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La Ópera Flamenca en el Jerez de 1928 - Archivo Expoflamenco
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La Ópera Flamenca en el Jerez de 1928

Todos mis lectores de tantos años saben de mi admiración por Silverio Franconetti, el gran cantaor sevillano


El representante Vedrines se embarcó en 1928 en una aventura empresarial magnífica para la época: crear un espectáculo con las más grandes figuras de entonces, aunque había notables ausencias en el cartel como las de Manuel Torres, El Niño de Marchena, El Niño de Caracol, El Cojo de Málaga y otras figuras fundamentales. Sin embargo, el afamado representante logró convencer a Don Antonio Chacón para que hiciera la gira, algo que no le resultó nada fácil pero el genio necesitaba dinero. El maestro de Jerez encabezaba el cartel, Solemne Fiesta Andaluza, en el que estaban con él La Niña de los Peines, Manuel Vallejo, José Cepero y Guerrita, un verdadero ídolo de masas del momento. Además de El Chato de las Ventas, Bernardo el de los Lobitos y El Niño de Sevilla. Iban cuatro guitarristas punteros, como eran Ramón Montoya, Luis Yance, Manuel Martell y Manuel Bonet. Y en el baile, Carmen Vargas, El Estampío, Frasquillo, su esposa La Quica y Carmelita Borbolla. Actuaban de teloneros Los Seis gitanillos de la Cava de Triana, que eran todo un espectáculo de gitanería y compás.

Tras recorrer importantes ciudades con mucho éxito, el día 4 de agosto de 1928 actuaron en la Plaza de Toros de Jerez, en la que se dieron cita miles de personas. El Heraldo de Madrid le encargó la crítica a Guillermo Espejo, quien se despachó a gusto con los artistas y nos dejó en las hemerotecas una crítica para la historia del flamenco, digna de ser analizada por los lectores de ExpoFlamenco. Es un poco larga, pero no pierdan ningún detalle porque la crónica no tiene desperdicio:

Cante ‘jondo’ al por mayor

Jerez ha tirado la casa por la ventana en esta noche de agosto. Ya unos escandalosos carteles con figuras, cuajados de disparatados adjetivos y de muchas interjecciones se encargaron de impacientar al núcleo de sentimentales, que en esta población unos más, otros menos, lo son todos. Si Alcalá es la madre de las almendras; si el remo de los mostachones radica en Utrera, y en Antequera y Astorga el de los mantecados; si Logroño figura en España como el «nom plus ultra» de las frutas en latas, Aranjuez en espárragos y fresas, Albacete en navajas y Trubia en cañones, aquí en Jerez, a más de ostentarse la supremacía nacional en vinos y caballos, tenemos encerrada la llave del cante “jondo”. Entre los jerezanos si alguno hay que no sepa cantar flamenco, desde luego que lo siente y lo entiende. La afición, porque es innata, se puede decir que envuelve al censo de población.

No es de extrañar, pues, que en esta noche de riguroso verano, ante una expectación sin precedente, nos congregásemos dichosos en nuestra plaza de toros para llenarla, y para saborear las delicias de una función tan íntima en donde se había de prodigar nada más que música gitana. Las revoltosas notas de la guitarra que pinchan en los nervios, y el decir de esas laringes privilegiadas que conmueve y hace llorar, son platos fuertes que se esperan con fe y glotonería cuando entre los comensales imperan el hambre y la devoción. Imposible reunir elementos de más valor positivo ni de mayor autoridad. El gran Chacón a quien los anuncios le apodaban Don Antonio; el diabólico Vallejo, que con el gramófono ha revolucionado a la afición española y que en los carteles le dicen el ruiseñor humano; el poeta del cante flamenco, que es Cepero; Pastora la virtuosa, a quien no le agrada ser gitana ni que le llamen la Niña de los Peines; un tal Guerrita, que si no es flamenco ni lo parece, canta lo que ellos y lleva el título de Rey de las Cartageneras; varios “niños” que dejaron de serlo tiempo ha, y un Chato de las Ventas, el único que a simple vista delata con su nariz la propiedad del remoquete, fueron los que en el templo taurino de Jerez de la Frontera glorificaron el cante más difícil de todos los cantes, a juzgar por los esfuerzos y contorsiones de sus intérpretes.

