Se nos ha ido un poco la olla
Creo que el desnudo de Rocío Molina en Caída del cielo, en el Teatro Villamarta de Jerez, ha abierto un debate interesante. Ni lo antiguo es tan viejo como algunos pretenden hacernos ver, ni todo lo nuevo es tan moderno como otros camelan colarnos.
Creo que el desnudo de Rocío Molina en Caída del cielo, en el Teatro Villamarta de Jerez, ha abierto un debate interesante, a pesar de los comentarios machistas, irrespetuosos y denigrantes. Que una cosa es opinar sobre su obra en general o sobre el desnudo de solo unos cuantos segundos, y otra crucificar a la artista o faltarle al respeto. A todos se nos ha ido un poco la olla, creo, con este asunto. Incluso a quienes no la han visto. Yo la he visto en vídeo y aún no he opinado sobre ella; sobre la obra, quiero decir. Lo que he visto no me ha gustado nada y lo digo sin temor alguno a que me crucifiquen esos que nos consideran a los críticos, en general, unos seres atrasados y aburridos. Quiero decir, con toda la sinceridad del mundo, que a mí tampoco me gustan los críticos en general.
Hay un flamenco clásico y unos artistas que lo interpretan ciñéndose a unos cánones y a una pieza perfectamente acabada. Una malagueña de Chacón es una obra clásica, como una pieza musical de Falla o Turina. Si un cantaor o una cantaora, la interpreta, quiero que se ciña a la pieza lo mejor posible, aunque sin tratar de copiar a Chacón. En estos casos suelo poner el ejemplo de Enrique Morente, que rescató y revalorizó algunos cantes de Chacón sin pretender emular su estilo. El copista se ciñe a la partitura; el artista, reinterpreta y aporta algo a la pieza. No es tan difícil de entender, ¿no? Entonces, ¿por qué no les damos el mismo valor al que interpreta que al que recrea o crea. ¿Saben lo difícil que es interpretar Del convento, las campanas? Es una de las malagueñas más difíciles y maravillosas del maestro jerezano, en mi opinión, nunca superadas por nadie.
Decía hace unos días Antonio Villarejo Perujo, que uno de los problemas del cante de hoy es que no se crean cantes nuevos, y sí se crean. Nunca he entendido que nos creamos de verdad que los cantaores del XIX eran genios creadores y que los actuales fueran solo copistas o parásitos. Incluso les fueron poniendo los nombres de sus autores a soleares seguiriyas: El Planeta, El Fillo, María Borrico, La Andonda, La Sarneta, Tomás el Nitri, Frijones de Jerez, Paco la Luz, Manuel Cagancho, Joaquín el de la Paula o Frasco el Colorao. Si se dan cuenta, todos o una gran mayoría eran intérpretes gitanos, o gitanas. Es decir, eran ellos los que tenían talento para crear y no Silverio, a quien solo le atribuyen una seguiriya cabal y porque la aprendió de El Fillo. Que alguien me diga por qué La Andonda compuso tres estilos de soleares y Silverio ninguno, por favor.
No creo que los críticos y los aficionados tengamos problemas en aceptar lo nuevo, como se comenta estos días en las redes sociales a raíz de la polémica obra de la bailaora malagueña Rocío Molina. Más bien, en aceptar las cosas que no tienen un verdadero valor flamenco, aunque sí teatral. Que alguien me diga qué bailaor o bailaora actual ha revolucionado el baile con un espectáculo. Y qué guitarrista le ha dado otra vuelta de tuerca a la guitarra. O qué cantaora o cantaor han sacado un disco revolucionario que haya puesto a todos a cavilar. Nada de esto ha sucedido en los últimos años, salvo que alguien piense que Firmamento, de Rocío Márquez, es una genialidad, o Los ángeles, de Rosalía, una señal.
Ante la enorme sequía de talentos de verdad que padecemos -es una opinión, claro-, siguen de actualidad los intérpretes de hace décadas y los aficionados disfrutan aún de Chacón, Torres, Pastora, Marchena, Caracol y Mairena. Y también de Lebrijano, Morente y Camarón, que además de intérpretes geniales fueron artistas creativos.
Ni lo antiguo es tan viejo como algunos pretenden hacernos ver, ni todo lo nuevo es tan moderno como otros camelan colarnos.