La eterna libertad en El Cabrero
En el año que pasó, a los programadores se les fue de la memoria las bodas de oro de El Cabrero con el cante. Toda una vida poniendo música a la tierra, al trabajo, a la libertad, al amor y a la rebeldía desde la más absoluta sobriedad y autenticidad.
Comenzamos con incertidumbre el nuevo año, y si no se frena el despiporre de la insumisión mercantilista, la degeneración está siendo tan inevitable que nos empuja al piélago del equívoco. Vivimos un tiempo en que la esperanza está vacía de palabras porque la sociedad habita en el sin aliento. Falta, por tanto, la denuncia verdadera y el compromiso, sobre todo el compromiso cultural. Y éste sólo se logra cuando existe un reconocimiento mutuo entre el arte y el pueblo.
Ahí radica lo esencial de José Domínguez Muñoz, para la pila bautismal, y alias El Cabrero para su legión de seguidores, multitud que lo hacen de menos porque añoran la insubordinación, la propuesta de quien hasta su retirada en 2020 conjugaba la maestría del hombre que goza del mayor legado de la vida, la honestidad, con la apuesta firme y contundente de quien tenía cosas que decir y que, sin ambages, sabía decirlas.
En el año que pasó, a los programadores se les fue de la memoria las bodas de oro de El Cabrero con el cante. Cincuenta años de cuando le conocí en diciembre de 1972 en el cine San José, de La Puebla de Cazalla, cuando la puesta en escena de Oración de la tierra, de Alfonso Jiménez Romero y Francisco Díaz Velázquez, y protagonizada por Fernanda Romero y Diego Clavel. Cincuenta años de contraste frente a los espabilaos que se lo llevan crudo sin acreditar más mérito que ser celadores de la cofradía pública del trinque. Cincuenta años poniendo dos bemoles sobre las negritas de la partitura de la vida.
Y si medio siglo después, con una veintena de discos en solitario, dos de tangos argentinos y uno colectivo, no es hora de aullar, pero sí de que el grito se haga palabra, de rebuscar incondicionales que asuman que es mejor un verso sano que humillarse ante un político o funcionario corrupto, apremia topar con voces comprometidas y alejadas de esa realidad encarcelada entre el exilio de lo que se nos va y la sombra de lo que queda.
No oculto que hago de menos, pues, al enemigo del oropel, a El Cabrero, al cantaor que alternaba la poesía culta con la popular a fin de sobrevivir en la grandeza del flamenco. Claro que al acercar a los poetas cultos al flamenco, no lo hacía para recabar el aplauso fácil, sino para descubrirles a los poetas un mundo maravilloso que antes no conocían.
«El Cabrero es un hombre de campo y amigo de los cantes, más que un cantaor al uso. Lleva toda su vida haciendo de la libertad una meta por alcanzar, un medio para comunicar lo que los demás callan. Para él la lucha por la libertad nunca fue una carrera de velocidad, sino de resistencia»
Nuestro protagonista, atendido a diario por Elena Bermúdez pero asistido desde el verano pasado por los recursos que sólo puede ofrecerle el Centro Residencial de Mayores de Aznalcóllar, es un hombre de campo y amigo de los cantes, más que un cantaor al uso. Lleva toda su vida haciendo de la libertad una meta por alcanzar, un medio para comunicar lo que los demás callan. Para él la lucha por la libertad nunca fue una carrera de velocidad, sino de resistencia. Y si no que se lo pregunten al rayo que penetra en la penumbra de sus melodías, porque cada vez que El Cabrero se subía al escenario lo hacía para demostrar que si seguía cantando era para que el barco de la libertad no quedara anclado en la orilla del olvido.
Recuerdo cuando en 1980 ganó dos premios nacionales en Córdoba. Desde entonces se erigió en primera figura. Pero no para buscar el aplauso fácil, sino para llenar los espacios del alma. Se impuso la misión de no cambiar sus hábitos de vida y quedar expuesto todo el día a la luz del sol para despejar los rostros de los grandes artífices e iluminar las oscuridades del género, esto es, encender de continuo nuestro ánimo con la luz refulgente de sus recuerdos y comprometerse con la visión actualizada de lo identitario.
Dos lustros más tarde, duplicaba el número de contratos de coetáneos como El Chocolate, Enrique Morente o Chano Lobato, y fue en 1990 el mito de la época junto a Camarón de la Isla. Inició en 1993 la gira de Músicas del Mundo en Inglaterra y los EEUU representando a España, y cuatro años después, como era el más reclamado en el extranjero, cantó en el acto de investidura de S. M. el Rey de España como doctor ‘honoris causa’ de la Universidad de Lovaina. Y así toda una vida poniendo música a la tierra, al trabajo, a la libertad, al amor y a la rebeldía desde la más absoluta sobriedad y autenticidad, de ahí que lo quisieran quitar de en medio cuestionándole incluso cómo tras cada festival guiaba y cuidaba el ganado de cabras, manipulando sus comportamientos o alterando su naturaleza desde el amarillismo informativo.
