De las partes y el todo
Cuando empecé a estudiar los cantes, toques y bailes flamencos, fui descifrando cómo los artistas ordenan su música y corroboré, tal y como ocurre en todos los géneros musicales, que el equilibrio entre las partes es la clave de toda obra maestra.
Una de mis asignaturas preferidas, tanto en el conservatorio de Madrid como después en la universidad en Viena, fue desde siempre formas musicales. Me encantaba sumergirme por ejemplo en una sinfonía de Mahler y dividir en partes aquel todo que parecía indivisible, averiguar los temas, frases, motivos, células, analizar las formas desde lo rítmico, lo armónico, lo melódico. Tanto era así que mi tesis de grado la hice sobre el Leitmotiv en Puccini, un catálogo de motivos conductores con los que el maestro de Lucca nos guía por la dramaturgia de sus óperas.
Cuando empecé a estudiar los cantes, toques y bailes flamencos lo primero que hice fue entonces averiguar cómo se regulaban las partes de cada pieza, de cada tanda de cantes, de cada obra de guitarra, de cada coreografía. Así logré aprender qué es una falseta, qué es un tercio, una escobilla, por qué se le llama silencio a una sección del baile por alegrías donde en verdad no hay tal. Fui descifrando cómo los flamencos ordenan su música y corroboré, tal y como ocurre en todos los géneros musicales, que el equilibrio entre las partes es la clave de toda obra maestra.
Para lograr esa simetría hace falta, sobre todo, buen gusto, sentido del tiempo. Por ejemplo, siempre lo digo, una falseta no puede durar más que los tres cantes precedentes, una escobilla no puede ser más larga que todo el baile, los tercios del cante… Bueno, esos están más o menos definidos por los maestros que crearon el repertorio y ahí no queda mucho espacio para el necesario aunque traicionero libre albedrío.
En estos tiempos de transgresión e individualismo desaforado entiendo que no se le pueden poner puertas al campo, pero una obra bien hecha se basa entre otras cosas en que su construcción sea óptima, equilibrada entre sus partes. No está bien que para introducir un cante el guitarrista esté mostrando más de la cuenta su sin duda notable talento con un preludio que más parece una pieza de concierto que el fragmento necesario para que el cantaor, auténtico protagonista del momento, se temple y entre en el adecuado trance que implica acometer una tanda de cantes. Si te alargas en exceso te puede pasar como a aquel a quién Beni de Cadiz le acabó espetando ante todo el auditorio: «¡Cuando acabes ya empiezo yo, ¿eh?». He escuchado actuaciones en las que la falta de criterio en cuanto a la duración de las partes se ha acabado cargando el todo.
«No está bien que para introducir un cante el guitarrista esté mostrando más de la cuenta su notable talento con un preludio que más parece una pieza de concierto que el fragmento necesario para que el cantaor, auténtico protagonista del momento, se temple y entre en el adecuado trance que implica acometer una tanda de cantes»
Y esto cuenta también para el orden en que hay que interpretar las variantes de una tanda. Empezar por seguiriya con el cambio de Manuel Molina no está bien, como no es aconsejable rematar una soleá con el primer estilo atribuido a Joaquín el de la Paula. Los cantes, por su tesitura, por su diseño melódico, tienen un lugar en la tanda y, aunque son leyes no escritas, ya que tienen que ver con el buen hacer flamenco, no es aconsejable rematar un recital con una taranta. Recuerdo en una ocasión cómo un artista, después de una hora de recital de cante y tras unas bulerías con pataíta del guitarrista incluida, con el público de pie y, todo hay que decirlo, deseando salir por la puerta, el cantaor volvió a la silla y, como quien no quiere la cosa, se acercó al micrófono y dijo muy lacónico: «Ahora voy a cantar por tarantas». El público no daba crédito imaginándose ya la cervecita fresquita de después. Educadamente se sentaron y aguantaron diez minutos de cante minero. Eso no está bien. Eso se hace solo si el respetable, que por algo lleva ese nombre, después de las bulerías te pide insistente otra y otra. No era el caso. Por falta de sentido formal más de uno se ha ganado una merecida fama de plasta.
En las composiciones de guitarra lo más difícil es ir presentando las ideas con un orden, con la intensidad adecuada, con el material temático bien expuesto y desarrollado. Antiguamente los guitarristas engarzaban cuatro o cinco falsetas de su propia cosecha y ya tenían un toque por un determinado estilo. Después de Víctor, Manolo y Paco, las obras para la sonanta se han ido elaborando más y más y hoy a veces hay que aguantar el onanismo mental de un “compositor” al que nadie ha dicho que no sabe componer, que no tiene amigos de verdad, vaya, y se marca una obra de doce minutos donde hasta la mitad no has logrado descifrar que en realidad se trata de una farruca.
Una vez me dijo doña Pilar López que si después de un espectáculo, al llegar a casa tienes que leerte el programa de mano porque no te has enterado de qué va, es que la obra no vale un pimiento. He estudiado los programas del ballet de doña Pilar, con su primera parte de clásico español y la segunda de flamenco, y son toda una lección de buen criterio a la hora de ordenar las partes de un todo.
«Si la falseta dura mucho, si la escobilla es demasiado larga, el desequilibrio entre las partes puede ser fatal. Además no tiene sentido que la coreografía de un baile dure más de ocho minutos»
Otro aspecto a tener en cuenta es el tono de las diferentes piezas de un concierto. En una ocasión asistí al recital de guitarra de un artista que tocaba realmente bien y además sabía componer, pero claro, todo el concierto era con la cejilla al uno, por lo que resultaba realmente mono-tono. No está bien cantar por tientos al dos por medio y después por granaína al aire que, aunque sean estilos muy diferentes, al estar en el mismo tono al oído resultan redundantes. Y algo parecido ocurrirá si cantas por serrana al tres y después cantas alegrías en sol. Hay que cuidar esos detalles, ya que pueden dar al traste con una buena actuación.
La disciplina que presenta mayores problemas en este sentido es sin duda el baile. Ahí suele haber cante, toque y baile. Si la primera letra es muy larga podemos tener al bailador sentado más de la cuenta, como viene ocurriendo con esas en muchas ocasiones horribles introducciones cantables por alegrías (qué moda más fea). Si la falseta dura mucho, como ya he apuntado, si la escobilla es demasiado larga, el desequilibrio entre las partes puede ser fatal. Además no tiene sentido que la coreografía de un baile dure más de ocho minutos. He sido demasiadas veces jurado en importantes concursos y lo que siempre he llevado peor, y mira que adoro el baile, es la extensión de algunas coreografías en las fases clasificatorias, cuando desde el primer paso ya sabes que no hay nada que hacer y hay que estar ahí veinte minutos sufriendo. Algo parecido ocurre con el cante, cuando descubres desde el primer yayay de la malagueña que esa persona no va a pasar el corte. Deberían habilitar una palanca con una trampilla en el suelo y ¡zasca! Pa los leones. Es broma. Será por eso que ya no me llaman, se me nota mucho el desagrado. Las cozas.
Imagen superior: Alba Heredia y Luis Mariano Renedo – Foto: perezventana