Cuentos o fábulas del cante
¿Por qué quedó Joaquín el de la Paula en la historia del cante? Porque ese cante que hacía lo personalizó de una manera genial, y porque era un personaje de Alcalá, alguien que cayó bien y que representaba lo genuino del cante de la tierra, la soleá.
Los que nos preciamos de conocer bien la historia del flamenco sabemos que ha habido artistas que ocupan un lugar que seguramente no les corresponde. Es delicado poner ejemplos, porque, aunque desaparecieron, están ahí sus seguidores o familiares. De esto no se ha hablado o escrito casi nunca y sería necesario hacerlo para reparar injusticias o poner las cosas en su sitio. Podríamos referirnos, por ejemplo, al célebre Joaquín el de la Paula (Alcalá de Guadaíra, 1875-1933), llamado el rey de las soleares alcalareñas, aunque no grabó y, por tanto, nunca vamos a saber cómo cantaba, como tampoco sabemos cómo lo hacían Silverio o El Nitri.
A Joaquín Fernández Franco, que así se llamó, lo encumbró Antonio Mairena, según él, su discípulo. Antes nadie le había dado gran importancia al cantaor calé de las cuevas del castillo árabe, que cantó sobre todo en fiestas particulares, y alguna vez en cafés o salas de poca monta. Siempre se ha hablado de las soleares de Joaquín, en plural, cuando no tenía nada más que un cante, según su propio hijo, Enriquillo, que también era cantaor de fiestas. Antonio el Sevillano también me dijo en su propia casa que solo tenía un estilo, que el propio Antonio grabó como Soleares de Alcalá. Por tanto, si solo tenía un estilo propio, cantaba solo en fiestas y no grabó, ¿cómo es que está tan reconocido?
«Alcalá le dio todo a Joaquín el de la Paula, lo que no pasó con José Ordóñez ‘Juraco’, que era anterior a Joaquín, o con Bernardo el de los Lobitos, el mejor cantaor nacido en esa tierra tan flamenca»
Hace cuarenta años comencé a recopilar datos sobre Joaquín el de la Paula y me metí varias veces en las cuevas del castillo alcalareño, donde vivió este cantaor. Hablé con familiares y hasta saludé un día a su hija Hiniesta, ya desaparecida. Al enterarme de que González el Negro, su guitarrista, vivía aún y que vendía cupones de la Once en la calle Sierpes de Sevilla, lo busqué para que me hablara de cómo cantaba Joaquín y me dijo que desafinaba mucho. Que cuando lo acompañaba le tenía que decir su nombre con disimulo –Joaquínnnnnn– para que cogiera el tono. No me dijo nunca que fuera un buen cantaor, aunque sí que el cante que hacía, con poquita voz y no muy bien timbrada, era bonito y que gustaba a una minoría de aficionados.
Antonio Mairena hablaba de él con veneración y llegó a dominar como pocos el cante del Alcalá. Me dijo una tarde en su casa: “Joaquín era un dulce, le hacía una cosa a la soleá que nadie lo ha vuelto a hacer. Tenía una vocecita, pero se adornaba y me encantaba su manera de colocar las letras”. No dijo nunca que hiciera un cante “casero”, una expresión muy suya cuando hablaba de Juan Talega, Perrate o Fernanda de Utrera. Ni que era un “ronco dulce”, como dijo de Juan Talega. Se limitó a ponerlo siempre por las nubes porque era su maestro, su referencia.
Según Enriquillo el de la Paula, hijo del artista, el que mejor cantó la soleá de su padre fue Perrate de Utrera, un gitano con un metal incomparable. Antonio Mairena la cantó un poco a su manera, como casi todo, metiéndole una fuerza que nunca tuvo Joaquín. Los que más se le parecieron, de la familia, son Juan Talega y Manolito el de María, sus sobrinos, y su hijo Enrique.
¿Por qué, entonces, quedó Joaquín en la historia del cante? Porque ese cante que hacía lo personalizó de una manera genial, y porque era un personaje de Alcalá, alguien que cayó bien y que representaba lo genuino del cante de la tierra, la soleá. Alcalá se lo ha dado todo, lo que no ha pasado con José Ordóñez Juraco, que era anterior a Joaquín, o con Bernardo el de los Lobitos, sin duda alguna el mejor cantaor nacido en esa tierra tan flamenca.