Con una copla de más (X): la muerte de la madre
La pérdida de la madre deja un vacío profundo en el corazón del hombre. Es entonces cuando, en el flamenco, el grito rabioso y conmovedor de la seguiriya adquiere todo su sentido y su mayor intensidad.
A mi madre, Trinidad, y a todas las madres que nos dejaron.
La pérdida de la madre deja un vacío profundo en el corazón del hombre. Es entonces cuando, en el flamenco, el grito rabioso y conmovedor de la seguiriya adquiere todo su sentido y su mayor intensidad. Y esto porque sólo entonces es realmente sincero. El grito es una expresión de dolor, un desahogo emocional también. Este grito desgarrador y el lloro que suponen vibratos y tartamudeos forman la lágrima del sentimiento más humano. Tomás el Nitri nos legó esta letra impresionante:
Por aquella ventana
que al campo salía
le daba voces a la mare de mi alma
y no me respondía.
En la suprema y amplísima obra discográfica de Antonio Mairena, aparece este tema repetidas veces. La seguiriya de María Borrico con la que remata la serrana Me voy llorando es de genial construcción. Observemos la anáfora del verbo «doblen», con aliteración (repetición de sonidos) a la vez que nos recuerda el golpear del badajo en las campanas, la personificación de éstas («con dolor») –como si el propio metal, tan duro, sintiera también la muerte de la madre–:
Doblen las campanas,
doblen con dolor,
que se me ha muerto la mare ‘e mi alma
de mi corazón.
No sólo en la seguiriya veremos este trascendental tema. En los tarantos Las llamas llegan al cielo, una de las coplas cuenta un hecho que bien pudiera ser real: una madre que muere de dolor porque en un sitio concreto, en el fondo de la mina, murió el hijo amado. Como en tantas coplas, con pocos versos se resume toda una historia de explotación y de dolor:
No llevarme, por favor,
a las minas del Romero,
que la mare de mi alma
allí murió del dolor
por mi hermano de mis entrañas.
Pero hay una soleá breve, de apenas tres versos como tres puyazos, que a nosotros particularmente nos embruja en la voz doliente del maestro Mairena:
Desde que murió mi madre
la camisita de mi cuerpo
no encuentro quien me la lave.
Una soleá que ya Demófilo recoge en su antología de 1881, con la formulación siguiente: «Ya se me murió mi mare, / una camisa que tengo / no encuentro quien me la lave». Es una soleá que demuestra varias cosas: esos papeles domésticos de exclusividad femenina en un contexto sumamente machista, la atención a los pequeños detalles, el valor simbólico de la camisa para el autor de la copla, la soledad del huérfano, el valor sustancial y afectivo del diminutivo… La variante que introduce Antonio Mairena es más vibrante y vigorosa, sobre todo en la interpretación magistral que hace de la misma, con ese pellizco que algunos quieren negarle a machamartillo. Escuchémoslo, sin prejuicios. El autor, dolorido, ha centrado el dolor por la ausencia o pérdida de la madre en un detalle muy cotidiano. Mairena, al cantarla, la hace joya: las pausas sugestivas (desde que…), los cortes con ahoguío (la ca/misita), los melismas expresivos –volcando toda la fuerza y la intensidad emocional en la sílaba con diptongo, cuer (po), desbaratándose las entrañas para pronuciarla–, los babeos a final de tercio para enlazar una pena con otra.
«La madre es el fuego del hogar, la flor del patio y la brújula de la ternura familiar. Cuando falta, un grito desgarrador surge de las entrañas»
Por malagueña, recordando las formas expresivas de Manuel Torre, nos canta esta letra que quiere rendir el mayor homenaje a la madre gitana, sin cuya presencia y sostén se pierde todo calor, todo apoyo humano de auténtico valor:
Yo se lo he peío a Dios,
encontrar quien me quisiera,
porque yo perdí a mi mare
que era una gitana buena
y ya no encuentro calor de nadie.
Sigamos con una copla en la que el cantaor expresa todo su amor a la madre, la bata buena. Nos dice que nada puede amarse tanto como a la madre:
En la orilla de la playa
me puse a considerar;
como se quiere a una mare,
no se quiere a nadie más.
Cantada además con alegría, por bulerías, nos sirve como contraste para la fúnebre antología anterior.
