Dos miradas a la maestría
Diego Clavel y Pedro Peña han afrontado la identidad andaluza definiéndola en detalles, la han fortalecido con creaciones y hasta han dado vida nueva a los cadáveres del pasado.
Tomando como punto de partida la lista del medallero de la Junta de Andalucía, la capacidad integradora de la maestría flamenca no brilla como los rayos de sus obras y se premia, por el contrario, a los “medallitis”, jóvenes afectados por la necesidad irracional de obtener distinciones y veleidad que se manifiesta y agudiza en sujetos que se sienten superiores a los demás, merced a que tienen sobrevalorados los músculos de la inteligencia y a que encuentran en la institución autónoma el lado oscuro que no sale a la luz.
Están en lo más alto del Olimpo porque son tan expertos en postureo que han logrado el distanciamiento social de aquellos que son la base fundamental de su progresión. Sí, los maestros. Aquellos que nos han contado sus secretos y sentimientos, nos han abierto a un mundo de conocimientos y planteamientos para buscar soluciones al desarrollo de las ideas surgidas, ayudan a aprender del error a los jóvenes y les plantean soluciones nuevas, sembrando en ellos el espíritu necesario para abrirles paso al desarrollo y a la innovación.
Pondré sólo dos ejemplos que en estos días están recibiendo el reconocimiento público de sus respectivas localidades. Aludo al morisco Diego Clavel y al lebrijano Pedro Peña, cuya jerarquía es tan relevante que podemos atribuirles la contribución al desarrollo de la cultura jonda, dado que han jugado un papel protagónico en el proceso formativo de los que vinieron después.
«No se puede ver la cultura flamenca sin mirarla en la profundidad de Diego y Pedro, dos maestros que se erigen en el reclamo para hallar en la memoria de la historia una forma de encarar la supervivencia ante el presente»
Ambos se dieron a conocer en una época con no pocas dificultades. Diego, por ejemplo, tenía que abrirse un hueco imposible entre los Antonio Mairena, Juan Talega, Fosforito, Perrate, Fernanda y Bernarda, La Paquera o Chocolate. Y tuvo que competir con los Lebrijano, Camarón, José Menese, El Cabrero, Agujetas o Curro Malena, con lo que sacar cuello era poco menos que una heroicidad.
Desde su primer single en 1971, donde formó la apoteosis con su cambio por seguiriyas de Manuel Molina hasta el LP Mi sentir (1990), pasando por el LP Encuentro (1976), en el que por primera vez canta sus propias letras, rescata estilos olvidados y recrea no pocos cantes, a los que aporta nuevos “ayes” y melismas, mirando con ojos de cirujano a las variantes para verles su corazón. Mas sería en 1992 cuando el hambre del conocimiento desató la locura con sus célebres antologías, obras que ahora ha reeditado el sello Cambayá y que en la primera incluye 47 variantes de La malagueña a través de los tiempos.
A esta compilación se suman Por los rincones de Huelva (2003), que alberga 60 fandangos onubenses, y 83 estilos Por soleá (2005). Y cuando ya creíamos que el maestro morisco había rizado el rizo hasta lo inigualado, saca a la luz Diego Clavel Por Levante (2007), otro trabajo monográfico en torno a los cante mineros, y un año después Diego Clavel Por Seguiriyas (2008), una nueva antología con 50 variantes.
«En un tiempo en que lo que mola es publicar discos comerciales para conseguir un gran éxito de ventas, Diego Clavel invirtió en el conocimiento, que es donde radica la soberanía del hombre andaluz»
En un tiempo en que lo que mola es publicar discos comerciales para conseguir un gran éxito de ventas, Diego Clavel invirtió en el conocimiento, que es donde radica la soberanía del hombre andaluz. Y es lo que ha hecho durante toda su vida, entregarse a la identidad cultural de Andalucía con una afición insatisfecha, como la del que sabe lo que hace falta para saber todo lo que hace falta saber.