 

Completaban el elenco, consagrados tocadores -Montoya y Bonet, entre ellos- y un racimo con 14 bailadores de ambos sexos y de todas castas y edades extraídos alguno, según cuentan, de la más rancia solera: de la propia Cava y del mismo Albaicín. Empezó el espectáculo, exactamente igual que todos los espectáculos de España, excepción hecha de nuestras corridas: bastante después de la hora anunciada. Hubo tres horas largas de lamentos y “jipíos” interrumpidos constantemente por los jaleos de estos entusiastas entendidos, que yo creo hacen muy mal en no esperar la terminación de las coplas para manifestarse con sus escándalos de aprobación. Cepero, estuvo poeta. La letra de sus canciones es muy verdad que destila poesía. Cepero, que es de Jerez, empleó en su repertorio estilos que aquí nacieron, y naturalmente, sus paisanos que lo idolatran aplaudieron a rabiar, haciéndole trabajar de lo lindo.

El ruiseñor no estuvo afortunado en sus trinos. No respondió a su fama ni entusiasmó a nadie. Cantó sin ganas. ¿Estará en la pelecha?

La Niña, la Pastora, se trajo aires antiguos que nos remozaron por el momento: unos tangos viejos muy gitanos, que de niños todos hemos escuchado más o menos mal en labios de nuestras cocineras. A petición del público se enredó con una seguidilla muy larga, de esas que tanto gustan a los borrachos «juerguistas», porque se prestan a repicar con los nudillos sobre las tapas de los veladores.

Me ha dicho un señor grueso que se sienta a mi lado y que suda a chorros, que es sumamente difícil esto de llevar el compás, y que en Jerez, son muy pocos los que saben hacer son por seguidillas. Asiento sólo con la cabeza y sin la menor violencia.

-¿No está usted conforme conmigo? -me pregunta al observar mi cómodo silencio, yo creo que deseando un poquito de discusión.

-Sí, hombre; desde luego, muy conforme…, de acuerdo.

¿Quién se mete en discutir con jerezanos «pura sangre» sabiendo que son ellos los que tienen la llave del cante?
Guerrita actuó admirablemente y fué aplaudido. Este muchacho tiene voz potente, agradable y bien timbrada. Sin embargo, los jerezanos dicen que no canta flamenco. “¡La jicimos!”

Los bailadores invadieron el amplio tinglado, lo ocuparon todo, y he aquí las más artísticas patadas. Uno, dos…, cinco…, ocho…, ¡hasta catorce! ¡Pobres tablas! Seis miniaturas de la especie y prototipos de la raza faraónica, con sus doce “pinreles”, redoblaron en aquel tambor enorme de gruesos tablones por parche, sacando de él polvo y astillas. La media docena de niños paréceme que han de peinar canas sin progresar en el arte. Siempre les veremos hacer lo mismo. Los pobrecillos están en el principio de sus carreras. Se presentan tímidos; sus caras graves, obscuras, brillantes…; sus cuerpos, enclenques, enjuntos, seguidos… como unas babosas humanas. Cualquiera diría que en vez de traídos de la Cava, los han sacado de debajo de una maceta.

 

 

La “cañí” más hermosa de la tierra, la Carmen Vargas, con su belleza realzada por un traje de mujer de los que ya no usan las mujeres, nos dibujó en el espacio caprichosas figuras, todas ellas muy dignas de entretener al mejor de los pinceles. Una mujer esbelta, guapa, de ojazos negros y limpios, sin pintura en los labios, con todo su pelo graciosamente arreglado, sobre el que se alza una peineta española y una flor, no es hoy corriente. El cuerpo de Carmen Vargas completamente envuelto por un vestido blanco, de cola, con muchas blondas y encajes, es un monumento nacional. Que conste.

Cuando nos temíamos la llegada del alba puso broche final el patriarca D. Antonio. Su respetable edad, su abolengo y su brillante historia, se encargaron de protegerle ante la desatada inteligencia de un auditorio exigente.

“¡Caracoles…, caracoles!, pedía Chacón con fuertes voces de desesperado y como si demandase socorro.

-“Vámonos, vámonos…, al café de La Unión, que es donde para Cúchares y el Tato y Juan León! -nos ordenó don Antonio ya congestionado, con la yugular en repleción y dando formidables bastonazos en el tablado. ¡Qué cosas más raras se les antojan a estos cantadores antiguos!… ¡Mire usted que empeñarse a las tres de la madrugada en acarrear seis u ocho mil personas a un café de Madrid!

 


Arahal, Sevilla, 1958. Crítico de flamenco, periodista y escritor. 40 años de investigación flamenca en El Correo de Andalucía. Autor de biografías de la Niña de los Peines, Carbonerillo, Manuel Escacena, Tomás Pavón, Fernando el de Triana, Manuel Gerena, Canario de Álora...

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