La madre es el fuego del hogar, la flor del patio y la brújula de la ternura familiar. Cuando falta, un grito desgarrador surge de las entrañas. No obstante, el tema no sólo se vehicula a través de la seguiriya, sino en otros cantes como la soleá, las bulerías, etc. García Chicón cita la siguiente malagueña de Juan Breva:
Si se te ha muerto tu madre,
llora, que tienes razón;
cuando se murió la mía
no tuvo comparación
lo que yo lloré aquel día.
Numerosas coplas utilizan la palabra «madre» unida a las de «hospital / -ito» y «muerte». La madre enferma en el hospitalito es uno de los lugares comunes del flamenco, copla, que como recuerda Félix Grande en Memoria del flamenco, viene como de otra galaxia, otro planeta del dolor más hondo, sin posible trivialización. Era un placer emocionante escuchar su comentario de estos versos, enfatizando el valor emotivo del diminutivo:
N’el hospitalito
a manita ‘erecha,
allí tenía la mare ‘e mi alma
la camita jecha.
(Félix Grande comenta esa letra en el minuto 37).
Por fandangos ahora, como éste que cantaba El Carbonerillo y recoge su biógrafo Manuel Bohórquez en el libro sobre el cantaor:
Ni querer que no se acabe.
No hay mal que cien años dure,
ni querer que no se acabe.
No hay más verdad que el dinero
y el cariño de una madre.
Te ríes del mundo entero.
Enlace a Una rosa al Carbonerillo, de Manolo Bohórquez para Expoflamenco:
Al morir la madre sobreviene un vacío inconsolable. Esta otra seguiriya es quejido directo sin alardes literarios, radical grito humano:
En este rinconcito
dejadme llorar,
que se m’ha muerto la mare de mi alma
y no la veré más.
Don Antonio Chacón cantaba esta letra que, según Fernando de Triana, era de sus favoritas:
En la tumba de mi madre
a dar gritos me ponía,
y escuché un eco del viento:
«No la llames», me decía,
que no responden los muertos.
Precisamente el entierro o el mismo enterramiento, diálogo incluido con los sepultureros preguntando por la tumba, es una lúgubre y macabra repetición en el contexto mortuorio de la copla:
Seporturerito nuevo,
toma una monea ‘e dies reales
y ábreme la sepurtura
donde está enterrá mi mare.
Y no extraña el factor mágico en esos momentos. Es tal la obsesión y la desolación del hijo huérfano que ve visiones o cree oír la voz de la que tanto amó:
Qué voses son éstas
que a mí m’están dando;
si será la mare ‘e mi arma
que me está buscando.
A menudo, la muerte de la compañera o de la madre se expresa mediante el tema o símbolo del mar. El tema es muy frecuente en toda la lírica universal con estos mismos valores. Las coplas lo recogen con múltiples significados simbólicos. En el caso que nos ocupa, el de la muerte de la madre, el mar, con sus olas de vaivén constante, es símbolo de pérdida. En la conocida copla que aportamos el hijo pide al mar lo imposible, el retorno de la madre:
Oleaítas de la mar,
qué fuerte venéis,
pero a la mare de mi alma
no me la traéis.
Aquí humildemente traigo una soleá que nos surgió cuando murió Trinidad, mi madre:
Con las olas van y vienen
los suspiros de mi madre
pa decirme que me quiere.
Es frecuente que la copla no sea sino el recuerdo de un encargo que la madre, en el lecho de muerte, nos hizo:
En el hospitá
me dijo mi mare:
– Ahí te quean dos hermanos chicos,
no los ‘esampares.
Y no se olvidan los días “señalaítos” en que la madre agonizaba. Manuel Ríos Ruiz en El gran libro del flamenco cree que la versión que hace Manuel Torre de esta seguiriya, con la que cerramos este artículo, no ha sido superada, “solamente la interpretación de Fernando Terremoto (…) puede ponerse a la altura en lo emocional y jondo sin paliativos”, matiza:
Eran los días señalaítos
de Santiago y Santa Ana
y le rogué yo a mi Dios que le aliviara a mi mare
las ducas de su corazón.
Pues aquí, como despedida, la versión de Fernando Terremoto (padre), un prodigio, efectivamente, de hondura y jondura:
Imagen superior: Liv Bruce – Unsplash
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