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Lo nuestro es puro teatro

El flamenco es un arte especialmente teatral. Pleno de naturalidad, pero teatral. La máxima es lograr, como todo arte que se precie de serlo, convencer al que lo ve y escucha que por encima de todo está el sentimiento, de eso se trata.


El flamenco es un género de música y baile que bebe de la tradición andaluza en particular y la española e hispana en general, pero sobre todo es fruto de la época en la que nació, música primordialmente romántica, de principio antifrancesa, con vocación universal, de carácter sentimental, y forjada a partir de recrear el pasado con mimbres no todos heredados, sino que los principales, en mi opinión, fueron más bien imaginados, algo así como recrear el pasado, inventarlo casi. Una suerte de artificio elaborado en unas pocas décadas por un pequeño grupo de andaluces que probaron suerte y les tocó el gordo cuando lograron encandilar a propios y extraños. Pero, como dijo Jack el Destripador, vayamos por partes.

La armonía es una de las principales herramientas que tienen los flamencos para dar color a su música y lo hacen, sobre todo, añadiendo notas a los acordes básicos de la guitarra española, preferentemente novenas y séptimas (perdón), aunque la principal manera de hacerlo es dejando en la guitarra cuántas más cuerdas al aire mejor, lo que vengo desde hace tiempo llamando la “Ley del mínimo esfuerzo”. Pones un acorde, el que sea, dejas alguna cuerda al aire y obtienes ipso facto el colorido jondo apropiado. El más paradigmático en este sentido es el tono de taranta, con las tres primeras cuerdas al aire. Ay Debussy, quién te lo iba a decir, que los flamenquitos te iban a superar en originalidad con sus disonancias obtenidas, digamos, ¿de potra?

 

«Dices que todo proviene de la gamas (escalas) de la India y te quedas tan ancho, porque si algo nos gusta a los españoles es una influencia exterior y si está en la India o Pakistán roza ya el orgasmo mental»

 

El compás es otro parámetro ideal para dotar de exotismo esta música, desplazando acentos, este es el recurso preferido sobre todo de bailaores y guitarristas, por supuesto de palmeros y percusionistas en general, siempre jugando al despiste, haciéndote creer que va a acentuar por aquí y se van por allí. Aunque el principal recurso rítmico que usan los flamencos es dejar el primer tiempo del compás en silencio, el llamado hoy ya por todos acéfalo, algo totalmente antiacadémico en lo que respecta a una música, digamos, occidental. Otra de las premisas para ser un buen flamenco, no casarse con la academia, ir a la contra de lo establecido por las sacrosantas leyes de la gran música. 

Y la melodía. Ahí es donde los flamencos han logrado dar el do de pecho coloreando su música, inventándose, digamos a toro pasado, una temperatura totalmente artificial, no heredada, por mucho que se empeñen los neoteóricos del alhambrismo, por cierto, otro movimiento artístico del XIX y XX que quiso recrear una época desaparecida imaginando el pasado. Y creo –estoy convencido, vaya, y quien lo niegue tendrá que desconvencerme, palabro que ni siquiera existe– que eso mismo hicieron los cantaores flamencos de las primeras décadas del siglo romántico: inventarse una forma de entonar que casara con su ideal de recrear, en clave exótica, romántica y sentimental, una melodía preñada de orientalismo aunque partiendo de jotas, seguidillas y fandangos. Eso que llamó Falla el “enarmonismo como medio modulante” y que tanto éxito tuvo en aquel discurso, sin base histórica alguna, de 1922. Pura intuición decimonónica en pleno siglo veinte. Dices que todo proviene de la gamas (escalas) de la India y te quedas tan ancho, porque si algo nos gusta a los españoles es una influencia exterior y si está en la India o Pakistán roza ya el orgasmo mental.

Creo, ¡es una opinión, eh!, que el cante, con sus microtonos que no caben en la partitura, al tocar con la garganta muchos más tonos que los doce que se pueden escribir en las líneas y espacios de un pentagrama, fue creado para configurar una música de colorido oriental alineada con los ideales que sobre lo andaluz fueron construyendo, preferentemente los franceses, idealizando una tierra de moros, gitanos, bandoleros, toreros, pícaros y saltimbanquis, mujeres de rompe y rasga y faca en la liga, el mito de Carmen y Escamillo puesto en música, y todo impregnado de queja, dolor, desamor, fatigas de la muerte, una tragedia griega pero a la andaluza. Y el resultado fue el cante.

Y el toque es el aderezo occidental imprescindible, la otra cara de la moneda, el contrapunto ideal para cerrar el círculo, y entonces se produjo el milagro, golpe a golpe, verso a verso lograron un género musical jondo, recio, sólido, inviolable, para siempre. Bueno, lo de inviolable es un decir. En música todo es susceptible de ser violentado y muchos lo logran, aunque suele ser flor de un día, pasan los años y, pum-pum, se esfuman y quedan olvidados para siempre.

 

«Idealizando una tierra de moros, gitanos, bandoleros, toreros, pícaros y saltimbanquis, mujeres de rompe y rasga y faca en la liga, y todo impregnado de queja, dolor, desamor, fatigas de la muerte, una tragedia griega pero a la andaluza. Y el resultado fue el cante»

 

Una cosa es la música japonesa y otra la que suena en Madama Butterfly, música del gran Puccini hecha a medida del público para el que fue compuesta. Algo así como las salidas morunas de Caracol, Beni o El Chato de la Isla, que rozaban casi lo cómico si no fuera porque las hacían tan bien que te lo creías. 

El baile tiene también su dosis, digamos, de teatralidad. Los gestos están perfectamente estudiados, muchos ante el espejo. Como las manos de un cantador agarrándose la camisa, aunque sin romperla. La cabeza hacia arriba de Paco en aquellos picados vertiginosos tenía también su dosis de postureo, que fue y sigue siendo tan imitado.

Espero que nadie se sienta ofendido por lo que aquí comparto. Los flamencos tienen, tenemos, la piel muy fina, y lo entiendo, pero no hablo por hablar, no digo todo esto por decir, échenle una reflexión serena.

El flamenco es un arte especialmente teatral. Pleno de naturalidad pero teatral. La máxima es lograr, como todo arte que se precie de serlo, convencer al que lo ve y escucha que por encima de todo está el sentimiento, de eso se trata. Pero, como diría el pesado de Mota: que sepas que ser, eres, ¿Que soy qué? Puro teatro.

 


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Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

1 COMMENT
  • Francisco en Paris 9 junio, 2021

    El flamenco, un teatro que es tan bueno que ya nos lo creemos todos y no queremos que nos despierten….

    Excelente artículo como siempre, del nuevo testamento flamenco 🙂 mucha información rica,en pocas líneas profesor!

    Y mucho camino aún por recorrer viendo los comentarios tan encontrados cuando uno osa tratar estos temas.

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