tener en cuenta que su estilo no es preciosista, sino por derecho, de fuerza y coraje. Es un milagro que baile todavía con esa fuerza, mandando en todo momento, bailándole al cante y a la guitarra, y, sobre todo, doliendo por jonda y pura.
Cuando parecía que no iba a pasar algo especial, único, Manuela perdió uno de sus zapatos y en vez de buscarlo, se quitó el otro y bailó descalza por bulerías. Ese momento mágico, de inspiración, emotivo y fuera del guión, salvó la noche y puso al público en pie dos o tres veces. Nadie se quería ir. El flamenco tiene estas cosas. Nada está perdido si hay sobre el escenario una artista responsable y apasionada.