Mas no pudieron con él. Ni tan siquiera lo doblegó el ictus que le sobrevino el 7 de mayo de 2019 en Madrid. Porque mientras unos reptaban viviendo de las subvenciones, José vivía de su cante y se satisfacía ejerciendo la solidaridad. Nunca fue políticamente correcto y sólo compañero del necesitado, amigo de los humildes, hermano de los que sufren y aliado de los honestos. Pero el estar en el Parnaso de los silenciados, el sobrepasar el listón de la popularidad sin necesidad de apoyo oficial, el cantarle las cuarenta a los abusadores del poder o el rechazar 21 conciertos –a millón de pesetas cada uno– como telonero de Felipe González, es algo que la cosmética política no lo podía admitir.
Como inaceptable resultó la censura de los medios de comunicación, explicación que encuentro en que José le plantaba cara a la hipocresía de los lerdos y a los tarados de la política. Y se lo hicieron pagar. Su película El Cabrero, el cante de la sierra, por ejemplo, fue emitida hasta en catorce ocasiones en Francia, y al menos quien firma no pudo verla en España. Y solo le recuerdo una actuación en el ciclo Flamenco viene del Sur, en febrero de 2013 en Granada. Pero además, tampoco le gustaban los tontos con medallas, le fastidiaban los pelotas, le jodían los palmeros y sólo le interesaban las gentes sencillas y las que hablan a calzón ‘quitao’, no las que le llenaban las orejas de baba.
«La gran lección de El Cabrero es que lo de menos es que el flamenco sea libre o esté sometido a unas normas estrictas. La verdadera libertad flamenca es otra cosa: es la libertad interior del espíritu de los estilos, eternamente recreador, nuevo y original»
A lo largo de su carrera, he tenido el placer de presentarlo en incontables ocasiones. Y como siempre, salía al escenario a cantar como dios, de ahí que se hiciera acompañar del evangelio de manos prodigiosas para escoltar el cante de un predicador de la libertad expresiva, un apóstol de la melodía en cuya garganta se perpetuaban las jondas huellas de los grandes maestros. Y es que un recital de El Cabrero era un reconocimiento al flamenco verdad. Una lección para los que sabían escoger entre la libertad y el autoengaño.
Tras medio siglo en el cante. Después de que le hicieran todo tipo de proposiciones para manipular el género flamenco, El Cabrero jamás sucumbió a las ofertas millonarias porque nunca pretendió ser el más poderoso, sino el más decente, el más honesto.
Ya se lo dijo en 1990 Agujetas de Jerez a José Luis Vargas Quirós: “De tos los gachós el que mejor canta es El Cabrero”. Agujetas era consciente de que la obra de este hombre romántico y bucólico, despreciador de la zafiedad de la incompetencia cultural, se amasaba con una fuerte levadura humanista, y su humanismo nacía de un apasionado deseo de abrazar la sustanciación del arte. Para ello tuvo que sortear obstáculos que para otros siguen resultando infranqueables: hacer música jonda de aquellos dolores universales que, históricamente, justifican nuestras lágrimas, hasta convertirse en el cantaor profundo que une su sed de justicia con la esperanza resplandeciente de hallar un día caridad para la tierra. El Cabrero es, pues, para la juventud y sus seguidores bastante más que un consuelo, aunque nunca remedio de sus males. Y esta era la gran razón para creer en él.
En conclusión, la gran lección de El Cabrero es que lo de menos es que el flamenco sea libre o esté sometido a unas normas estrictas. La verdadera libertad flamenca es otra cosa: es la libertad interior del espíritu de los estilos, eternamente recreador, nuevo y original. Ésta, y no otra, es su filosofía cantaora: disponer de una intensa preparación, de enriquecimiento hacia adentro, pero también de depuración crítica hacia afuera. Es decir, El Cabrero se rebelaba en el presente rememorando en sus conciertos el pasado, pero un pasado tan fecundo contra el que es inútil silenciarlo. Y es que, como bien entiende su legión de seguidores, la libertad del flamenco no es cuestión de tiempo, sino de eternidad.
Imagen superior: Vicente Pachón
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EMILIO SOUTO ALONSO 4 enero, 2023
Magnífico homenaje a José Domínguez, «El Cabrero» de Manuel Martín Martín. En este país tan flojo de memoria conviene hacer este tipo de ejercicios para refrescar las cabezas de los negacionistas profesionales.
Sí me gustaría hacer una puntualización sobre el acto organizado por la Universidad de Lovaina en donde coincidieron, el rey Juan Carlos, y El Cabrero. En su día, un amigo chileno que formaba parte de la organización de la gira del cantaor por Francia y Bélgica, me comentó que las fechas de las actuaciones se habían cerrado un año antes y sin que constara que la actuación de Lovaina formara parte de la investidura como doctor «honoris causa» del rey de España como así fue. El Cabrero actuó para el estudiantado europeo y no en la ceremonia de nuestro monarca. Gracias.
EMILIO SOUTO ALONSO 4 enero, 2023
Quizá se anunciara la actuación dentro de la programación del acto del rey pero, finalmente, los actos fueron en espacios diferentes. Al menos, es la versión que tuve en su día.
Manuel Martín Martín 6 enero, 2023
Agradecido por el reconocimiento al artículo. Y acerca de la matización, es correcta, dado que El Cabrero es republicano. Aun así, el concierto quedó incorporado dentro de los actos de investidura de SM el Rey de España.