El fantasma del antiflamenquismo
Tenemos que quitarnos de la cabeza esa manía de que hay interés en acabar con el flamenco, porque no es verdad. Sí es verdad que aún hay ciertos complejos y a veces nos sorprendemos de que se haga un buen festival en Pamplona o en la ciudad francesa de Nimes.
Al flamenco le costó mucho llegar a ser un arte reconocido y aceptado por la sociedad española. Incluso por los propios andaluces. De hecho todavía hay andaluces a los que les repatea este arte, que les parece algo perteneciente al mundo de los tópicos. Muchos lo relacionan con el franquismo y otros solo con los gitanos, cuando no con las clases reprimidas. Y aún existe miedo a que un día acaben con él.
Tiempo atrás hubo polémica con una ordenanza municipal de Málaga que prohibía la apertura de locales con música en directo. Enseguida empezaron a decir que Málaga prohibía los tablaos flamencos, cuando en realidad era una ordenanza que no afectaba solo a los tablaos, sino a todos los locales que pretendían dar música en directo.
Esto me recuerda un documental que denunciaba la expulsión de los gitanos de Triana en los años cincuenta del pasado siglo, manipulando la historia, porque no fue solo una expulsión de gitanos, sino de pobres en general. Es más, la verdad es que fueron expulsadas más familias castellanas o de gachós que de gitanos. Pero siempre hay un listo que quiere manipular la historia, en ocasiones buscando algún tipo de beneficio o por politizar el asunto, algo que está bastante de moda. En España se politiza todo y el flamenco no iba a ser menos. Siempre fue un arte libre, desde sus orígenes, difícil de encasillar o de controlar por parte de los gobernantes.
«Disfrutemos del flamenco y no veamos fantasmas donde no los hay. Nadie va a acabar con el flamenco. Ni siquiera los propios flamencos, que a veces parecen los peores enemigos de este arte»
Los flamencos han sido grandes conquistadores también desde sus orígenes. Y gracias a la labor de artistas míticos como Silverio Franconetti o de empresarios valientes e inteligentes como Manuel Ojeda El Burrero, surgieron grandes profesionales en Sevilla y en el resto de las provincias andaluzas. Antes que ellos, esa labor la llevaron a cabo boleros como Manuel y Miguel de la Barrera, sevillano el primero y malagueño el otro, y gracias a esa labor hubo boleras sevillanas que revolucionaron el baile, artistas olvidadas como Petra Cámara, La Nena o la gaditana Josefa Vargas. Y también, cantaores como el citado Silverio, Lorente, Ramón Sartorio, José Perea, Juraco, Enrique Prado y otros, que comenzaron a ser profesionales en las academias. Estos artistas, maestros de baile y empresarios, sí que tuvieron que soportar el antiflamenquismo de los gobernantes, de los periódicos y de la propia sociedad.
Los artistas flamencos de hoy no se pueden quejar, aunque siempre haya motivos para no estar contentos, cómo no. Cada día hay más festivales internacionales y nuestros artistas reciben galardones que en otros tiempos eran solo un sueño, una utopía. Hasta fuera de España, como sabrán. Así que tenemos que quitarnos de la cabeza esa manía de que hay interés en acabar con el flamenco, porque no es verdad. Sí es verdad que aún hay ciertos complejos y a veces nos sorprendemos de que se haga un buen festival en Pamplona o en la ciudad francesa de Nimes. Quien se sorprenda, porque a mí me parece algo natural y lógico, al ser el flamenco la gran música española. No ahora, sino desde hace ya más de un siglo. Por tanto, disfrutemos de ella y no veamos fantasmas donde no los hay. Nadie va a acabar con el flamenco. Ni siquiera los propios flamencos, que a veces parecen los peores enemigos de este arte.