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Siete, ocho, nueve, diez, un, dos - Archivo Expoflamenco
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Siete, ocho, nueve, diez, un, dos

La métrica por excelencia en el género flamenco es el compás de doce tiempos. La mejor muestra de una rítmica que embelesa a los oyentes. El más enigmático de todos los elementos que conforman la música del flamenco.


El recuento que sirve para medir las coreografías es además uno de los recursos didácticos más elocuentes que conozco para comprender cómo se regula la rítmica de la soleá y las cantiñas. Lo escuché por primera vez en 1984, en una escena de la película Carmen de Saura/Gades, donde el maestro contaba los tiempos de la bulería poniéndole unos pasos a Laura del Sol en el estudio, con la guitarra de Antoñito Solera. Yo vivía entonces en Viena y fui veinte veces a ver la película que ponían en el cine Urania del primer distrito. Confieso que uno de los principales muros que me resultaban más infranqueables para comprender el flamenco era la singular forma de medir en doce tiempos los estilos más genuinos como soleares, cantiñas o seguiriyas. No entendía cómo lo medían, hasta que escuché esa forma de contar a Antonio.

La métrica por excelencia en el género flamenco, el compás que mejor refleja el carácter y estética de esta música y su baile, la manera de medir que sin duda alguna funciona como santo y seña cuando la escuchamos, es el compás de doce tiempos. Esa forma tan característica de medirlo que está en la mente de todos los aficionados, el consabido 7-8-9-10-1-2-1-2-3 (los acentos en negrita), es algo único, la mejor muestra de una rítmica que embelesa a los oyentes y, seguramente, el más enigmático de todos los elementos que conforman la música del flamenco.

 

«Esa misteriosa forma de medir, de contar los tiempos de un compás, ese compás tan largo es lo primero que atrae al neófito»

 

Son muchos los que se interesan por nuestro género a causa de esa forma tan singular de medir la música. Tiene algo de misterioso, iniciático diría yo, de ahí que no pocos estudiosos hablen de épocas herméticas, reuniones secretas, carácter reservado, secretos incógnitos, indescifrables, ocultos, encubiertos, reservado a unos pocos elegidos, con un aura incluso tenebrosa. Esa misteriosa forma de medir, de contar los tiempos de un compás, ese compás tan largo es lo primero que atrae al neófito. Muchos nuevos aficionados al flamenco vienen de la mano de este compás desdoblado que, a primer oído, resulta tan atractivo. En la música europea hay compases de tres, los más predominantes, los hay de dos y cuatro, también algún cinco, incluso sietes y nueves, pero contar a doce es más propio de la música africana, india y americana. En Europa es bastante raro medir en compases tan largos, lo que redunda en este aspecto de rara avis de la métrica del flamenco.

Cuando se escucha por vez primera, incluso cuando se intenta estudiar desde un punto de vista académico, se suele tardar bastante en lograr interiorizarlo. El aspecto exterior de este compás, la forma en cómo lo percibimos al oído, tiene ese halo enigmático, es cierto. Sin embargo, si ahondamos un poco, si rascamos la superficie y logramos ver por dentro caemos en la cuenta de que tiene mucho de apariencia complicada, cuando en realidad ese metro se basa en amalgamar dos especies de compás y mostrarlas de forma alterna. Esto es, si alternamos un compás binario de subdivisión ternaria, 6/8, con su reverso, es decir, uno ternario de subdivisión binaria, 3/4, obtenemos un metro de doce tiempos que se corresponde al de la antigua zarabanda, las antiguas jácaras y, ya en el siglo XIX, los jaleos que desembocaron en soleares y cantiñas. Y si esa forma la invertimos, es decir, en vez de 6/8 + 3/4 medimos 3/4 + 6/8, obtenemos la métrica propia de las seguiriyas.

 

«Contar a doce es más propio de la música africana, india y americana. En Europa es bastante raro medir en compases tan largos, lo que redunda en este aspecto de rara avis de la métrica del flamenco»

 

Analizando aquel recuento me dispuse a escribirlo en música, que siempre ayuda a comprender mejor los fenómenos que escapan al oído. Lo primero que me llamó la atención fue: ¿por qué decían un dos tres, acentuando este último? En primero de solfeo te enseñan que en un compás, el primer tiempo es el más fuerte, y resulta que aquí era el más débil. Juro que tardé en entenderlo. Poniendo el recuento en el reloj flamenco lo comprendí enseguida. Los flamencos generalmente no tocan en el primer tiempo de los compases, lo que se conoce como rítmica acéfala, sin cabeza. Lo hacen en la soleá y las cantiñas, lo hacen en la seguiriya y lo hacen en los tangos. El primer tiempo no lo dan. Pero, cuando escribes música hay que escribir tanto los silencios como los sonidos.

Empecé a darme cuenta que el dichoso recuento, que es simplemente un recurso del mundo de baile para medir los pasos, es muy necesario en compases tan largos como es el de doce tiempos que usan los citados estilos, pero los analistas de la cosa flamenca interpretaron el uno del recuento del baile como el primer tiempo y al transcribir sus partituras se solían equivocar (y aun hay quien se equivoca) resultando un desaguisado rítmico motivado por el desplazamiento de una corchea en toda la partitura.

Hace unos años unos matemáticos me enviaron un estudio sobre la rítmica del flamenco producto del análisis profundo desde las ciencias exactas. Enseguida me fui al compás de doce tiempos y resulta que tenían un error de cálculo, fatal para un matemático, claro está, al interpretar el recuento del baile (que yo suelo llamar el recuento de Güito, ya que debió ser el gran Eduardo Serrano, o el mismo Gades, quizás Mario Maya o a lo mejor todo es cosa de la maestra de esos tres gigantes, la no menos grande Pilar López) como si fuera el recuento musical.

 

«Este género de música y baile parece expresamente hecho para que no lo entienda alguien que ha estudiado en un conservatorio. La música antiacadémica por excelencia»

 

Caer en semejante error ha traído de cabeza a los musicólogos y analistas varios de la cosa flamenca. Los bailaores, si supieran solfeo, en vez de un, dos, tres, contarían como corresponde: dos, tres, cuá. Sin embargo, normalmente no saben solfeo, ni falta que les hace, ellos empiezan a contar donde empiezan a marcar, que es en el segundo tiempo del compás, ya que dejan el primero en silencio (amén de evitar que les llamaran patos, lo digo por el cuá, como apócope de cuatro). Fonéticamente funciona mucho mejor: un do tres, cuatro cinco seis… que dos tres cuá, cinco seis siete, que es el correcto musicalmente hablando.

Y es así como pude dar un paso grande en la comprensión rítmica del flamenco, superando una más de las trampas que existen en este género de música y baile, que, como suelo decir, parece expresamente hecho para que no lo entienda alguien que ha estudiado en un conservatorio. La música antiacadémica por excelencia, aunque algunos pocos estemos empeñados en hacerla más comprensible para los musicisti da tavolino.

 


Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

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