Adiós al cantaor Curro Malena
Curro Malena, el hijo de los gitanos Antonio Carrasco Amaya El de la Malena y Magdalena Amaya Cortés La Malena, ya está en el cielo de los grandes artistas del cante.
Ha muerto en Lebrija, a los 77 años, Francisco Carrasco Carrasco, Curro Malena, tras muchos años apartado del cante por enfermedad. Se ha ido en su propio domicilio luchando como un jabato, aunque no estaba ya para mucha pelea. Se marchó no sólo un grandísimo cantaor, sino una buena persona, un buen gitano, de los más honrados del cante que he conocido en tantos años ya de crítico de flamenco. Utilizando un símil futbolístico, era de los que siempre sudaba la camiseta. De hecho, solía viajar con varias camisas porque daba los veinte reales del duro, se vaciaba en los escenarios y en cada cante ponía el alma y algo más, porque era un cantaor muy estudioso y de un enorme talento natural.
A pesar de ser tan lebrijano, Curro era un cantaor muy largo que lo mismo interpretaba unos fandangos de Pepe Pinto que una bulería de Antonio el Sevillano. Era muy gitano en el cante, pero entró siempre en otras escuelas con mucho respeto. Grabó tantos discos que no se podía ceñir sólo a la escuela gitana o mairenista. Era muy mairenista, como la mayoría de cantaores de su generación, y Antonio Mairena lo tuvo siempre entre sus discípulos preferidos. Recuerdo cómo lloraba una noche Curro Mairena, el hermano del maestro, escuchándolo en el Festival de Cante Jondo de Mairena del Alcor. “A Antonio le encantaba a rabiar”, le decía al crítico Miguel Acal.
«Curro Malena ha sido un cantaor respetado y muy querido. Un señor con un gran corazón y un amor infinito a un arte que le dio también mucho. Nos deja eso y una obra discográfica de más de veinte elepés grabada entre los años sesenta y los noventa. Una joya, quizá muy desconocida para el gran público, que será más valorada con el paso de los años»
Curro tuvo la suerte de nacer en Lebrija y, además, en una época, los años cuarenta, en la que el cante gitano era aún una religión. Se cantaba en los corrales de vecinos y en las tabernas, en las fiestas privadas, y en ellas no escuchó sólo a su familia sino a otras familias flamencas del pueblo. Y a los cantaores y las cantaoras que solían ir a esas fiestas, de lugares como Jerez, Utrera, Mairena del Alcor o Alcalá de Guadaíra. Para un joven gitano que quería ser cantaor, como él, aquella fue la mejor escuela, la más pura, una oportunidad única de aprender de los grandes maestros, en vivo, sin necesidad de recurrir a los discos, aunque lo hiciera también, como todos.
Tras una carrera artística jalonada por innumerables éxitos, llegando a ser un cantaor imprescindible en los grandes festivales y las mejores peñas, sufrió una congestión que lo apartó totalmente del cante. Para un cantaor vital como él, con un corazón tan grande como su pueblo, aquello fue un verdadero mazazo. Él y su familia sabrán lo que ha tenido que pasar Curro sin poder cantar sobre un escenario, con lo que le gustaba. Para un cantaor, eso es la muerte. Consciente, además, como ha estado él, que es mucho más duro porque aumentan el sufrimiento y la frustración.
Curro Malena, el hijo de los gitanos Antonio Carrasco Amaya El de la Malena y Magdalena Amaya Cortés La Malena, ya está en el cielo de los grandes artistas del cante. El nieto de Josefa Peña Flores La Rumbilla lo logró: era de los grandes de su tiempo, de los mejores. Lástima que se pidieran para él algunos reconocimientos que no han llegado. Tampoco le hicieron falta para ser un cantaor respetado y muy querido. Sus hijos pueden sentirse orgullosos, y sé que es así, de haber tenido como padre a un señor con un corazón tan grande y un amor infinito a un arte que le dio también mucho. Nos deja eso y una obra discográfica de más de veinte elepés grabada entre los años sesenta y los noventa. Una joya, quizá muy desconocida para el gran público, que será más valorada con el paso de los años.