Pedro Peña, por su parte, es un guitarrista que toca lo que ha vivido. Cantaor con el alma amarrada a su historia. Conferenciante y escritor para poner la palabra al servicio del drama ajeno. Y gitano por la gracia de Dios…
Esta sería su carta de presentación. Pero Pedro se diplomó como Maestro Nacional, carrera que concilió con el flamenco a través de un permanente desafío para dar cobertura a las exigencias de ambas profesiones, desde que en 1963 le encontramos acompañando a Manuel Mairena y un año después secundando a Pastora Pavón, Antonio Mairena y Pepe Pinto durante la boda de su hermano Juan con Charo Cortés.
A partir de ahí el denominador común de su carrera vital fue crecer y renacer en la tradición, como lo constata su presencia desde 1964 en los festivales de verano, el ámbito propicio para la germinación de sus ideas, que se sustancian en el compromiso con su cultura, como cuando en 1966 instaura la I Caracolá Lebrijana y un año después crea el grupo La Debla, a más de abordar en la III Convivencia Nacional del Apostolado Gitano una ponencia que marcaría toda su vida, la Promoción cultural del gitano, como lo confirmaría siendo elegido en 1988 primer presidente de la FARA (Federación de Asociaciones Romaníes Andaluzas) o desde su libro Los gitanos flamencos (2013).
Pero también escoltando a lo más granado de su tiempo, confiriendo dignidad a la profesión y otorgando validez al discurso cantaor, lo que le garantizan para aparecer en los surcos de la discografía, desde De casta le viene (1970), de El Lebrijano, hasta marcar tendencia identitaria en El calor de mis recuerdos (1983), de Antonio Mairena, haciendo un total de medio centenar de grabaciones que junto a sus incontables comparecencias escénicas, televisivas y hasta en el cine, ora cantando, ora con la guitarra (El cante y la guitarra de Pedro Peña, 1978), exigen un espacio que no disponemos.
«Pedro Peña es un guitarrista que toca lo que ha vivido. Cantaor con el alma amarrada a su historia. Conferenciante y escritor para poner la palabra al servicio del drama ajeno. Y gitano por la gracia de Dios»
Y es que estamos ante el perfil de un artista de múltiples planos, pues lo mismo comparte con su primo Pedro Bacán el libro Aproximación a una didáctica del flamenco (1988) que hace lo propio en 2005 con un libro de poemas (dos en uno) con Casto Márquez, a más de ser el guitarrista que más veces ha copado un titular en la Prensa escrita de su tiempo.
A modo de síntesis, la biografía del maestro plasma todo lo que vivió desde la niñez, al tiempo que coloca ante nuestros ojos la verdad incuestionable de cómo el flamenco se puede enaltecer desde la variedad de oficios siempre que se apueste por aunar el orden y la fantasía, la emoción y el rigor, la innovación y el clasicismo.
Pero lo más notorio es la magnitud de su música, que no busca lo eterno de lo pasajero, sino que ha eternizado lo que para otros es efímero, de ahí la hondura de sus valores musicales, esparcida en su guitarra, donde lo insólito y lo cotidiano de la espesura gitana se dan en él de modo natural, acompañando con justeza y sobriedad, pero también en su faceta de cantaor, que nunca cae en la desvirtuación para no encogerse ante la insensatez. Y hasta como compositor, porque si ha recreado una nueva bambera, un nuevo tango que grabó Enrique Morente o una nueva variante de bulerías al golpe, y ha sido cantado por El Lebrijano, Las Corraleras, Dorantes, José de la Tomasa o Curro Lucena, entre otros, es porque tiene pericia para entrar en comunicación con la esencia íntima de las cosas.
Diego Clavel y Pedro Peña han afrontado, pues, la identidad andaluza definiéndola en detalles, la han fortalecido con creaciones y hasta han dado vida nueva a los cadáveres del pasado. Y aunque me duele la boca de pedirle a la Junta de Andalucía que le concedan la Medalla de Andalucía, como también lo hice de manera frustrada con José Menese, Curro de Utrera o Curro Malena, hoy digo a nuestros garantes públicos que no se puede ver la cultura flamenca sin mirarla en la profundidad de Diego y Pedro, dos maestros que se erigen en el reclamo para hallar en la memoria de la historia una forma de encarar la supervivencia ante el presente.
Foto superior de Diego Clavel: Antonio Moreno