Anécdotas flamencas: Tomás Pavón, Camarón, Chocolate, Perro de Paterna…
Cantaron todos y Tomás Pavón sufría al no poder echar fuera el fuego que abrasaba su pecho de cantaor vital. Pastora le pidió a Melchor que le tocara por seguiriyas y antes de hacer la salida se le adelantó Tomás, que ya no aguantó más.
El regreso de Tomás
Me contó un día Tolita, la hija de la Niña de los Peines, que cuando Tomás Pavón fue operado de algunos pólipos en la garganta el médico le ordenó que no cantara en dos o tres años. Por supuesto, que tampoco fumara. Tomás le hizo caso y estuvo dos años sin cantar nada y hablando solo lo justo. Aliviaba sus penas fabricando jaulas para sus propios pájaros, arreglando relojes de bolsillo y pescando barbos en La Barqueta. Pero celebrando el santo de Pepe Pinto, en el domicilio del cantaor macareno y su esposa, se reunieron algunos amigos de la familia, entre ellos artistas como Melchor de Marchena, El Niño de Aznalcóllor, La Perla de Triana y su hijo, El Perlo. Cantaron todos y Tomás sufría al no poder echar fuera el fuego que abrasaba su pecho de cantaor vital. Pastora le pidió a Melchor que le tocara por seguiriyas y antes de hacer la salida se le adelantó Tomás, que ya no aguantó más. Cómo cantaría el genio de la calle Leoncillos, después de dos años sin abrir la boca, que cuando acabó, Pastora abrió el balcón del piso de la calle Calatrava y empezó a gritar y se arrancaba mechones de pelo a gañafones. Tomás echó de golpe todas las penas que había ido acumulando, con unas seguiriyas que, según Tolita y El Perlo, parecían haber salido de la tumba de Manuel Torres, el ídolo de Tomasito. Para un cantaor como él, que tenía el don de la emoción y la belleza musical, no había mayor castigo que el de no poder cantar.
Ha muerto Tomás Pavón.
Que nadie abra la boca,
que aquí se acabó el carbón.
Los celos de Camarón
Camarón estuvo un mes encerrado en un piso de Sevilla intentando salir de sus problemas. No recibía a nadie, solo a su representante, Jesús Antonio Pulpón, quien un día me dijo que el genio escuchaba cada noche mi programa de radio, El duende y el tárab. Yo ponía mucho a Camarón en el programa, que era de emisión diaria y de dos horas de duración. Y también a Enrique Morente. Para mí han sido dos ídolos, los grandes de esta época. José me vio una noche en Cádiz y al saludarme me preguntó:
– Una duda, Manué. ¿Quién es más morentista de los dos? ¿El duende o el tárab?
Pulpón estaba delante y me aclaró aquella pregunta, que Camarón me hizo con una media sonrisa, que más que una media sonrisa era una mueca dolorosa, como la de Tomás Pavón:
– Es que, en ocasiones, José siente celos cuando dices esas cosas tan bonitas sobre Morente.
Chocolate y la Benemérita
Antonio el Chocolate estuvo algún tiempo yendo a cantar a los festivales en una motocicleta. Ponía su traje y los zapatos en una pequeña maleta de cartón y cogía la carretera: Mairena, Morón, la Puebla… Yendo una noche a uno de estos festivales, creo que a Mairena, lo paró la Guardia Civil y le preguntó:
– ¿Ha visto usted que va sin apenas luz, que el faro de la moto está mal?
– No, lo veré mañana, que soy el Chocolate y me esperan para cantá.
– ¡Hombre, el Chocolate! Pues venga, lo escoltaremos hasta Mairena.
Y el genio del cante entró en Mairena escoltado por la Benemérita. Cuando llegó a la entrada del pueblo les dijo:
– Muchas gracias. Dejadme ya aquí que como me vean llegá al festival con la Guardia Civil se van a creer que soy el gobernaó.
Con el Perro de Paterna
Una noche escuché cantar al Perro de Paterna en el Gran Teatro de Huelva y arremetió en el mismo escenario contra el también desaparecido Paco Vallecillo, el gobernador del mairenismo. Critiqué con dureza aquellos comentarios fuera de lugar y a los pocos meses, viniendo de Málaga, me encontré con el cantaor de Paterna en una venta de carretera. No nos conocíamos personalmente. Alguien le dijo que yo era crítico de flamenco, pero sin dar mi nombre:
– ¿Usté es crítico?
– Sí, a eso me dedico.
– ¿No conocerá por casualidad a Manuel Bohórquez? Es que tengo ganas de decirle cuatro cosas a la cara.
Estaba sentado y cuando me levanté y le dije que era yo, que si pasaba algo, me miró de arriba abajo. Una vez recorrido muy lentamente el 1,90 de mi estatura, me preguntó muy serio, desencajado:
– ¿Qué estás tomando?
Tomamos unas copas y no me dijo ni pío. Si llega a tener la estatura de Manuel Martín Martín me hubiera visto en un problema. El Perro era buena persona, pero estaba muy cabreado conmigo.
Las cosas de Mario Maya
Referente a los «estrenos» y «estrenos absolutos» en la Bienal, relato hoy una anécdota de Mario Maya. José Luis Ortiz Nuevo estrenó una día una obra en el Lope de Vega de Sevilla, Las cuatro estaciones, y Mario me pidió que lo acompañara. Vimos juntos el espectáculo en un palco del teatro y cuando acabó me preguntó:
– Manuel, ¿tú has visto el verano, el otoño, el invierno o la primavera por algún lado?
Un enano levitando
En Sevilla había un enano medio ciego que cantaba muy bien las saetas y un jueves santo se empeñó en cantarle una a la Macarena al pasar por el Bar Pinto, en la Campana. Lo subieron en una silla que había en la puerta del citado bar y cuando la Virgen pasó por su vera y el enano comenzó la salida de la saeta, el Beni de Cádiz y Pepe el Culata levantaron a pulso la silla. Cuando acabó, emocionado, con lágrimas en los ojos, dijo el enano a los presentes:
– ¡Po no que he sentío como si me elevara! Eso es que le he gustao a la Virgen y me ha querío llevá al cielo con ella.
Jajajaja. La tajá que tendría el enano.
Un cantaor con dolor
Uno de los hijos de Enrique el Mellizo, Antonio el Mellizo, cantaba con gusto pero su cante no dolía, según los puristas. Cansado de oír eso, una noche estaba en una fiesta y decidió cantar sentado en su bastón. Como padecía de almorranas y el bastón se las apretaba, cantó por seguiriyas con un dolor tan grande que le caían por la cara abajo unos lagrimones como garbanzos. José Ortega, el abuelo de Manzanita, estaba en la reunión y le preguntó:
– ¡Ozú, primo! ¿De dónde te ha salío a ti tanto sentimiento?
– A ti te lo voy a decí.
El tarantus interruptus
En el Concurso de La Unión se hacían antes las preselecciones en el mismo pueblo y todos en un día, o como mucho dos. Como eran tantos, a los participantes solo se les escuchaba un poco la salida y enseguida les decía Deogracias, el secretario del jurado:
– Vale, vale, gracias.
Un día llegó uno de Jaén más bruto que un arado, de cuyo nombre ni me acuerdo. Hizo la salida de la taranta y desafinaba más que un grillo metido en una tinaja. Y Deogracias lo paró en seco:
– Vale, vale, con eso es suficiente, muchas gracias.
El buen hombre se puso blanco y reaccionó de la siguiente manera:
– ¡Pues no me paro porque no me sale de los cojones! Que esto es como cortá un polvo a la mitá, joé.
Imagen superior: Perro de Paterna