Confieso que soy un fetichista
Soy un fetichista, lo confieso. Creo que no es algo que uno se proponga ser, sino que sale de dentro, de esa necesidad de tener algo personal de un artista o una persona a la que admiras por su arte o por otros motivos ajenos al arte.
Hace muchos años, décadas, que comencé a coleccionar objetos personales de los artistas flamencos que más me han gustado y tengo cosas de la Niña de los Peines, Manolo Caracol, Marchena, Manuel Vallejo, Tomás Pavón, Farruco, Manolo Sanlúcar, Manuel Molina o Mario Maya, entre otros. Llevo siglos detrás de algún objeto de Manuel Torres, pero no es fácil. Hace algunos años murió un gran cantaor de Cádiz con el que tenía mucha amistad y el mismo día de su muerte, su viuda me dijo que tenía preparada una caja para mí con cosas suyas. Tardé en recoger la caja, pero cuando fui a por ella y la abrí, descubrí que me había dejado en herencia casi todo lo relacionado con su vida artística y también personal. No había tenido hijos y su mujer pensaría que todo eso acabaría en la basura una vez que ella muriera, que suele pasar.
«Antonio Mairena te hablaba de Manuel Torres como si lo hiciera de Dios, con una veneración que conmovía. Una gran pintura de él lo presidía todo, lo que indica su amor por este cantaor gitano de Jerez»
A veces he ido a un mercadillo y me he encontrado con objetos personales de conocidos artistas, sin que haga falta dar nombres. Y me he puesto muy triste, lógicamente. Tampoco tengo hijos y a veces me pregunto qué ocurrirá con mis cosas cuando me vaya definitivamente para el garaje. Mis libros, discos, carteles, fotografías, recuerdos de artistas, cartas… ¿Acabará todo en la basura o en un mercadillo? Seguramente irá todo al Museo Flamenco de mi pueblo, Arahal, que sería el mejor destino. Entre las cosas que tengo de la Niña de los Peines está un peinecillo, uno de sus famosos peinecillos de canela. No se lo creerán, pero a veces, al levantarme y asearme, me suelo peinar con uno de esos peinecillos y me dura la emoción todo el día. O miro la hora en un reloj de bolsillo de su hermano Tomás, que era muy aficionado a ellos y hasta los arreglaba. Ni se imaginan lo que siento cuando me pongo un pañuelo de cuello de Farruco o de Caracol o escribo con una pluma estilográfica de Manuel Molina. No me he puesto aún alguno de los trajes de bailaor de Mario Maya, de los dos que tengo, porque mido casi dos metros y el maestro era más bien bajito y delgado como un lápiz. Pero todo se andará.
De Antonio Mairena solo tengo cartas que me mandó alguna vez a casa, tres epístolas maravillosas escritas a máquina por él mismo y, naturalmente, firmadas a mano. Un tesoro. Soy un fetichista, lo confieso, como lo fueron algunos de los artistas que he citado. Creo que no es algo que uno se proponga ser, sino que sale de dentro, de esa necesidad de tener algo personal de un artista o una persona a la que admiras por su arte o por otros motivos ajenos al arte. Antonio Mairena tenía en su casa sevillana toda una habitación dedicada al flamenco, con las paredes llenas de fotografías y recuerdos de sus maestros y compañeros. Esa habitación era su mundo, donde estudiaba y escribía, donde recibía a los amigos para charlar o echar un ratito de cante. Te hablaba de Manuel Torres como si lo hiciera de Dios, con una veneración que conmovía. Una gran pintura de él lo presidía todo, lo que indica su amor por este cantaor gitano de Jerez al que tuvo la suerte de conocer personalmente.